El mundo según Donald Trump

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Comenzó su segundo mandato con mucha tela para cortar. El manejo de la Casa Blanca hoy tiene un peso significativo en el mundo, desde la política práctica, las relaciones económicas y hasta el aparato cultural. Todo ello comprometido a partir de los primeros días de gobierno del republicano, quien volvió al poder con todo su arsenal a cuestas. 

Política, siempre política 

Donald Trump, lejos de ser un “loco”, como muchas veces fue catalogado, es un verdadero animal político. Entiende el manejo del poder como pocos y está dispuesto a poner a su país ante todo. Si bien entiende que forma parte de una tríada hegemónica, junto a Putin y Xi Jinping, su mano para torcer los idearios contrarios está más vigente que nunca. 

En un puñado de horas, puso sobre la mesa la necesidad de terminar de una buena vez por todas con la guerra en Ucrania, incluyendo una cumbre o una charla con el mismísimo Putin. Paralelamente, dejando a la buena del destino a Europa. La Unión Europea es, sin lugar a dudas, la región que, porcentualmente, perdió más influencia en los últimos años y el arribo de Trump solo profundiza eso. Al presidente de Estados Unidos no le importa Europa. Ve a Macron y Scholz como meros nexos con sus intereses económicos y no mucho más. Hoy no existe un equivalente político de peso en la Unión Europea que pueda sentarse en la mesa con Trump. 

Sus pretensiones de marcarle la cancha a sus países sigue. Los coqueteos anexionistas con Canadá y el conflicto migratorio/fronterizo con México es una evidente realidad, en conjunto a una serie de elevados aranceles y un llamado a empresas multinacionales a producir en Estados Unidos. 

En pocas palabras, el mundo político según Trump es, Estados Unidos antes que todo y que todos. No es una novedad, por algo su slogan es “Make America Great Again”. En este sentido, a Trump no le sirven los conflictos internacionales que no estén bajo su control o dónde haya un beneficio directo. El caso de Ucrania es algo práctico para entender esto. Es un conflicto que no está bajo su control ni pretende tenerlo, además de que no es beneficioso en intereses, razón por la cual busca terminarlo lo antes posible. 

Trump no es ni bueno ni malo, como en la geopolítica en sí, simplemente hay intereses. Para el presidente de EEUU, Ucrania fue un gastadero de dinero enorme, donde la gestión de Trump no supo, en principio, leer los nuevos términos del reordenamiento global, y luego solo sirvió para intentar mantener la hegemonía europea. 

El nuevo orden mundial tiene a la multipolaridad como ente regente, es decir, varias potencias que manejan zonas de influencia, en una coexistencia que tiene roces cercanos en los límites que se propongan, los cuales pueden ser político, económicos, bélicos, etc. Rusia hace tiempo lo entendió, es por eso que la cercanía geográfica de la OTAN fue una amenaza tomada como razón de invasión a Ucrania, más allá del verdadero interés en el manejo geoestratégico de esa zona por parte de Rusia. Con Trump nuevamente en el juego, eso cambia drásticamente. 

Volviendo a Make America Great Again, el republicano no tiene tapujo alguno en aplicar un proteccionismo excesivo en la economía para fortalecer su industria interna, con un fin importante y es el de recuperar la hegemonía de la producción y el ensamblaje de autos a combustión, un lugar que le fue arrebatado por China, dominando un mercado enorme. A Trump le importa poco y nada que haya partes del mundo que vean truncadas sus redes comerciales internacionales de comercio, de hecho, hablando de Latinoamérica fue tajante: “ellos nos necesitan a nosotros, nosotros a ellos no”. Lo más fuerte de todo esto es que, en términos prácticos, es real. 

Los migrantes, otro tema político y emblemático de Make America Great Again. Las rispideces con México y demás países por crisis vivida actualmente es una realidad y las deportaciones responden a eso, inclusive induciendo a una culpabilidad por parte de los países que, interna e indirectamente, promovieron esta situación con políticas endebles y falta de control total. 

Para Trump, EEUU todo, el resto del mundo nada. 

Nueva era cultural

Con el retorno del republicano, el mundo asistió y seguirá asistiendo a una transformación de orden cultural que marca una nueva era. Además de lo geopolítico y el afianzamiento de los nacionalismos, el gran aparato cultural parece salir de la izquierda para pasar lentamente a la derecha. 

