Rezamos por nuestra Patria

Compartí esta noticia !

Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 30 durante el año [27 de octubre de 2019]

Este 27 de octubre es un día muy importante para nuestra Patria porque estamos eligiendo sobre todo al Presidente de la Nación que conducirá desde su rol el destino de los argentinos en los próximos años. En cada misa tendremos presente un pedido especial a Dios por nuestra Patria, para que los argentinos votemos con responsabilidad y compromiso por el bien común y por un futuro con esperanza.

En el texto del Evangelio de este domingo (Lc 18,9-14), el Señor nos presenta la parábola del fariseo y el publicano. San Lucas hace una apreciación sobre quiénes eran los fariseos: «algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás» (Lc 18,9).

Leyendo la Palabra de Dios notamos que los fariseos tenían un gran celo por la Ley (cfr. Mt 23,15) y solicitud por la perfección y la pureza (cfr. Mt 5,20), pero se ataban a las tradiciones rigoristas y humanas que los hacían cometer excesos, despreciaban a los ignorantes en nombre de su propia justicia (cfr. Lc 18,11), impedían el contacto con los pecadores y publicanos, limitando así su horizonte relacionado al amor a Dios y a los hermanos, que es el caracú y la clave de comprensión de la Palabra de Dios. Creo que es conveniente que leamos detenidamente la parábola de este domingo, porque en ella encontramos elementos profundos y necesarios en la espiritualidad y religiosidad del cristiano.

En esta reflexión quiero que pongamos la mirada especialmente en la actitud del publicano de la parábola.

El texto del Evangelio nos dice: «Manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo ¡Dios mío, ten piedad de mí, porque soy un pecador!» (Lc 18,13). En realidad, a este publicano se le abrieron las puertas del Reino que el Señor anunciaba por su humildad y pobreza de espíritu: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.» (Mt 5,3).

El documento de Aparecida señala esta clave de la acción evangelizadora de la Iglesia y de toda búsqueda de espiritualidad que es «la opción preferencial por los pobres y excluidos» y la necesidad de considerar que todo evangelizador solo podrá cumplir su misión tomando la actitud del publicano del Evangelio que es la pequeñez y la pobreza. El texto nos dice: «Nuestra fe proclama que Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (Heb 2,11-12). Ella, sin embargo, no es exclusiva, ni excluyente.

Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ilumina el misterio de Cristo. Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre. […] El servicio de la caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral» (DA 392-394).

A diferencia del publicano de la parábola, el fariseísmo tiene grandes similitudes con lo que hoy llamamos «fundamentalismos» o bien, «integrismos». En general, el error consiste en absolutizar su postura y condenar al que piensa distinto y sobre todo sentirse superior y mejor que los otros. Aún hoy tenemos en el mismo cristianismo posturas fundamentalistas o integristas.

Es cierto que aquello que más abunda son nuevas formas de fundamentalismos que debemos considerarlas especialmente y aparecen engañosamente como los adalides de la libertad y el pluralismo, y sostienen duramente una nueva «dictadura del relativismo». Son los que sostienen que no existen ni la verdad, ni los valores, ni los principios, y condenan con apodos y rotulaciones a quienes no se someten a relativizarlo todo. Este falso pluralismo autoritario, también es una nueva forma de fundamentalismo.

Estos fundamentalismos, por su soberbia, siempre son generadores de violencia. Sin embargo, aquellos que comprendan el valor de la pobreza espiritual y de la humildad, y la pongan en práctica, serán constructores de una sociedad mejor.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

Compartí esta noticia !

Liderazgos solidarios

Compartí esta noticia !

Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 15 durante el año [14 de julio de 2019]

Entre los tantos temas ausentes en la reflexión de nuestro tiempo, está el que nos cuestionemos sobre el discernimiento de los «modelos sociales» que habitualmente nos presentan los grandes medios de comunicación. Muchos de ellos provocan un grave daño
tanto en los adultos como en los jóvenes. Como algo habitual llegan hasta nuestros hogares novelas o programas de entretenimiento que se integran a las familias sin ninguna recepción crítica. Incluso sus personajes son amados u odiados sin tener en cuenta los valores o antivalores que expresan.

