Un viaje al corazón de Pindó: energía al mundo

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La madera produce una extraña melodía al salir de la cinta y chocar con otras piezas idénticas. La cinta no se detiene. El movimiento dentro de la enorme planta, tampoco. Hay otros ruidos más potentes. La sierra, troncos transformándose. Cientos de operarios concentrados cada uno en su tarea. Algunos parapetados tras los monitores controlando que cada paso se cumpla a la perfección. Es una planta enorme, que alberga a unos 600 trabajadores que hacen de Pindó una potencia que gana presencia en el mundo.

Pese a las toneladas de madera trabajadas hora a hora, Pindó no es una empresa que pueda clasificarse sencillamente como forestal. Desde su génesis, con la fusión de diversas empresas de Puerto Esperanza, allá por 1976, la empresa liderada ahora por los hermanos Rafael y Andrés Scherer, es forestal, pero también yerbatera. Además custodia bosque nativo y casi “por diversión”, comenzó una “pequeña” producción de árboles frutales. Es también modelo de eficiencia energética, con su planta de generación por biomasa, que fue reconocida por la ONU y que le valió la emisión de más de 40 mil certificados de reducción de emisiones que ahora puede negociar en el mercado global. Pindó es todo eso. Y trabaja para completar el ciclo de la economía circular con el aprovechamiento de los últimos residuos de la biomasa forestal, que se vuelven a aprovechar como bioinsumos.

Fundada en 1976 por descendientes de inmigrantes suizos, la compañía está a punto de cumplir medio siglo con una estructura integrada que combina su propio vivero, yerba, energía y gestión ambiental, y un impacto productivo que la posiciona entre las empresas más innovadoras del país.


Pindó nació con el impulso pionero de reforestar con pino, araucaria y yerba mate, y hoy maneja plantaciones propias y de terceros, con una división de I+D que combina genética, eficiencia industrial y economía circular. El cuidado del suelo es clave en todo el proceso.
El vivero, que hace diez años llegó a ser el más grande del mundo en producción de yerba mate, alcanzó un récord de cuatro millones de plantines anuales entre pino y yerba. “Vivimos del campo y del monte, por eso la sustentabilidad no es una estrategia: es una forma de vida”, resume Rafael Scherer, uno de los hermanos al frente de la firma.

La compañía emplea 620 trabajadores en forma directa e indirecta -es el segundo empleador de Puerto Esperanza- y articula con 600 proveedores activos, en una red que abarca desde pequeños productores hasta gigantes forestales como Arauco, a la que le provee chips.
Pindó produce 7000 toneladas anuales de yerba propia, con 739 hectáreas cultivadas, de las cuales 168 son orgánicas. “Hacemos yerba desde 1990, con secadero propio, y mantenemos una relación comercial de más de 25 años con la cooperativa Colonia Liebig,”, detalla Scherer. La cooperativa correntina, con su marca Playadito que es líder en el mercado, hoy le compra más del 90 por ciento de la producción yerbatera.


La empresa diversificó además su matriz agroindustrial con cuatro hectáreas de maracuyá y una de frutos rojos, que generan 110.000 kilos de fruta y 40.000 kilos de pulpa congelada al año. “Incorporamos esta línea porque creemos que el futuro también pasa por los alimentos de origen natural y local, con trazabilidad y valor agregado”, explica.

“Es muy divertido y va muy con la filosofía de la empresa, que es darle valor a los productos de la tierra sin dañar el medio ambiente. Básicamente empezó como un proyecto de de frutas tropicales, de frutas locales, tenemos pitanga, maracuyá, darle valor a eso y después se fueron agregando otras frutas. La idea es que esto crezca y que tengamos un grupo de productores que nos acompañe y que tenga más margen bruto por hectárea de lo que puede hacerlo con un cultivo tradicional. Por ahí la limitante es que los mercados son un poco chicos y entonces no puedes crecer demasiado ni rápido. Pero manejándolo bien, creo que podemos llegar a hacer un lindo proyecto”, detalla Scherer.

El salto energético: de la biomasa al carbono

La creación de Pindó Eco-Energía, en 2016, marcó un antes y un después. La planta transforma los residuos del aserradero y del proceso forestal en energía limpia. “Aprovechamos la biomasa que antes quedaba acumulada y contaminaba”, señala Ana Lucía Ortiz, coordinadora de gestión del cambio.
La compañía genera 3.700 kWh por hora, con una capacidad instalada de 4 megavatios, de los cuales 2 megas se inyectan de manera constante al sistema eléctrico nacional. En nueve años, la planta produjo más de 225.000 megavatios, consolidando un modelo energético autosustentable.

El impacto ambiental fue verificado por la ONU: Pindó obtuvo 43.803 certificados de reducción de emisiones (bonos de carbono) bajo el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), el primer proyecto de este tipo en Argentina.