Es simple, Trump vino a cimentar el fin del progresismo a nivel mundial, o de eso que denominan como “cultura woke”. El diccionario Oxford define esta palabra como “estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. Sin embargo, añade que muchas veces se usa de forma despectiva, para describir a quienes parecen “molestarse con demasiada facilidad” o “exagerar sobre estos temas sin generar cambios reales”.

Entendiendo esto, el gobierno de Trump es la punta de lanza para cambiar las concepciones que hacen al progresismo a nivel mundial. Tópicos como el género, el racismo, la xenofobia o el ambientalismo son foco de críticas constantes por parte de Trump. El desmantelamiento de los organismos e instituciones que trabajan en estas áreas es una realidad como así también el hecho de abrazar las ideas conservadoras, en base a una supuesta libertad, casi como un significante vacío. 

Es un cambio de era porque no solo no está solo, sino que es el gran exponente de esto. Tiene sus alfiles en el resto del mundo. Líderes como Milei, Bukele, Meloni, Orbán, el partido AfD en Alemania y Vox en España son algunos de los simples ejemplos. En connivencia con poblaciones numerosas que se cansaron de la inacción de facciones progresistas pero que, en la época de la híper comunicación, pasaron al extremo del descreimiento absoluto. ¿Cuál es el fin de esto? Captar por completo a una clase media tradicional, lejos de las urbes metropolitanas y de las vanguardias ideológicas, las cuales pueden simbolizar, por un lado, una fuerza de trabajo importante, y por otro lado, una militancia indirecta que sirve electoral y simbólicamente. 

En el mundo bipolar, la puja ideológica, filosófica y cultural era el capitalismo contra el comunismo. En el mundo multipolar, esta disputa es entre el conservadurismo y el globalismo. Cabe destacar que líderes como Putin y Xi Jinping, si bien son contrincantes de EEUU en la repartición del mundo multipolar, también pregonan ese conservadurismo. A tal punto de que esto puede decantar en gentilezas o gestos entre las potencias, que puedan ser beneficiosas para los poderosos en el concierto internacional. 

¿Nazismo en el siglo XXI?

Otra tremenda polémica que tiene lugar en este contexto es el recrudecimiento de un concepto tan sensible como ser o no ser nazi. Dos temas han disparado este tópico. Por un lado, el gesto de Elon Musk. Un tema que causó un revuelo total, en donde varias voces políticas salieron a dar su opinión. El CEO de X y funcionario de Trump hizo una seña que fue interpretada como el famoso saludo romano usado por Hitler y sus huestes. Musk y parte de sus seguidores cuestionaron esto dando a entender que hay un aprovechamiento del progresismo para desacreditarlo. Nuevamente, la batalla cultural en pugna. 

El otro tema es el de varios seguidores libertarios que se subieron a la polémica de Alice Weidel, la referente de AfD, un partido ultraderechista alemán, la cual afirmó que Hitler era comunista. Además de entender que no hay error histórico más grande que esto, por el simple hecho de que Hitler persiguió comunistas y nunca abolió la propiedad privada, algo muy propio de los regímenes colectivistas de izquierda, tiene un trasfondo mucho más grande. 

Parece ser que el mundo está girando hacia una permisión sin precedente en lo cercano, en donde busca cambiarse el curso de la historia ya ocurrida. Darle otro significado histórico al nazismo puede traer consecuencias gravísimas en la actualidad. La incomprensión de este término, puede decantar en la romantización y la falta de herramientas para detectar peligros relacionados a esta ideología. No sería ni la primera ni la última vez que el uso político de la historia tome sentido, solo que acá no se habla de una apropiación de un hecho o de un prócer, sino de la flexibilización del fascismo alemán, una de las ideologías más oscuras de la historia. 

El mundo está cambiando abruptamente y es imposible separar lo político de lo cultural. Hoy más que nunca, el cambio está girando hacia las élites nacionalistas, conservadoras y tradicionales, con un Trump intentando inyectar validez social a la clase media pero con ecos mundiales que, en lo geopolítico trae a la multipolaridad, y en términos culturales, al fin del progresismo y con una llamada hacia la izquierda internacional: o abandonan las minuciosidades del progresismo o parecen contra el actual orden entrante. 

