Espíritu de Reconciliación

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el 5° domingo de Cuaresma
Estamos terminando el tiempo cuaresmal y es por eso que en el Evangelio que leemos este domingo (Jn 12,20-33), el Señor nos dice que «ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá, y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna» (23-25). Es cierto que este lenguaje no fue de fácil comprensión para los discípulos de Jesús, quienes no entendían que el Señor estaba anunciando su muerte. Tampoco llegaban a comprender claramente la aplicación que aquellas palabras tenían para ellos mismos.
De alguna manera podemos señalar que esa dificultad de entonces sigue vigente, porque también a nosotros nos es difícil entender el lenguaje de la Pascua, que es esencial para asumir nuestra condición de cristianos. «Morir para vivir». Hasta que no realizamos un real y profundo examen de conciencia sobre nuestras vidas, y estamos dispuestos a morir a lo que estamos haciendo y viviendo mal, no podemos entrar en el camino de la Vida nueva que nos propone Jesucristo en este tiempo cuaresmal. Por eso en estos últimos días de la cuaresma no podemos dejar de reflexionar sobre la necesidad del perdón y la reconciliación, como imprescindibles para llevar a cabo una real renovación personal y social.
Si repasamos nuestra historia personal y familiar y sobre todo social, cuántas situaciones y zonas encontraremos de enfrentamientos, diferencias que parecen insalvables o rencores profundos, que están muchas veces enraizados en el pecado propio o de los demás. Estas formas oscuras necesitan la luz de la reconciliación y reclaman el perdón que nos exige nuestra condición de
cristianos.
De pronto el Señor, nuestro Maestro, nos dice cosas exigentes como: «que amemos a nuestros enemigos y hagamos el bien a los que nos odian» (Lc 6,27), que en general o directamente no nos hacen cuestionarnos por considerarlas impracticables o no se traducen en nuestros comportamientos de vida. Por el contrario, cuando estamos ofendidos y heridos, nos sentimos tentados a ceder a los mecanismos psicológicos de auto-compensación y de revancha. Sin embargo, podemos afirmar con certeza que el único camino que nos lleva a la paz, tanto personal, como social es la reconciliación.
En nuestra provincia, la gran mayoría se dice cristiana y hay una religiosidad importante, pero ¡qué lejos estamos de practicar este componente esencial de nuestra fe que es el perdón y la reconciliación! Si esto pasa en general, realmente es gravísimo el odio, la venganza y la práctica «del ojo por ojo y diente por diente», que practican nuestros dirigentes que se dicen cristianos.
Nuestra gente capta este medioambiente marcado por el odio, y realmente está cansada de la falta de magnanimidad y de grandeza. El futuro será de aquellos que sepan respetar la diversidad, saliendo de la violencia que genera el pensamiento único y que sepan proponer e instalar una sociedad donde se pueda vivir con espíritu de perdón y reconciliación.
Se acerca la Pascua y el texto de la Palabra de Dios de este domingo cuaresmal nos cuestiona ¿estamos dispuestos a morir a nuestros pecados y mediocridades, para vivir, la Vida nueva que nos propone Jesucristo en su Palabra? El Señor nos señala categóricamente: «Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere queda solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).
Tenemos debemos convertirnos, a nivel personal, familiar y social, superando la violencia, los rencores y las injusticias ¡Cuánta necesidad tenemos de convertirnos a Dios, de pedir, aceptar y ofrecer el perdón!, de poner en práctica esta enseñanza cristiana para caminar desde la mezquindad y la revancha, hacia una sociedad más solidaria y generosa.
Finalmente quiero recordar algo que, por ser básico, es fundamental. Solo tendremos paz en el corazón y en nuestros ambientes, si nos hacemos amigos del perdón y la reconciliación, aun cuando ponerlo en práctica nos cueste.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Profetas de la verdad

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el tercer Domingo de Adviento [17 de diciembre de 2017]

Los textos bíblicos de este tercer domingo de Adviento nos llaman a animarnos y a no perder la esperanza. La figura de San Juan Bautista, desde su austeridad profética, nos exhorta a convertirnos. Él es el profeta de la verdad. No dudó en denunciar a Herodes y en dar la vida por lo que creía.

Sólo volviendo a Dios podremos celebrar bien la Navidad, cuando nos disponemos a construir «sobre roca» y no «sobre arena», desde las mentiras. Cuando con humildad somos capaces de revisarnos y evaluar cómo estamos construyendo, nos encaminamos a realizar un examen de conciencia y nos introducimos en el camino de reconciliación que nos permite como el hijo pródigo volver a la casa del Padre.