“Cada bono representa una tonelada de dióxido de carbono que no llegó a la atmósfera -explica Ortiz-. Aspiramos a venderlos a unos 15 dólares por unidad, aunque el valor dependerá de la demanda y del volumen que necesite compensar el comprador. No se trata solo de una cuestión económica, sino de validar internacionalmente una forma de producir energía limpia desde Misiones”.

Con esos bonos, Pindó aspira a sumar una nueva fuente de ingresos vinculada directamente al impacto positivo de su operación. “Es un reconocimiento a nuestro trabajo, pero también una señal para otras empresas argentinas: se puede competir globalmente desde un modelo sustentable”, agrega Ortiz.

El reconocimiento de la ONU, concretado en julio de 2025 con la emisión de los certificados, otorga a Pindó SA un lugar destacado en el mercado regulado de carbono, un esquema que aporta transparencia y credibilidad a través de auditorías internacionales en cada etapa del proceso. Para la empresa, este paso significa no solo una validación técnica de sus prácticas, sino también un posicionamiento estratégico en un mercado global cada vez más exigente en materia de sostenibilidad.

Ese círculo se completa con el biochar, un subproducto obtenido del residuo forestal carbonizado que se reincorpora al suelo como bioinsumo, mejorando su fertilidad y reduciendo la huella ambiental.
El biochar es un carbón vegetal producido a partir de biomasa orgánica, como restos de madera o agrícolas, mediante un proceso termoquímico llamado pirólisis en ausencia de oxígeno. Se utiliza principalmente como enmienda para el suelo, mejorando su fertilidad, capacidad de retener agua y nutrientes, y como un método para secuestrar carbono de la atmósfera. “Nada se pierde: todo vuelve a la tierra”, dice Scherer.

Pindó logró multiplicar por catorce su facturación inicial, manteniendo una gestión integrada que va del árbol al producto final. La empresa trabaja sobre “los mejores suelos de la provincia”, con un rendimiento promedio de 36 metros cúbicos por hectárea, por encima del estándar nacional (25-30 m³/ha).
“Usamos semillas de Australia y, junto al INTA, desarrollamos un híbrido local de alto rendimiento”, explica Scherer. “Logramos un 52 % de aprovechamiento del rollo, lo que significa 155 pies por tonelada (el resto se transforma en chips). Procesamos entre 30 y 35 equipos por día, unos 1.800 rollos por turno de 12 horas”.

En el aserradero, la producción se orienta a mercados globales exigentes -la empresa mantiene presencia en China, Estados Unidos, Canadá, México, India y Vietnam-. “Exportamos madera rústica a China y al sudeste asiático, que luego vuelve a Estados Unidos más barata”, relata el empresario. Además, aunque reconoce que hay una ventana de oportunidades, todavía no sienten el efecto de la suba de aranceles que aplicó Donald Trump a Brasil, un competidor directo. “Es un ciclo global extraño -admite Scherer-, pero hoy los precios internacionales están bajos y la demanda floja. Todavía no sentimos el efecto de los aranceles, aunque el mercado sigue inestable”.

Scherer no elude la situación económica del país al analizar el flujo de producción y asegura que uno de los problemas de la Argentina es que “fluctúa demasiado”.

“Se va a la derecha, a la izquierda, se va a expansión monetaria, después se va a retracción y como empresa es muy difícil manejarse en contextos tan cambiantes. Pero hoy por hoy todo el mundo está así, así que capaz el mundo se estuvo argentinizando. Hoy estamos en todos lados, así”, analiza.

Durante la entrevista con Economis, Scherer menciona en varias oportunidades la filosofía de la empresa. Y no es otra que siempre ir “corriendo las metas”.

“El éxito no se mide en cómo estás ahora. Hoy se podría decir que estamos donde queríamos estar y estamos viendo a dónde queremos estar más adelante”, argumenta. “Uno tiene que ser inconformista. Lo que tenés que disfrutar es el camino y no la meta. La meta es es un punto para pararte y para mirar a dónde vas a seguir yendo, pero no no es que llegaste a algún lado y tienes que estar conforme”.

Reservas, biodiversidad y visión de futuro
Además del complejo industrial, Pindó administra cuatro reservas prioritarias de conservación que protegen ecosistemas nativos en la zona norte de Misiones. Allí se aplican planes de manejo sostenible que combinan regeneración natural y conservación de biodiversidad.

“Las araucarias nos dieron de comer -recuerda Scherer-. Son parte de nuestra historia. Pero el futuro exige eficiencia y adaptación: el romanticismo no alcanza si la industria pide otra cosa.”

Con una estructura diversificada y una fuerte inversión en innovación, Pindó consolidó un modelo productivo donde la eficiencia energética, la reforestación certificada y la investigación científica son parte de un mismo sistema.

“Todo lo que hacemos, lo hacemos al revés -bromea Scherer-. Pero si eso significa probar, aprender y crecer, entonces vale la pena”.

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