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El segundo round de Trump

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Comienza un nuevo ciclo para Estados Unidos y también para el mundo. Donald Trump se adueña nuevamente de la Casa Blanca. Recargado y con un contexto internacional distinto al que le tocó afrontar cuando fue presidente por primera vez, el efecto de su arribo ya se siente y el tablero geopolítico empieza a cambiar sus fichas. 

El nuevo Trump 

Varias cuestiones se esperan del gobierno entrante republicano. Con la mira puesta en la recuperación económica de la clase media, Trump promete medidas de alto impacto a favor de la industria nacional estadounidense. Esto puede afectar visiblemente a los socios comerciales de Estados Unidos, sin embargo, esa recuperación económica está intrínsecamente relacionada a un condicionante cultural que prevalece ante todo. 

La mejoría de la clase media estadounidense es el significado del ya conocido slogan “Make America Great Again”. No existe tal cosa cómo hacer grande otra vez a Estados Unidos, sino recuperar las bases del sector productivo y pujante del país. 

Está claro que el gran generador de cambios e innovaciones tecnológicas y económicas en Estados Unidos fue la clase media. Siendo casi una normalidad dentro de los modelos capitalistas industrializados, la clase media fue la que introdujo los cambios más significativos en la competencia de mercado, por una propia necesidad de subir en el escalafón social. Claro está que, con el correr del tiempo, las clases medias fueron transformándose en pudientes, siendo el fiel ejemplo de la movilidad social ascendente, tan propia del capitalismo más “esperanzador”. 

Por otro lado, Make America Great Again es un slogan con fuertes connotaciones culturales. Trump se transformó en la cara visible contra las expresiones progresistas y, la defensa de la clase media, deja de ser una mera situación económica para sumar el aliciente de una defensa de los valores conservadores. Esa América blanca profunda que tanto se suele ver en las películas de Hollywood, es parte de la construcción del ideario sociocultural que fomenta Trump y que tanta aceptación tiene en propios y extraños. Esta es la razón por la cual hay tantas reminiscencias al pasado en la prédica trumpista.

Además de la cuestión cultural, entra el sentimiento de un nacionalismo crudo. Make America Great Again es también el fortalecimiento del valor nacional, el cual, pegado a lo cultural y económico, genera una síntesis en la cuestión migratoria. Para tener una clase media fortalecida y mantener los tradicionales valores conservadores, para Trump es fundamental tener una frontera “sana”. No significa cortar de cuajo con la llegada de inmigrantes, siempre y cuando no alteren el status quo y se adecuen al nuevo sueño americano. 

Esas son las tres patas para hacer que América sea grande otra vez, según los republicanos. 

Trump, en la tríada mundial 

Como si fuesen tres grandes partes de un todo, son tres los nombres que se erigen como los líderes del mandato global, compartiendo ciertas características en la puja por la hegemonía: Trump, Putin y Xi Jinping. 

Lo que se espera en la política exterior para el segundo mandato trumpista es justamente una división de las zonas del planeta junto a Rusia y China, en el primer orden. 

Trump entiende que la globalización está acabada y que lo único que queda de esa época son pseudo tecnócratas reconvertidos en lobbistas de las criptomonedas, el resto pereció o se hizo con empresas millonarias. Ante este panorama de regionalización de la política internacional, el multilateralismo es la forma en la cual se muestra el nuevo orden mundial. El mismo trata de la coexistencia de varios frentes hegemónicos en el mundo, en donde puedan ejercer mayor o menor influencia en las zonas de conflicto (áreas cercanas o límites) buscando el mayor provecho posible para ello. 

Esta tendencia de Trump se consolida con el serio interés en adquirir Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá. Los pasos interoceánicos son fundamentales para el líder estadounidense, entendiendo que se encuentra atrasada la gestión de su país en cuanto a la gran división del Ártico, Pacífico e Índico que hicieron China y Rusia, en alianza, y con la presencia siempre amenazante de India. Estos pasos son fundamentales para el comercio exterior y para la investigación científica, cómo así también los asentamientos bélicos. El consecuente crecimiento de la tecnología podría permitir nuevos descubrimientos en estas zonas y las posibilidades de habitabilidad, lo cual deslumbra a las intenciones imperiales de los tres grandes. 