Desde la verdad, cada uno debe realizar un examen de conciencia, una mirada sobre la propia realidad: La verdad nos lleva a encontrarnos con nuestros límites y pecados. Pero esta evaluación debe ser personal y comunitaria, por eso «Navega mar adentro» nos dice: «Una conversión es incompleta si falta la conciencia de las exigencias de la vida cotidiana y no se pone esfuerzo de llevarlas a cabo. Esto implica una formación permanente de los cristianos en virtud de su propia vocación, para que puedan adherir a este estilo de vida y emprender intensamente sus compromisos en el mundo, desarrollando las actitudes propias de ciudadanos responsables» (96).

En una carta al Pueblo de Dios escrita por los Obispos argentinos hace algunos años decíamos: «La verdad es un valor fundamental que desde siempre la humanidad busca ansiosa. Tiene una dimensión objetiva que fundamenta la actividad del hombre, posibilita el diálogo, fundamenta la sociedad e ilumina sobre la moralidad de los comportamientos de los ciudadanos y de los grupos sociales: verdad de la naturaleza del hombre, de la vida, de la familia, de la sociedad. Verdad, también de los hechos acaecidos… La verdad es en consecuencia, también un valor fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia. Al respecto ella nos dice: Los hombres tienen una especial obligación de tender hacia la verdad, respetarla y atestiguarla responsablemente. Nuestro tiempo requiere una intensa actividad educativa y un compromiso correspondiente por parte de todos para que la búsqueda de la verdad sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima de cualquier intento de relativizar sus exigencias o de ofenderla» (La doctrina social de la Iglesia,
una luz para reconstruir la Nación 27-28).

Sabemos que nuestro tiempo no se presenta fácil. «La Verdad» no es habitualmente un principio constitutivo en las diversas construcciones sociales, políticas y económicas en nuestra cultura. La crisis de la civilización y de valores está en gran parte causada por haber construido muchas veces desde la corrupción y la mentira. Lamentablemente estas formas de construcción social no sólo se dan en la dirigencia social, que desde ya tiene mayor responsabilidad, sino que se han popularizado llegando a veces a considerar como normal un fin bueno para justificar el uso de cualquier medio para alcanzarlo. Es bastante habitual que a la hora de pesar opciones, personas o actitudes no se consideren suficientemente algunos principios como la justicia y la verdad en nuestras decisiones y juicios. La falta de honestidad en las pequeñas o grandes corrupciones en el manejo del dinero son un flagelo, y siempre causan pobrezas de todo tipo.

La verdad no debe llevar a fundamentalismos: «Si el cristiano prescindiese de la comprensión de la Verdad que le da la Palabra de Dios, podría caer en múltiples errores, e incluso adoptar actitudes fundamentalistas. Así aconteció en tiempos pasados cuando difundió la máxima “el error no da derecho”, olvidando que los derechos son de las personas, incluso de los que están en el error. El Evangelio manda morir por la verdad, no matar por ella… Sin embargo, la tentación del fundamentalismo siempre asecha y no sólo al hombre religioso. La historia civil de los pueblos, incluso europeos, está plagada de ejemplos de intransigencia a muerte entre sectores opuestos…» (29). Los sistemas autoritarios y las dictaduras habitualmente son fundamentalistas.

Como todo profeta, San Juan Bautista está ligado íntimamente a la verdad. No hay un auténtico «volver a Dios», para celebrar bien la Navidad, si nuestro examen de conciencia no es veraz

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo

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Sobre la pureza

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el segundo Domingo de Adviento [10 de diciembre de 2017]

Estamos caminando el tiempo de Adviento con el propósito de volver a Dios para celebrar bien la Navidad. Pero este camino lo podemos realizar solamente cuando captamos desde la fe que tenemos que convertirnos en «pequeños» para comprender el Reino que nos anuncia Jesucristo, el Señor. El Evangelio de este domingo (Mc 1,1-8), nos dice: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos».

El fin de semana pasado en el inicio del adviento reflexionaba sobre el contenido de la esperanza cristiana, ligada a la expresión bíblica y litúrgica «Ven Señor Jesús», y la consecuencia que tiene para nosotros al momento de realizar un buen examen de
conciencia teniendo en cuenta la propia vocación y misión, y por lo tanto sus consecuencias en la evangelización de la cultura que generamos.

