Identidad y diálogo

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 13o durante el año [27 de junio de 2021]

En esta época no dudamos en afirmar que somos protagonistas de profundas transformaciones de todo tipo. A veces nos quedamos perplejos ante el rapidísimo avance tecnológico, bio-genético, informático… todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos fundamentales para la existencia humana, como la ética, la economía o la misma cuestión social.

Lamentablemente a veces el pragmatismo lleva a priorizar de hecho el «hacer sin pensar». No es raro que a veces se resuelvan y ejecuten cosas sin prever suficientemente las consecuencias. Priorizamos en nuestras opciones aspectos válidos como la informática, el inglés o el mundo global en la educación, cuando hay miles de niños que están sumergidos en la desnutrición y son incapaces para acceder a un aprendizaje normal o bien no tienen útiles escolares básicos.

Y tampoco evaluamos suficientemente los contenidos y valores educativos que los capacitarán como personas. De hecho, priorizamos una especie de «zapping informático» y no nos planteamos el sentido de las cosas. Es cierto que, sumergidos en la rapidez de los cambios, si vivimos solo pragmáticamente, corremos el riesgo de deshumanizarnos y generar una crisis fomentando la degradación de la sociedad y la cultura.

Muchas veces, los cristianos nos cuestionamos cuál puede ser nuestro aporte en esta época. Desde ya que solo podemos servir, ahondando y formándonos en la fe en la que creemos y desde ahí tener una real apertura y diálogo con nuestro tiempo. Quizá haya dos palabras claves que debemos tener en cuenta que son: «identidad» y «diálogo».

Creo oportuno recordar un texto que hemos publicado los obispos argentinos en el año jubilar denominado: «Jesucristo, Señor de la Historia». En el mismo hay una referencia explícita a la necesidad de afirmar nuestra identidad en una época de cambios: «El comienzo del siglo encuentra a la humanidad en un momento muy significativo.

Algunas décadas atrás la Iglesia hablaba del amanecer de una época de la historia humana caracterizada sobre todo, por profundas transformaciones. Pero ese amanecer no ha concluido. Más aún, aquellas situaciones nuevas se han vuelto más complejas todavía. Por eso podemos percibir qué es lo que termina, pero no descubrimos con la misma claridad aquello que está comenzando. Frente a esta novedad se entrecruzan la perplejidad y fascinación, la desorientación y el deseo de futuro. En este contexto se plantea, a veces de un modo oculto y desordenado, preguntas urgentes: ¿Quién soy en realidad? ¿Cuál es nuestro origen y cuál nuestro destino? ¿qué sentido tiene el esfuerzo y el trabajo, el dolor y el pecado, el mal y la muerte? Tenemos necesidad de volver sobre estos interrogantes fundamentales.

En una época de profundas transformaciones, la cuestión de la identidad aparece como uno de los grandes desafíos. Y esta problemática afecta de modo decisivo al crecimiento, a la maduración y a la felicidad de todos. En este marco, queremos anunciar lo que creemos, porque el Evangelio es una luz para planteos que nos inquietan» (CEA, Jesucristo, Señor de la Historia, 3).

En el centro de nuestra identidad como cristianos, está la persona de Jesucristo, Dios hecho hombre. Es la piedra angular de la creación y de la historia. Es una tarea de cada cristiano comprender la centralidad de Jesucristo en su vida y asociarse libremente a él. El Evangelio de este domingo (Mc 5,21-43), nos presenta la sanación de una mujer y la resurrección de la hija de Jairo. En ambos casos el Señor resalta la fe como clave de estos milagros que son signos del Reino. La mujer que hacía doce años padecía hemorragias quedó curada. Lo importante del texto es aquello que dice el Señor: «Hija tu fe te ha salvado, vete en paz y queda sanada de tu enfermedad» (Mc 5, 34).