Además de compartir esa sed por los pasos interoceánicos, comparten la idea de hacerse de espacio terrestre, Trump con Canadá, por más utópico que sea, sumado al paralelismo de Rusia con Ucrania y China con Taiwán. Todo esto relacionado a otro punto de contacto entre las grandes potencias y es un nacionalismo cada vez más fuerte y evidente. El problema no será interno, sino cuando haya roces en las zonas de conflicto. Todo esto con la vital atención a Medio Oriente, una zona conflictiva en donde siempre hay sendos intereses internacionales.

¿Qué lugar ocupa Argentina para Trump? Casi como una tradición geopolítica, es prácticamente nula su existencia. Sin embargo, el explícito alineamiento de Milei le puede significar una mayor atención de Trump. La situación es que si el gesto diplomático de Milei es suficiente para que Trump destrabe conflictos económicos argentinos, como la deuda externa. En caso contrario, el entreguismo podría ser el otro gesto al que apele la región por el respaldo de Trump. Esto no es descabellado, siendo que el líder republicano está encantado con la hegemonía de parte de los pasos interoceánicos del Ártico y Centroamérica. Allí, habría que prestar vital atención el sur más austral de Argentina y Chile, además de la mismísima Antártida. 

¡Goodbye progres!

Otro tema y no menos importante es la reacción cultural ante el triunfo de Trump. La cultura woke o progresismo se consolidó en los últimos años como la única expresión posible en el complejo entramado social, cultural y étnico, llevando esto a una relativización absoluta de los procesos históricos. 

El arribo de Trump significa un cambio de época a nivel mundial también en este orden, y es entendible por la llegada de varios líderes mundiales con prédica conservadora sobre esto, entre ellos Milei, Bukele, Meloni, Orban y hasta los dos grandes magnates de la política que competirán por el trono con Trump, nada más y nada menos que Putin y Xi Jinping. 

El fin del progresismo cultural es un hecho. Desde Disney hasta varios departamentos relacionados a políticas de género, raciales y anti discriminación, comenzaron a abandonar esa tendencia, incluyendo una “tweeterización” de Meta, en donde la censura pasará a ser cada vez más lejana en cuanto a la proliferación de discursos. 

Es fácil entender que los mercados siempre van a responder a las necesidades o tendencias de los consumidores, y hoy el ascenso del neoconservadurismo promueve estos cambios que sin lugar a dudas le parecen muy antipáticos a toda una generación que creció con la proliferación de la cultura woke. 

Está claro que, si esto tiene lugar, es debido a un creciente hartazgo del ciudadano promedio hacia  quienes propalaron a viva voz el progresismo en todo el mundo. 

Mientras tanto, el mundo se mantiene expectante, el nuevo mandato de Trump no va a ser algo simple, sino que marca el inicio de nuevos tiempos, signados por el nacionalismo y dónde nuestra región deberá encontrar pergaminos suficientes como para manejar la situación o, al menos, alinearse con el menor costo posible. 

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Trump, el conquistador

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Comienza el segundo mandato del polémico republicano con una premisa en política exterior que hace mucho ruido en el mundo. El lado más anexionista de Donald Trump sale a flote, amenazando con modificar las fronteras actuales de países y romper la pasividad diplomática en la región, más allá de ciertos episodios internos. 

Trump quiere imponer las reglas del juego, y junto a Putin y Xi Jinping, se apresta a delinear la nueva repartición del globo. 

El nuevo Estados Unidos 

Groenlandia, Canadá y Panamá, son los nuevos territorios apuntados por Trump. Todos ellos, países o cuestiones internas que despiertan el evidente interés del presidente entrante de Estados Unidos. 

En el caso de Canadá, habló de la posible anexión y de la transformación en el Estado 51. Esta situación tensó las relaciones con su vecino del norte que, en gran medida, encontró rechazo a los dichos de Donald Trump. El mandatario redobló la apuesta al esbozar públicamente que los canadienses anhelan ser parte de Estados Unidos, prometiendo una baja impositiva y reducción de tasas. El libre comercio parece ser siempre la gran promesa para seducir a poblaciones en crisis. 

Groenlandia, una parte del mundo bajo tutela de Dinamarca pero con gobierno propio, pasaba inadvertido en el concierto internacional hasta que Trump los puso en juego. Quiere la gran isla blanca y dijo públicamente que sus habitantes se beneficiarían mucho si Groenlandia pasa a ser parte de Estados Unidos. En Copenhague no cayó nada bien

Apartado interesante el de Panamá. Desde hace tiempo que Trump viene pidiendo una baja impositiva para las embarcaciones estadounidenses que transiten de océano a océano en el famoso canal de dicho país. 