El 8 de diciembre hemos celebrado la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, fecha tan querida por el pueblo de Dios. En relación a esa celebración habitualmente he tratado de reflexionar sobre el valor de la pureza, especialmente ligada a nuestros jóvenes. Es cierto que este tema de la pureza no sólo está olvidado, sino que padece la agresión de propuestas consumistas que bombardean valores esenciales, como la vida y la familia. El ambiente propone muchas veces estilos de vida donde lo único válido es la compra y venta, y exalta un relativismo que elimina la consideración ética del bien y del mal… Nuestros adolescentes son víctimas de contextos sociales donde la familia es anulada, y el estado muchas veces se ausenta, permitiendo el crecimiento anárquico de la droga, el alcohol, la prostitución infantil…

Es paradójico que los noticieros y programas periodísticos se asombren del crecimiento de la delincuencia juvenil y, por otro lado, en muchos casos fomenten todo tipo de formas violentas y relativistas. Digo asombroso, porque no se preguntan sobre las causas que provocan el crecimiento de la droga, el alcoholismo o la promiscuidad. Muchos, hipócritamente, se asombran de la violencia juvenil o de los embarazos precoces y por otro lado fomentan el consumo de la droga, el sexo promiscuo… Estos temas generalmente quedan en profundos silencios, a veces seriamente sospechosos.

Es cierto que debemos destacar, con una mirada llena de esperanza lo positivo de nuestros adolescentes y jóvenes. Hay muchos chicos y chicas que tienen ideales firmes y desean comprometerse y hasta entregar sus vidas en la pureza. Son muchos los que creen que es posible vivir en un mundo más justo y solidario y se empeñan por ello. Los jóvenes constituyen el sector más numeroso de la población. En nuestro Sínodo diocesano señalábamos que más del cincuenta por ciento de la población de Misiones tiene menos de 30 años. Por otro lado, es necesario señalar con preocupación que «innumerables jóvenes de nuestro continente atraviesan por situaciones que les afectan significativamente: las secuelas de la pobreza, que limita el crecimiento armónico de sus vidas y generan exclusión; La socialización, cuya transmisión de valores ya no se produce primariamente en las instituciones habituales (como la familia, la escuela…), sino en nuevos ambientes no exentos de una fuerte carga de alienación; Su permeabilidad a las formas nuevas de expresiones culturales, producto de la globalización, lo cual afecta su propia identidad personal y social». (Cfr. Aparecida 444)

Hablar de la pureza de vida, como una opción del respeto y cuidado de nuestra propia naturaleza humana, parece ir a contrapelo del consumismo y de las propuestas permanentes que no toman a nuestros jóvenes como sujetos, sino como objetos de compra y venta.

La pureza es un valor que va más allá de lo sexual. Lo vemos en tantos ejemplos de vida que encontramos en nuestro pueblo.  Nuestros jóvenes son el presente y el futuro y por lo tanto todo lo que invirtamos en ellos será un signo de esperanza.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

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El compromiso social de los laicos

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el primer Domingo de Adviento [3 de diciembre de 2017]

El Evangelio de este domingo (Mc 13,33-37), nos dice que estemos atentos y prevenidos en la esperanza: «Tengan cuidado y estén prevenidos, porque no saben cuándo llegará el momento…

No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!». Este texto y la liturgia del adviento, también nos recuerdan la esperanza de los cristianos en la segunda venida del Señor. Es el reclamo esperanzador del Apocalipsis, hecho en medio de dificultades y signos de muerte y que la liturgia retoma en el adviento: «Ven Señor Jesús».

El tiempo del adviento nos prepara para celebrar bien la Navidad. Esto debe llevarnos a revisar cómo vivimos nuestra condición de cristianos tanto en una dimensión personal, como social. A veces los cristianos hemos planteado casi excesivamente nuestro examen de conciencia como algo individual y no lo hemos relacionado suficientemente con nuestra vocación y misión. Sobre todo, los laicos que representan la gran mayoría del pueblo de Dios, necesariamente deben revisar su rol de transformar las realidades temporales y su condición de ciudadanos. En lo más propio de su misión se juega el camino de la santidad.

El adviento que nos propone revisar cómo vivimos nuestra condición de cristianos, discípulos y misioneros, debe llevarnos especialmente a plantearnos las consecuencias comunitarias y sociales que tienen nuestras opciones cotidianas. Esto es importante sobre todo considerando el ambiente fuertemente materialista e individualista en el que estamos inmersos, y con el cual corremos el riesgo de mimetizarnos dañando nuestra condición de cristianos, y la comprensión de la santidad en relación al bien común.

En Aparecida algunos textos son iluminadores de los problemas culturales que debemos comprender para evaluar y revisar nuestro compromiso cristiano. Aparecida señala que «vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios… quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. Surge hoy, con gran fuerza, una sobrevaloración de la subjetividad individual.