Si realmente como cristianos queremos ser discípulos de Jesús, trataremos de abrir nuestro corazón a sus enseñanzas. En el poner en práctica la Palabra de Dios, en el ejercicio de la comunión eclesial, nosotros alimentamos nuestra identidad y discipulado. Cuando entendemos que este discipulado debemos vivirlo en el mundo, en la familia, trabajo, política, escuela… comprendemos que la identidad cristiana realmente es un desafío necesario, para que nuestro aporte sea fecundo en medio de situaciones nuevas y complejas. El intentar vivir con identidad y coherencia de vida nos permite entender la exigencia del discipulado que nos pone el Señor. Solo por la fe podemos comprender esta propuesta del Señor, exigente, difícil de entender y sobre todo de vivir, en este amanecer aún un tanto oscuro. Pero si somos capaces de asumir esta propuesta estaremos transitando un camino de esperanza.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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El Obispo de Posadas, ordenó un nuevo sacerdote

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En la catedral San José de Posadas, Monseñor Juan Rubén Martínez ordenó sacerdote a Antonio Evaristo Vargas, la celebración tuvo lugar el viernes, 4 de diciembre. En una ceremonia, que fue con todas las medidas establecidas por protocolo de bioseguridad, con la comunidad diocesana y con la presencia de diferentes sacerdotes de la provincia.

Durante la homilía Monseñor, señaló que celebrar una ordenación sacerdotal siempre es una alegría, porque “es un don de Dios”, quien en medio de luchas y sufrimientos nos va compensando, haciendo notar su presencia, haciendo que la historia sea historia de salvación.

El obispo destacó que esta celebración: “Es un regalo para la Iglesia y para nuestra diócesis la ordenación de Antonio y queremos agradecerle a Dios por eso. Queremos agradecer tu “Sí”, tu respuesta, agradecer que a diario das amor en tu servicio, porque eso nos hace pensar también en como servir y como ser puentes entre Dios y los hombres”

“Es muy lindo el evangelio que elegiste para esta celebración Antonio, porque en esta parabola podemos ver la huella del amor del padre misericordioso que nos recibe y nos ama siempre. Ojalá siempre sintamos el amor del padre bueno. Una ordenación es una muestra de su misericordia y de su amor, la mies siempre es mucha y nosotros somos pocos, por eso estamos felices de tener un servidor más para el Señor y para el pueblo”, fueron algunas de las palabras del obispo diocesano.

El nuevo sacerdote eligió el lema: “Me postré consiente de mi nada y me levanté sacerdote para siempre” y el obispo también hizo mención a eso diciendo: “que bueno es que podamos ser conscientes de que somos nada sin Dios, que bueno es que podamos confiar en que él nos va a guiar y nos va a acompañar siempre en su misión y en el camino pastoral que nos toque transitar. Es importante que siempre sintamos su compañía, para poder tomar mejores decisiones como pastores y ser así pastores con olor a oveja, que está cerca de la comunidad, de las familias y de quién necesite de Dios”.

Al finalizar la ceremonia, el nuevo sacerdote agradeció a los presentes diciendo: “en primer lugar quiero decir GRACIAS, gracias y más gracias a todos los que están presentes en esta celebración, a los que me acompañaron en la formación, a mi familia y a todos los muchachos del seminario que son fundamentales para la formación y para seguir en este camino”.

Recordemos que como se informó oportunamente, el neopresbítero será nombrado vicario de la parroquia «Jesús Misericordioso» de Posadas.

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Seremos creíbles si nos reconocemos como hermanos

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Carta de Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas para el 1° domingo de Cuaresma 1 de marzo de 2020

El miércoles de ceniza, con la masiva participación del Pueblo de Dios en las misas que se celebraron en las distintas parroquias y comunidades, hemos iniciado el tiempo de la Cuaresma. Para acompañar la reflexión de este tiempo, escribo habitualmente una carta pastoral que iremos compartiendo en los próximos domingos.

«Nos disponemos a celebrar el tiempo cuaresmal como un tiempo de gracia y penitencia que nos prepara a vivir más intensamente el misterio central de nuestra fe que es la Pascua. Nuestra fe, que está centrada en la persona de Jesucristo el Señor, de quien queremos ser discípulos y misioneros, nos lleva a revisar nuestra vida y espiritualidad. Y lo hacemos a la luz del Evangelio de Aquel en quien creemos, de Aquel que se hizo uno de nosotros para salvarnos y se reveló para que comprendamos que nuestra vida está cargada de sentido y que todos los bautizados tenemos una vocación y una misión.