Trump suscitó cuestiones históricas sobre la relación de ambos países y el rol preponderante de Washington en la construcción del canal de Panamá. Además, no descartó la no utilización de la fuerza bélica si los barcos de bandera estadounidenses no logran la baja impositiva que pide el republicano. 

Pequeño apartado, pero no menos importante, para el pequeño cruce con México. Es que Trump reveló su intención de cambiar el nombre del Golfo de México. Algo más hilarante y poco práctico que los demás arrebatos geopolíticos, pero con la funcionalidad de poner los ojos de la prensa en lo verdaderamente importante: Trump quiere nuevas regiones para Estados Unidos. 

Imperialismo estratégico

Todas las zonas a las cuales apunta Trump dan indicios de la necesidad del manejo de nuevos pasajes y sobre todo de cruces interoceánicos que sean provechosos para Estados Unidos, de manera económica, científica y militar. 

En el caso de Groenlandia y Canadá es clave ver que Trump apunta al dominio del Ártico y la hegemonía de las rutas marítimas de esa zona, al menos en la parte del Atlántico y parte colindante del Pacífico. 

Con Panamá pasa algo parecido. El predominio del canal artificial inaugurado en ese país en 1914 es clave para la economía y el liderazgo político en la región. Desde el vamos, el canal de Panamá es el objeto por el cual los barcos pueden atravesar el océano Pacífico al Atlántico y viceversa sin demasiados inconvenientes, pudiendo dejar de lado las rutas de borde continental como se hacía previamente y que encarecía los costos y alargaba los tiempos. Nuevamente, queda al descubierto que Trump quiere hacer de América en su totalidad, a las nuevas grandes rutas marítimas y de influencia de Estados Unidos. Comercialmente es vital por razones obvias, militarmente es clave para extender la presencia del Tío Sam ante las amenazas de Rusia y China y científicamente es clave para nuevos hallazgos o tecnologías que permitan mejorar las condiciones del ser humano es climas hostiles, como lo es Groenlandia y su frío gélido. 

Este apartado lleva a pensar que pronto Trump puede pensar y mirar a Argentina y Chile. Si le interesan los pasos interoceánicos del Ártico y Centroamérica, también es lógico que vea los del sur. Allí juega un papel fundamental el estrecho de Magallanes, el canal de Beagle y el pasaje Drake. No es descabellado pensar que, bajo la misma tendencia, Trump busque hacerse de estas regiones o crear escenarios de presión para la aceptación de la presencia de su flota allí y, por qué no, posterior manejo de la zona. Esto puede llevar a un conflicto muy a futuro por los territorios de la Antártida. 

Multipolaridad y división del mundo

La globalización terminó, es un hecho. Ese estadio del capitalismo arriba a su fin para dejarle paso a una fase digital en lo económico y, en lo político, a una fragmentación de varias potencias manejando diversas zonas del mundo pero con puntos de contacto que puede ser gravitante. 

No es de extrañarse que Trump esté tan apurado, por dos motivos. Uno de ellos es que la política exterior de la gestión Biden fue patética, generando más problemas que soluciones para las pretensiones de Washington. Y, por otro lado, Rusia y China están un paso adelante. Ambos países han logrado establecer una suerte de alianza tácita a la hora de manejar parte del Ártico, Pacífico e Índico. 

De allí radica la necesidad de Trump de apresurarse, inclusive sonando desesperado y actuando en soledad. Está claro que en el nuevo orden mundial y bajo el poderío republicano, Estados Unidos no considera como iguales a sus socios de la OTAN. Por algo, se pasa por encima a Canadá y a Dinamarca. Es interesante el caso de Groenlandia, ya que promueve la idea de que si Copenhague pierde el control de esa región, la falta de credibilidad de Europa y el escaso liderazgo quedará más expuesto que nunca, demostrando una fragilidad pocas veces vista en los últimos siglos. 

Ahora bien, esto también demuestra que son 3 los líderes que marcan el pulso de una nueva era y que tiene como premisa al anexionismo y las extensiones territoriales. Putin lo hace con Ucrania, Xi Jinping con Taiwán y Trump con Canadá, Groenlandia y Panamá. Todos ellos para manejar lugares estratégicos para el comercio mundial.

