Brasil y la eco – emergencia política

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El sur de Brasil se transformó en el epicentro de una verdadera zona de desastre. Inundaciones graves cambiaron para siempre la percepción de esa zona y sobre todo, nos lleva a la reflexión de como se llegó a ese punto de ¿no retorno?

La naturaleza es sabia y claro que, cuando habla, es hasta vengativa. En este sentido, Río Grande do Sul no fue la excepción. Las fuertes lluvias provocaron inundaciones en zonas urbanas con resultados catastróficos. Hasta el momento son más de 100 personas que perdieron la vida, sumado a varias desapariciones y pérdidas materiales que, por el momento, son incalculables. Cuando uno dice que la vida les cambió para siempre a estas personas, es una realidad palpable.

Ahora bien, más allá de todo el trabajo de rescate y solución de esta situación de emergencia, cabe preguntarse que hizo que el sur del vecino país de Brasil termine en esta tragedia. Aquí, las decisiones del hombre fueron principales responsables de esta calamidad.

(In)acción política

Los gobiernos son decisivos a la hora de comprender los resultados de los procesos a corto, mediano y largo plazo de las sociedades. Su manejo de cuestiones económicas, sociales, culturales e ideológicas son claves. Y, más allá, de considerarse una arista de por sí, todas estas cuestiones atraviesan el ambiente, dando imágenes palpables de lo que se hacen en los estrados legislativos y ejecutivos para mejorar nuestra convivencia ecosistémica.

El hecho de un ambiente que nos rodea o que, forma parte de nuestra cotidianeidad es vital para entender como la voluntad política puede modificar este trajín.

El caso brasilero es paradigmático, ya que son depositarios de un país enorme en términos territoriales, que los “bendice” con un ambiente sumamente rico. Sacando de lado las bellezas de sus playas y todo lo que socialmente crece a la par de ellas, la zona selvática es vital para todo el mundo, no solo Brasil. El gran Amazonas junto a su selva es el gran pulmón verde del mundo, aunque fue bastardeada por decisiones de índole política.

El desmonte y la deforestación son asuntos vitales para una economía, pero desgastantes para la naturaleza. Desde la década de los 70’s en adelante, el Amazonas perdió cerca del 20% de su superficie total, a partir del avance del frente extractivo y de una saña incontrolable del hombre por hacer dinero. Que se entienda, no está mal lucrar, ahora bien, hacerlo a expensas de la destrucción natural no parece la decisión más sabia, sobre todo por los resultados expresados en catástrofes enormes como la de Río Grande do Sul.

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Este avance del afán económico sin perspectiva de cuidado ambiental tuvo un quiebre bajo la gestión Bolsonaro. El mandatario gobernó entre 2019 y 2023, dejando cifras alarmantes en cuanto a la deforestación amazónica. En 2019, 2020 y 2021 superó los 6 mil km2, marcando una abrupta diferencia con los 3336 km2 del año 2018. Ya en 2022, la cifra comienza a tocar su techo con 7135 km2, y en 2023, la situación fue del 5153 km2. Estos datos provienen del Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales, organismo que utiliza el reconocido Sistema de Detección de Deforestación en Tiempo Real. Otro dato vital es que el gobierno de Lula Da Silva, logró reducir casi a la mitad la deforestación en su primer año del último gobierno.

Estos números, más allá de ser o parecer frívolos, son suficientes para dar fe a una situación dramática en cuanto a las decisiones que tome un gobierno. Está claro que, dentro del gobierno de Jair Bolsonaro, el cuidado ambiental no fue prioridad. Ahora bien, ¿qué hay detrás del avasallamiento de la naturaleza? Simple y llanamente una serie de empresas multinacionales dispuestas a hacer dinero con el extractivismo y el avance de la frontera agrícola. El activo principal aquí es la soja. Campos enteros de ello, con un mercado internacional verdaderamente imponente son las cuestiones a tener en cuenta para empezar a comprender la destrucción del Amazonas. El avance de este cultivo en manos de productores, quienes concentran el capital internacional y jactándose del amiguismo con el poder estatal brasilero fueron claves para entender esto.

La destrucción de la biodiversidad es vital para comprender como estas copiosas lluvias decantan en un desastre total como el que vive Río Grande Do Sul, con inundaciones varias y ciudades que deberán pasar por un proceso de reurbanización.

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Gobernar en paz con el ambiente

Una de las salidas para esta situación, a largo plazo, es comenzar a planificar acciones políticas que respeten a la naturaleza. Ya sea desde el financiamiento de entidades públicas como el apoyo a privadas para la toma de decisiones en sociedad que sean positivas para el territorio en cuestión. El caso Misiones es interesante. Un pequeño estado subnacional con un Ministerio de Cambio Climático y con una batería de leyes de cuidado ambiental de diversa índole que buscan proteger el ambiente que concentra más del 50% de la biodiversidad total de la República Argentina.

Hoy el mundo deberá debatir otras cosas, o al menos tomando otros parámetros. Aquí también entra algo que es inevitable o al menos, no controlable por el hombre: cambio climático. Este fenómeno se puede evidenciar en cuestiones como altas temperaturas en invierno o bajas en verano, en varias partes del mundo. Inundaciones, tormentas repentinas y fuertes, granizadas potentes, tornados fuera de control, entre otros llamados de atención destructivos.

Los Estados deben seguir trabajando en hacer crecer a sus economías, apoyando al sector privado y promoviendo que las sociedades crezcan en armonía con el capital, pero con un propósito que es debate en el mundial: cuidar lo que nos rodea. El ecosistema está en una situación alarmante y no basta con que un vecino recicle o separe los desechos orgánicos de los inorgánicos. La individualización de estas acciones solo aísla aún más a la necesidad de estar mejor. Es decir, la práctica individual sin el apoyo colectivo con conciencia es algo inviable. Es por eso que los Estados y las empresas cobran un rol vital para que el mundo respire. La voluntad política y la geopolítica son las claves para que la comunidad internacional pueda empezar a torcer esta historia, que hoy habla de Brasil pero nos toca a todos de cerca.

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