El texto del Evangelio de este domingo sobre el buen samaritano (Lc 10, 25-37), que ayudó a un pobre tirado en el camino, nos presenta un posible modelo a seguir. Quizás este modelo no sirva a muchos para promover formas de consumismo, ni tenga rating, ni sirva para hacer negocios, pero, imitar las actitudes de este samaritano, nos permitirá obtener un tesoro espiritual en nuestro interior que nos dará la satisfacción de tener más paz, distensión y mayor esperanza.

En el Evangelio de este domingo, Jesús le enseña al doctor de la Ley algunas condiciones para ser un testigo de la verdad y cómo debe ser un liderazgo social válido. Le dice que ponga en práctica aquello que en teoría ya conocía: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo». (Lc 10,27-28) Después le va a explicar quién es el prójimo con la conocida parábola del buen samaritano. Este sí era un modelo social porque supo ayudar a este pobre y herido que estaba tirado en el camino y le dio todo lo que necesitaba. Es bueno recordar el texto de la carta del papa san Juan Pablo II en «Novo Millennio Ineunte»: «Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que el mismo ha querido identificarse: “He tenido hambre y me diste de comer, he tenido sed y me has dado de beber… desnudo y me has vestido, encarcelado y me has venido a ver” (Mt. 25,35-36). Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia». (NMI 49)

Hoy también necesitamos que todos, pero sobre todo aquellos que tienen liderazgos sociales, políticos, económicos, religiosos… tengan un perfil que implique en sus acciones y compromisos esta opción preferencial por los pobres. Deberemos estar especialmente atentos a si los liderazgos son narcisistas que solo buscan poder y dinero o tienen una consideración especial por la inclusión de tantísimos hermanos marginados. Los liderazgos narcisistas siempre llevan al fracaso porque se desentienden del bien común. Necesitamos en cambio conducciones con mayor magnanimidad.

Es bueno recordar el documento de Aparecida que señala en concreto situaciones que debemos tener en cuenta y requieren una atención comprometida como la del buen samaritano: «La globalización hace emerger, en nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres.

Con especial atención y en continuidad con las Conferencias Generales anteriores, fijamos nuestra mirada en los rostros de los nuevos excluidos: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxico dependientes, adultos mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la exclusión y del tráfico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/das, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las grandes urbes, los indígenas y afroamericanos, campesinos sin tierra y los mineros. La Iglesia, con su Pastoral Social, debe dar acogida y acompañar a estas personas excluidas en los ámbitos que
correspondan». (DA 402)

Para generar esperanza en medio de tantas dificultades tendremos que corregir y ajustar muchas cosas, pero sobre todo deberemos asumir actitudes de conversión de corazón, para obrar como el buen samaritano de la parábola y así poder ser desde la caridad y justicia practicada, los modelos sociales que nuestro tiempo necesita.

Un saludo cercano y hasta el próximo domingo. Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

Compartí esta noticia !

La Fe de nuestro pueblo

Compartí esta noticia !