Las nuevas reglas del juego están sobre la mesa y son, al menos por ahora, tres países quienes las están conociendo, con poderío militar, político y económico. Mientras tanto, Europa se hunde en una clara crisis de identidad y de falta de conducción política, Latinoamérica sigue postergada y África demuestra meros gritos de liberación del viejo colonialismo francés. 

Tres líderes diferentes pero un mismo modelo, el nuevo futuro global. 

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Milei vs Maduro, la pelea del 2025

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Dos líderes, dos países, pero por sobre todo, dos modelos completamente distintos. Venezuela y Argentina reversionan una suerte de tensión diplomática digna de los años de la Guerra Fría, pero con condicionantes actuales y con un mapa geopolítico completamente distinto. Ambos líderes van a fondo y dispuestos a una contienda diplomática de carácter global. 

Divorcio geopolítico 

Venezuela y Argentina gozaron de una relación cercana durante los años del kirchnerismo. Valga o no todas las críticas que se posaron sobre ese acercamiento, el famoso socialismo del siglo XXI fue un determinante para que la región se reconfigure con el chavismo y el kirchnerismo como líderes de la región, sumado al Brasil de Lula. El impacto de la irrupción de la derecha fue suficiente para demoler los cimientos de gran parte de ese socialismo del siglo XXI, y Venezuela, sin la figura de Hugo Chávez pero con un Nicolas Maduro con prácticas tiránicas en el poder, logró conseguir más detractores que seguidores. Pese a los esfuerzos de Macri de enfriar las relaciones entre Buenos Aires y Caracas, el que tomó al toro por las astas fue Javier Milei, valiéndose de una crisis diplomática inexorable. 

Todo arranca con arremetimientos directos entre ambos, inclusive previo a que Milei fuera consagrado como presidente argentino. La diferencia ideológica es notable aunque todo fue escalando en tensiones hasta una ruptura evidente. La decisión del presidente argentino de darle asilo político a los opositores al régimen de Maduro en la embajada argentina en Caracas fue un punto de inflexión en la relación. Eso, en conjunto a los polémicos resultados electorales del año pasado en Venezuela que llevaron a Maduro a la reelección, poniendo ante los ojos del mundo las dudas acerca de la transparencia en dicho país, y sobre todo, generando una señal de razón hacia las decisiones del gobierno argentino. 

Las persecuciones y presiones ejercidas por el régimen chavista sobre la embajada argentina motivó al retiro de su personal diplomático y que la unidad de representación en Venezuela quede bajo tutela de Brasil. Esto, de por sí, ya es considerado un escándalo en diplomacia pero, indudablemente, todo explotó cuando Nahuel Gallo, el gendarme argentino que visitó Venezuela para reencontrarse con su familia, fue detenido casi de manera arbitraria por el régimen de Maduro, generando un dilema que llegó hasta la Corte Internacional. Cabe destacar que, cuando comenzó el amedrentamiento a la embajada argentina, el gobierno pensó en la idea de enviar gendarmes a protegerla, eso, sin dudas, encendió las alarmas en Caracas y puso la palabra “gendarme” en el vocabulario de la mesa chica de Maduro.

El caso de Nahuel Gallo marca un antes y un después en las relaciones internacionales en Sudamérica. Una detención en ese carácter inflige un sesgo de desconfianza absoluta en lo que sucede internamente en Venezuela, con un hermetismo propio de Corea del Norte. Pareciera ser que la frase de Michelo, el influencer argentino en Caracas, toma otro significado: “Venezuela no es lo que te dicen las redes”. 

Además de la lamentable situación del gendarme argentino preso en suelo venezolano, la cercanía de Edmundo Gonzalez Urrutia con Javier Milei parece abonar aún a más al enojo de Nicolas Maduro o al menos a la idea de un distanciamiento muy marcado, algo que, mientras ambos sigan en el poder, parece irreconciliable. 

Milei, enemigo público nº1 de Maduro 

La gran pregunta ante todo este desequilibrio geopolítico y estas riñas que tienen a países enteros de por medio es, ¿que ganan ambos Estados con este conflicto? Hay un trasfondo único que comparten Milei y Maduro, aunque parezcan tan distantes. Ambos buscan posicionarse como referentes con reconocimiento global en su apartado ideológico: Milei de la derecha y Maduro de la izquierda. Eso los lleva a no dar el brazo a torcer cuando se habla de este tipo de conflictos que ya están escalando a una tensión peligrosa. 