En la Pascua celebramos el misterio del amor de Dios. De un Dios cercano que se hizo hombre, de Jesucristo el Señor que por nosotros murió y resucitó. En estas semanas de Cuaresma, a través de la espiritualidad de la liturgia, nos disponemos a renovar nuestra fe, esperanza y caridad. Esta carta cuaresmal lleva por título, «Seremos creíbles si nos reconocemos como hermanos». El texto del Evangelio de San Juan nos ayuda a comprender la necesidad del amor a los hermanos: «Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que también ellos estén en nosotros para que el mundo crea que Tú me enviaste» (Jn 20,21). En esta reflexión cuaresmal buscaremos revisar cómo vivimos este pedido del Señor de reconocer al otro como hermano. Este mandato del Señor viene del Evangelio y es válido para todos los tiempos, pero, particularmente en el nuestro, tendremos que considerarlo especialmente. Amar a Dios y amar al prójimo será indispensable en esta época donde el contexto secularista rompe vínculos llevándonos a omitir a Dios y a ser indiferentes o incluso dañar a otros para sobrevivir en ámbitos excesivamente competitivos dominados por lo mercantil y el materialismo.

El fundamento último del amor humano está dado en el mismo amor trinitario. De hecho, el evangelio de Juan resalta la expresión del Señor en el versículo que ilumina esta carta: «que sean uno como Tú, Padre, y yo, somos uno» y agrega algo fundamental: «para que el mundo crea». Como causa de credibilidad del anuncio, de nuestra acción evangelizadora, se pone la unidad. En efecto, Cristo ha venido a ser semejante en todo a nosotros para que nosotros seamos hijos en Él (Heb 2,10-17). Para que seamos hijos de Dios en sentido pleno, capaces de decirle «Abba», es decir, Padre. Somos también coherederos de Cristo porque somos ya sus hermanos (Rom 8,14-17)».

En este primer domingo de Cuaresma, leemos el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto. (Mt 4,1-11). Allí, respondiendo al tentador, Jesús nos enseña que «El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Que la meditación de la palabra de Dios nos ayude a caminar como hermanos y con esperanza este tiempo de gracia y de conversión.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo Domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas.

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La maternidad es vida

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 1 de Adviento [1 de diciembre de 2019]

Estamos iniciando el tiempo del adviento, o sea, de preparación para celebrar la Navidad. Desde ya que todos sentimos el cansancio del fin de un año que se nos presentó en muchos aspectos difícil y exigente. En este contexto la liturgia del adviento nos invita a animarnos en la esperanza.

El Evangelio de este domingo (Mt 24,37-44), nos exhorta a la vigilancia y a la fidelidad: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada» (Mt 24,42-44).

La liturgia del adviento subraya el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza «escatológica», la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta perspectiva que nos hace reclamar: «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esto sería una esperanza alienante y la esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo.

No claudicamos en la esperanza y creemos que las cosas pueden mejorar si mejoramos nosotros y nos convertimos a Dios y a algunos valores indispensables como la vida, la verdad y la justicia. Pero tampoco podemos dejar de tener los pies sobre la tierra y ser claros frente a los problemas que se nos presentan.

Sorprende cómo en muchos medios de comunicación, en publicaciones, o en comentarios de algunos políticos y funcionarios, cuando se habla del tema de la maternidad, se lo plantea como un problema a resolver, ligado al crecimiento demográfico y a la pobreza. En Misiones, la tasa de natalidad, es decir el número de nacimientos por año, es superior a la media nacional. Algunas miradas ven esto como un problema e incluso se alarman. Sobre todo porque las tasas de natalidad altas se ven en madres pobres.

Los organismos internacionales permanentemente presionan para que el problema de la pobreza se solucione con una fuerte reducción de la natalidad. En esa línea proponen leyes que legalicen el aborto aludiendo que es el camino que siguen los países modernos. Les cuesta entender que la solución de la pobreza tiene que plantearse desde una mejor distribución de la riqueza, de la equidad y desde la justicia social, y no desde la eliminación de los niños por nacer. La avaricia va sometiéndonos a un sector del mundo que acumula y concentra riqueza y poder, y no se dispone a distribuir mejor desde la justicia y la equidad social

Considero oportuno recordar un texto de Aparecida sobre este tema: «Si esta opción [por los pobres] está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo”. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40).