Al iniciar esta reflexión dominical quisiera expresar la alegría de algunos acontecimientos que manifiestan claramente la fe de nuestro pueblo como la procesión a Fátima del fin de semana pasado, y este domingo la procesión a Santa Rita en nuestra ciudad de Posadas. También estamos preparándonos para celebrar en unos días la solemnidad del Corpus Christi. Estas expresiones de fe muestran la piedad sencilla, solidaria y festiva de nuestro pueblo. En todas estas manifestaciones hemos pedido por el derecho más básico que es el derecho a vivir que tenemos todos, especialmente el derecho a la vida de los niños por nacer. En cada celebración también rezamos por la Patria y por sus necesidades, con la certeza que podremos tener esperanza si todos comprendemos que el futuro depende no solo de los otros sino del compromiso con el bien común que cada uno debe tener.
En este domingo estamos celebrando la gran solemnidad de Pentecostés. El Evangelio (Jn 20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado enviando a sus Apóstoles: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión. «Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonan y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».
Es importante recordar que estos hombres eran como nosotros. Pedro cuando es elegido se reconoce como pecador, y en el contexto de la Pasión de Jesús niega tres veces a su maestro, aunque después llora arrepentido por su debilidad y miedo. Esto es fundamental que lo tengamos presente, porque si bien es cierto que solo Dios es perfecto, nosotros no podemos hacer alarde de nuestras fragilidades, más bien debemos reconocerlas y tratar de cambiar, de insertar la Pascua en nuestra vida. Quizá como el Apóstol Pedro deberemos no relativizar, sino llorar nuestros pecados con arrepentimiento. Solo desde la humildad nos hacemos amigos de
Dios.
En la mañana de Pentecostés los Apóstoles, junto a otros y a María, estaban orando en el «Cenáculo». En esa mañana de hace 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos. En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado, tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión
comunitaria, eclesial.
Aparecida hace una referencia específica a esta necesidad en el hoy de nuestra América Latina y el Caribe. El texto señala: «La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa» (DA 156).
En estos dos mil años la Iglesia evangelizó, con la alegría del Espíritu, pero no le faltaron sufrimientos y martirios. Solo basta recorrer la historia, en donde desde ya se hace presente la fragilidad humana y la debilidad, como las negaciones de Pedro o la búsqueda de los primeros lugares de los Apóstoles Juan y Santiago, cuando todavía no entendían de qué se trataba el Reino de Dios… Pero la Iglesia que ha recorrido los siglos ha contado con la garantía del Espíritu Santo, que llevó a que muchos hombres y mujeres sean «testigos de Dios». También tantos santos, mártires, hombres y mujeres que desde el silencio de la cotidianidad fueron fieles, y dieron su vida por Amor a Dios y a sus hermanos. Hoy como ayer también deberemos dar testimonio en medio de alegrías y sufrimientos.
Nosotros en este Pentecostés queremos que resuene en nuestro corazón el mandato del Señor que nos dice: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19).
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
 

Compartí esta noticia !

Los laicos, testigos de la Pascua

Compartí esta noticia !

El texto del Evangelio de este domingo (Lc 24,35-48), nos relata la aparición de Jesús resucitado a los Apóstoles. Ellos necesitaban tener este encuentro Pascual para llevar adelante la misión de anunciar el Reino. Habían convivido con el Señor, sabían de su muerte y resurrección, pero aún estaban turbados y con temor. Por eso el texto señala: «Entonces les abrió la inteligencia, para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito; el Mesías, debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando en Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto”». (Lc 24,45-48)
Al reflexionar sobre la necesidad de centrar nuestra fe en Jesucristo resucitado y sus enseñanzas, llegamos a una conclusión que, aunque obvia, es bueno recordarla: no podemos llamarnos cristianos, si no deseamos y buscamos tener un encuentro con Jesucristo, el Señor, el que murió y resucitó. Para los Apóstoles fue fundamental este encuentro personal y pascual con el Señor. Esto les cambió la vida y permitió ser sus “testigos”.
En realidad, esto que vivieron los Apóstoles no fue una experiencia exclusiva de ellos, todos estamos llamados a tener esa experiencia pascual, con Jesucristo vivo y resucitado, para ser testigos. ¿Esto es sólo algo teórico? ¿Una abstracción distanciada de la realidad?  Considero conveniente acentuar que hay muchos hombres y mujeres que nos dan testimonio y responden con sus vidas ejemplares a estos interrogantes.
En este tiempo, y con la gracia del acontecimiento y el documento de Aparecida, vamos acentuando la necesidad de asumir como cristianos un camino discipular para la misión. Es cierto que esto es difícil en un contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del Evangelio, e incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación cristiana nos propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar quienes se apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades, no invalidan el Don de Dios del encuentro con Jesucristo y su revelación, ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.
Por esta misma razón en este tiempo deberemos acentuar este discipulado y misión, en todos, pero especialmente en nuestros laicos, que son la mayoría del pueblo de Dios, para humanizar y evangelizar nuestra cultura habitualmente bombardeada por ideologías materialistas que consideran a la persona como objeto de consumo, potenciando sólo sus instintos, y eliminando su espiritualidad que implica inteligencia, voluntad, libertad y la capacidad de trascendencia.
En relación a la necesidad de humanizar y evangelizar la cultura, Aparecida señala: «Son los laicos de nuestro continente, conscientes de su llamado a la santidad en virtud de su vocación bautismal, los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia. Para una adecuada formación de la misma, será de mucha utilidad el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se  compromete a llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque la vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.
El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana. Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir ante las insidias del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso moral sobre valores fundamentales que hacen posible la construcción de una sociedad justa» (505-506). Convocados por tantos testigos de la Pascua nuestro tiempo necesita de discípulos y discípulas portadores de esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