En el caso argentino, Milei gana un notable reconocimiento al encabezar acciones concretas en su manejo de Estado a la hora de defender o dar un espaldarazo a los opositores a Maduro. El asilo político en la embajada, la recepción a González Urrutia y las denuncias internacionales le valen para poder posicionarse como uno de los líderes que más entusiastas se muestran en la cuestión Venezuela. Eso, en el marco de las relaciones internacionales le vale una suerte de prestigio frente a los poderosos con los que simpatiza, principalmente pensando en Estados Unidos. 

La situación venezolana es más compleja. ¿Qué puede ganar un Estado que encierra a un visitante argentino? Pensando en el argumento del chavismo, hay una suerte de búsqueda de reconocimiento o prestigio entre la izquierda o países con fuerte desapego hacia el occidentalismo de agenda que marca Estados Unidos. Según Venezuela, Nahuel Gallo es un terrorista, o al menos está siendo investigado como tal. En base al chavismo, el gendarme argentino detenido allí estaba haciendo un trabajo de inteligencia u oficiando como “espía”. Esto sirve para generar el relato de la resistencia socialista ante las garras imperialistas, un slogan tan viejo como fuera de contexto en este caso. La prédica de la lucha constante contra el “fascismo” es uno de los pilares discursivos del régimen de Nicolas Maduro, y esta disputa con Milei solo sirve para acrecentar aún más esto. 

Otro tema es hasta dónde puede llegar esto. Mientras el juego les sirva a ambos para ser antagonistas de una historia ideológica, las cosas no se saldrán de control. Ahora bien, el mal cálculo de ambos, sobre todo con la vida del gendarme argentino detenido en Venezuela, puede decantar en un episodio violento y de riesgo regional. Las tensiones aumentan y en medio, un mapa ideológico que se va movimiento año tras año con las distintas elecciones, aunque hoy en día pareciera ser que las dos figuras enfrentadas son los referentes en la materia, quizás sumando a Lula en su gestión en Brasil. Es curioso que, una zona tan pacífica, en comparación con otras partes del mundo, asista a un progresivo deterioro de las relaciones internacionales con un marcado distanciamiento ideológico y diplomático, poniendo en riesgo, quizás, a futuro, el balance y el orden que siempre caracterizó a Suramérica. 

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¿El año del quiebre democrático?

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Cierra el año con altibajos políticos en todas partes del mundo, casi como de costumbre en la historia, pero con una particularidad la cual no hay que dejar pasar por alto. Este año marca un proceso de desguace democrático en varias partes del mundo, casi como un debilitamiento del modelo de participación ciudadana directa y un paralelo ascenso de las formas autoritarias de ejercer el poder. 

Democracia -1 

En proporciones y con contextos particulares distintos, pero con un final parecido, Corea del Sur y Alemania entraron en un proceso de desorden institucional que decantó en una evidente crisis política. Paradójicamente, ambos países fueron ejemplos de milagros económicos desde la década de los 50’s en adelante, sumados a Japón. Quizás la economía frívola les pasó por encima a una sociedad cansada y con consignas distintas de las de algunos años atrás. 

El caso surcoreano pasa a través de un antes y después por el intento de ley marcial fallida impuesto por Yoon Suk-yeol. Ese patoterismo político con tintes chauvinistas solo conlleva a un arrepentimiento casi cobarde, y con un escenario final que fue el de su destitución a través de una moción de censura expresada por el Parlamento. Curiosamente, su reemplazante (presidente interino), Han Duck-soo, ni siquiera llegó al 2025, ya que también fue destituido por la Cámara Alta, debido a la lentitud del proceso de nombramiento de jueces para la Corte Constitucional. Parece increíble pero Corea del Sur terminará en diciembre con 3 presidentes distintos… otra que Argentina en 2001 con 7 presidentes en una semana. 