De nuestra fe en Cristo, brota también la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio, que ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación. El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral». (393-394)

El egoísmo y la falta del sentido del bien común están en la raíz de nuestros males. En este domingo de adviento, la Palabra de Dios nos exhorta a que estemos prevenidos, porque el Señor vendrá a la hora menos pensada. Evidentemente nuestra sociedad necesita convertirse al bien común y a la justicia. La esperanza cristiana nos impulsa a sentirnos responsables para revertir el flagelo de la exclusión.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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Dios no es algo, es alguien

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 32 durante el año [10 de noviembre de 2019]

Así como ocurría en la época de Jesús, actualmente también nos encontramos con una invasión de propuestas religiosas que toman aspectos de la fe cristiana y los mezclan con esoterismo, ocultismo, magia, pseudo-psicología, curandería o «ciencias alternativas» y sin problemas siguen denominándose cristianas o católicas.

El texto del Evangelio de este domingo (Lc 20,27-38), nos habla sobre uno de los temas centrales de nuestra fe: «La resurrección». El Señor responde a los saduceos que la negaban: «Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Todos en efecto viven para él» (Lc 20,37-38).

San Juan Pablo II en la carta «Novo Milennio Ineunte», nos señala la importancia de contemplar en este inicio de milenio, el rostro de Cristo resucitado: «esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (1 Cor 15,14). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo, ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría… La Iglesia animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él es el mismo ayer, hoy y siempre» (NMI 28).

Con frecuencia nos encontramos con algunos que se manifiestan cristianos, pero por desconocer la centralidad de la Resurrección para la fe, creen en la reencarnación o sea en que su espíritu vivió en otras personas u otros seres vivientes, en diferentes épocas del pasado y se encaminan a vivir otras vidas en el futuro. Sin darse cuenta de que la reencarnación no es compatible con la revelación cristiana y con la resurrección. Otros, erróneamente, le ponen el nombre de ecumenismo o espíritu amplio a aceptar cualquier propuesta supersticiosa o sincretista (mezcla de todo). El ecumenismo es un camino de comunión muy importante, querido por Dios y que hemos iniciado los cristianos, que no intenta una mera unificación mezclando todo, sino que busca la profundización de la verdad y del misterio de Dios. Es uno de los grandes desafíos para los cristianos, pero también es cierto que muchos confunden eclecticismo con ecumenismo.

Hace algún tiempo la Comisión Episcopal de Fe y Cultura emitió un documento llamado «Frente a la Nueva Era». La lectura del mismo es importante porque aclara que este fenómeno cultural posmoderno, se refiere a lo religioso, pero «lo vacía de trascendencia» y por lo tanto no cree en la vida eterna y menos en la Resurrección, tema que el Señor subraya en el texto bíblico de este domingo. Dicho documento nos dice: «Como hemos indicado, la Nueva Era no se presenta propiamente como una religión, busca ponerse por sobre las religiones, por sobre la división que significan los diversos credos, para profesar el culto de la unidad. Se habla propiamente de técnicas de oración: de un “desarrollo crítico”, de potenciar las “dimensiones espirituales” del hombre, de un cosmos donde la “ley suprema es el Amor”. En el caso particular de nuestro país, sus difusores más fervorosos se manifiestan públicamente y sin ningún reparo como católicos, y se alude reiteradamente a figuras culturalmente distintivas de lo católico, como la Madre Teresa de Calcuta o el mismo Santo Padre» (5).

Todo esto provoca en el Pueblo de Dios confusión e interrogantes por poner todo en un paquete: la fe católica, los seres y astros extraterrestres, las flores de Bach, la reencarnación, la invocación a entidades misteriosas, la adoración a la diosa Gaia. Últimamente celebraciones ligadas a la brujería. Los cristianos estamos convencidos de que Cristo es el Señor de la Historia y de que en Él encontramos todas nuestras respuestas. El texto del Evangelio de este domingo nos habla sobre la resurrección, al igual que la primera lectura del segundo libros de los Macabeos. La resurrección del Señor es un tema central para los cristianos, que debe impregnar nuestra cotidianidad y sostenernos en la esperanza. Por esta certeza sabemos que, aún en medio de tanta incertidumbre y desorientación en nuestro tiempo, tenemos la seguridad de que tiene sentido buscar caminos nuevos, que impliquen la participación y el protagonismo comprometido en nuestra historia, porque en definitiva la Vida triunfa sobre la muerte.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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