Compartí esta noticia !

La alegría de la Pascua

Compartí esta noticia !

¡Cuánto deseo compartir la alegría profunda de la celebración de la Pascua! La necesidad de expresar que no es suficiente celebrar este día solamente con algunos adornos especiales, ambientación, o bien una comida diferente, sino de pedir la gracia a Dios de poder tener una experiencia de fe personal y comunitaria del encuentro con la persona de Jesucristo, el que murió y resucitó.
El Evangelio de este domingo (Jn. 20,1-9), nos muestra el desconcierto que sintieron quienes fueron al sepulcro aquella madrugada del domingo no encontrando el cuerpo del Señor: «Pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos…» (Jn. 20,9). Algunos versículos más adelante San Juan en dicho Evangelio nos relata el gozo que experimentaron los Apóstoles con el encuentro con Jesucristo, resucitado: «Al atardecer de aquel día, el primero de la semana estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “la Paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos “se alegraron” de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La Paz esté con ustedes”, como el Padre me envió, también yo los envío» (Jn. 20,19-21).
Esta experiencia del envío y de la evangelización, desde el encuentro Pascual con Jesucristo, el Señor, es lo que estamos experimentando en el caminar de nuestra Diócesis en estos años.
Renovando permanentemente nuestro encuentro con Él y buscando caminos y desafíos a asumir en la evangelización nos llevan a tener una actitud de profundo agradecimiento por su presencia salvadora. Durante estos años en las Asambleas Diocesanas buscamos mejorar la comunión en la pastoral orgánica como Pueblo de Dios, con luces y sombras y experimentar al Cristo Resucitado.
Esta experiencia pascual es la que nos lleva a repetir aquello que señala Aparecida y que expresa tan bien el fruto del encuentro con el Resucitado. «En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo.
La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (28 y 29).
Este gozo pascual que debemos experimentar tanto personalmente como en comunidad eclesial no parte de la nada. Hubo en nuestras tierras testigos de Jesucristo resucitado durante varios siglos y es bueno hacer memoria. El substrato católico que está en nuestra gente expresado sobre todo en tantas manifestaciones de religiosidad popular fue establecido y dinamizado por una vasta legión misionera de obispos, sacerdotes, consagrados y laicos. Está ante todo la labor de nuestros santos, como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Pedro Claver, San Roque González, San Juan del Castillo y San Alonso Rodríguez, entre otros… quienes nos enseñan que, superando las debilidades y cobardías de los hombres que los rodeaban y a veces los perseguían, el Evangelio, en su plenitud de gracia y amor, se vivió y se puede vivir en América Latina como signo de grandeza espiritual y verdad divina.
Como en nuestro pasado, hoy también la celebración de la Pascua nos renueva en la esperanza. Como los Apóstoles en el texto del Evangelio de este domingo, como tantos santos, mártires, hombres y mujeres en nuestra historia, nosotros también necesitamos encontrarnos con Cristo Resucitado, para ser signos de esperanza y transformación en nuestro tiempo.
¡Les envío un saludo cercano y Feliz Pascua! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

Compartí esta noticia !

Categorías

Solverwp- WordPress Theme and Plugin