La situación alemana pasa por la disolución del Congreso y el llamado a elecciones anticipadas por parte del presidente Steinmeir, tras el fracaso del primer ministro Olaf Scholz en una moción de confianza que no fue favorable, razón por la cual perdió la mayoría en el Congreso y, básicamente, no podrá gobernar. Esto tiene como contexto una ruptura política interna en el gobierno alemán, donde Scholz echó a su ministro de finanzas por diferencias de manejo económico y de política exterior. Literalmente, el gobierno colapsó y las elecciones serán en febrero, otro síntoma de la cobardía e incapacidad política de Olaf Scholz y el vacío de liderazgo que dejó Angela Merkel, no solo en Alemania, sino en Europa en general. 

Hay algo que comparten Corea del Sur y Alemania y es el hartazgo social hacia sus modelos. La gente ya no confía en su totalidad en el sistema que los apaña, sino todo lo contrario, la duda se posa sobre las democracias liberales en el mundo. Hay varios factores, como la inacción para frenar cuestiones gravitantes en sociedad como la migración o el terrorismo y el hecho de tampoco haber encontrado una respuesta a la creciente desigualdad social que golpea a estos modelos. De hecho, durante los últimos años, la filmografía surcoreana se encargó de mostrarle al mundo su descontento con las desavenencias socioeconómicas que afectan al país.

Está claro que el 2024 empieza a demostrar un cambio de orden mundial, en donde la democracia empieza a ser cuestionada, tal y como se venía planteando desde la Post Segunda Guerra Mundial, esto no sólo incluye a las democracias liberales, sino también a los modelos de Estado de Bienestar con tendencia keynesiana. Ambos extremos han demostrado una no adaptación a los nuevos términos geopolíticos, los cuales incluyen la desglobalización y el multilateralismo. Asimismo, hay un factor exógeno que llama poderosamente la atención. 

Líder mesiánico… líder del 24/25 

Lo que aparentan no ver las democracias en crisis es que hay un factor determinante para su declive, y es el modo de hacer política. Sumado a lo detallado previamente, el vox populi vox dei demuestra que hay otra figura de mandatario que acapara la atención del pueblo. Las sociedades en crisis muestran descontento y enojo y ven reflejado eso en funcionarios que se expresen como tal. Cierto autoritarismo y un sesgo desfachatado es el modelo a seguir en el mundo a la hora de exponer líderes ideales. Ese hombre intelectual, serio y bien hablado parece ser cosa del pasado, hoy es el arrebato y la terminología violenta la que acapara al electorado, y más aún que la imagen es el hecho de cumplir con la palabra, algo que ha sido tan bastardeado y que tanto vale en comunidad. En este término es fácil ver a quienes se refiere, líderes como Trump, Bolsonaro, Milei y Bukele van acaparando cada vez más espacio, no solo en sus países sino como políticos globales. Su desfachatez y lo políticamente incorrecto sumado al “decir y hacer” les ha valido un posicionamiento que marca una agenda internacional. Del otro lado de la brújula hay líderes que cuentan con esa prédica también, como Putin, Orban y Xi Jinping, aunque con diferencias ideológicas marcadas, su ritmo y estilo político parece ir por ese lado. 

¿La gente se cansó de votar? En absoluto. El ciudadano global pondera a quienes cumplen lo que dicen y la inacción de las democracias liberales o la socialdemocracia sólo llevó a un descontento que es cada vez más creciente y le da un espacio enorme a líderes de la envergadura de Trump, quien con una muñeca política impoluta, maneja a la perfección eso a su favor, y, además, sabe posicionarse como un ejemplo en el mundo. 

Tal vez el multilateralismo o el hecho de compartir la hegemonía regional entre potencias de carácter histórico, político, económico y hasta cultural, requiere de líderes fuertes con amplio apoyo popular, no solo en las urnas, sino en el día a día, desde el convencimiento por las acciones. Caso contrario no se explicaría el vital fortalecimiento de la imagen positiva de Milei en la clase trabajadora tras el tremendo ajuste en Argentina.

Tal vez no es el modelo en su totalidad lo que entre en crisis, sino la forma de hacer política. Todo eso empujado y fuertemente pregonado desde redes sociales con discursos hasta irreverentes, aunque sumamente efectivos. 

Una etapa de cambio total en el mundo parece ser el contexto de tiempos difíciles formando hombres fuertes, donde el pueblo tenga con qué creer, estén equivocados o acertados. La verdad no es tangible sino construida, ahí está el cambio político que está aconteciendo a nivel mundial. 

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