Independientemente de su forma, la libertad y la dignidad de la persona son reconocidas. El individualismo debilita los vínculos comunitarios y propone una radical transformación del tiempo y del espacio, dando un papel primordial a la imaginación. Los fenómenos sociales, económicos y tecnológicos están en la base de la profunda vivencia del tiempo, al que se concibe fijado en el propio presente, trayendo concepciones de inconsistencia e inestabilidad. Se deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos de los individuos, a la creación de nuevos y, muchas veces, arbitrarios derechos individuales, a los problemas de la sexualidad, la familia, las enfermedades y la muerte». (44)

En estos contextos culturales fuertemente animados por grandes poderes económicos y su influencia en los medios de comunicación social, y fuertes presiones en ámbitos políticos, legislativos y de la educación, todos, pero especialmente el laicado cristiano deberá revisar en su examen de conciencia de adviento cómo vive su vocación y misión. Desde la liturgia y la espiritualidad del adviento nos fortalecemos en la Esperanza, porque aún comprometidos activamente en las coyunturas cotidianas, en los fracasos y alegrías dicha
esperanza trasciende la cotidianeidad por tener su certeza en Dios.

Por eso en Aparecida se vuelve a señalar que «son los laicos de nuestro continente, conscientes de su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia…, porque la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas”». (505)

La fe nos anima en la esperanza. Este tiempo de adviento, que iniciamos preparando la Navidad, puede significar revisar nuestras vidas, estructuras y opciones. Cambiar es salir de nuestras flaquezas y sombras personales y sociales, para abrir nuestro corazón a Jesús, que quiere nacer…

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Nuestro primer santuario dioscesano. Nuestra señora de Loreto

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Con especial alegría, en esta reflexión dominical quiero compartir que junto al consejo de pastoral y luego de diversas consultas hemos discernido la oportunidad de constituir nuestro primer Santuario diocesano dedicado a Nuestra Señora de Loreto. Este
acontecimiento se llevará a cabo el día 10 de diciembre.

Durante estos últimos 15 años hemos intensificado las peregrinaciones desde las comunidades educativas y parroquiales, con retiros espirituales y otras actividades realizadas junto a Santa María de Loreto, madre de las Misiones. También fuimos recuperando la memoria de una historia que nos da identidad para asumir con mayor fortaleza el presente evangelizador y la proyección de los desafíos pastorales.

En ese contexto y como cada año, realizamos una peregrinación de toda la diócesis hacia la casa de nuestra Madre que será el próximo fin de semana. Hace meses venimos preparando este acontecimiento de nuestra diócesis. Durante estos años nuestro pueblo fue descubriendo la importancia que siempre ha tenido Loreto. Será un momento celebrativo donde manifestaremos que queremos profundizar nuestra condición de discípulos y misioneros de Jesucristo, el Señor. Me alegra saber que las comunidades, tanto  parroquiales como educativas, movimientos y asociaciones han trabajado este tema en la reflexión, con el material de apoyo y sobre todo con la oración. Así nos encaminamos a celebrar esta nueva peregrinación el próximo domingo 19. Será un momento de fiesta donde tendremos presente a nuestros mártires de las Misiones, a San Roque González, a San Juan del Castillo y a San Alonso Rodríguez. Desde todas las comunidades de la Diócesis, laicos, consagrados y sacerdotes celebraremos en Loreto la Misa principal a las 9 horas.

Con esta celebración, desde Loreto profundizaremos nuestra memoria y lo vivido en la evangelización de la Iglesia en nuestra región de Misiones. Es una expresión de comunión ya que como Pueblo de Dios celebraremos juntos y profundizaremos nuestra disposición a asumir las «Orientaciones Pastorales» de nuestro Primer Sínodo Diocesano.

En nuestra Provincia podemos decir que tenemos una rica historia, iniciada hace tantos siglos y necesitamos seguir recuperando esta memoria. En nuestra tierra transitaron misioneros ejemplares y santos. Uno de ellos fue Antonio Ruiz de Montoya. Sus restos están
en Loreto porque allí vivió y trabajo muchos años. Luego de trabajar mucho en la zona del Guayrá formando comunidades, recrudecieron los ataques bandeirantes. Hacia el 1631 llegaron a causar la ruina total de los pueblos que Ruiz de Montoya y sus compañeros habían fundado. La Providencia los trajo a nuestras tierras, en donde refundaron comunidades como nuestras actuales Loreto y San Ignacio Miní.

Creo importante tener presente aquella increíble llegada de los indígenas y misioneros como Ruiz de Montoya a Loreto. El testimonio de los Mártires y todos los misioneros, hombres y mujeres que se donaron, nos fortalece ante los nuevos desafíos que debemos
encarar en este inicio del siglo XXI. Es el mismo Espíritu Santo que los animó a ellos el que hoy nos anima a nosotros a dar nuestras vidas para que esta historia sea historia de salvación.

Sin dudas, Loreto es nuestro centro de espiritualidad por la significación de la reducción histórica, la recuperación de la vía procesional, la capilla abierta de los santos Mártires, los restos de nuestro querido padre Antonio Ruiz de Montoya y la capilla que será ahora el nuevo santuario.

¡Nos encontramos en Loreto! ¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

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