Bukele for export
Escribe Lucas Doroñuk
El modelo se seguridad propuesto en El Salvador fue foco de críticas y también de respaldo. En el medio de esa polémica, las prácticas del “Rey Nayib” también son materia de exportación.
Bukele fue claro desde el principio: los pandilleros son sus enemigos. Su gestión se basó, contundentemente, en eliminar a rajatabla el accionar de los delincuentes callejeros. Con una serie de reformas, un discurso embravecido y “mano dura” para ejecutar sus misivas, El Salvador se transformó en un cliché o una obsesión de la política internacional. Su impacto, dentro y fuera de sus fronteras, con una puesta en escena hollywoodense, le valió a Bukele una fama axiomática.
Más allá de la frivolidad de los números, solo basta con salir a las calles y escuchar al común denominador de la gente el hecho de decir “hace falta un Bukele en Rosario”. Esas palabras, claramente responden a un efecto cuasi inmediato de consumo mediático, más que al análisis profundo de las causas y consecuencias. Sin embargo, es un termómetro político. En ese punto, también existe en el imaginario colectivo, el relato de que “Latinoamérica es peligrosa”.
Ese público poco sagaz podría desmayarse al conocer los barrios populares de Nueva York, Detroit y Filadelfia. Ante toda esta confusión que va configurando relatos, la figura de Bukele para el que no es salvadoreño es el de un dictador o un salvador. Un anticristo o un mesías. Esta dicotomía siempre fue efectiva en la política, según demuestra la sabia historia.
La certeza es que Bukele es una gran bestia pop. Es producto de la necesidad de generación de temor y seguridad. Es la espada de Damocles de los pandilleros, y con una tasa de efectividad digna de un centrodelantero del Real Madrid. Ese ideario, simbólico y práctico, se transformó en un bien de consumo, y hasta de pedido de ciudadanos.
El caso ejemplar es Honduras. Este país vecino de El Salvador comenzó a desplegar un mega operativo de seguridad llamado “Fe y esperanza” (curioso nombre, dicho sea de paso). En ese contexto, la misión es exterminar las redes de delincuencias que operan bajo el manto de las pandillas, en las calles y en las cárceles. Razias, redadas, represión, destrucción de armas y ordenamiento carcelario, se transformaron en moneda corriente durante esta semana. Xiomara Castro, la mandataria hondureña, se puso en modo Bukele con la publicación de una serie de videos con claros dotes cinematográficos de como trasladaban a los reos y como incautaban armas.
A todo esto, los mandatarios de El Salvador y Honduras son totalmente disímiles ideológicamente hablando, entonces… ¿por qué comparten esta visión? Es cierto que el avance de las pandillas son un verdadero flagelo social en Centroamérica, principalmente, y también es muy cierto que los narcotraficantes reconfiguraron las redes territoriales en los lugares de operación, formando narco – estados que funcionan como Estados paralelos y que, con total claridad, marcan tensiones con el poder central, aumentado la conflictividad social y el peligro para los sectores involucrados. Colombia es el ejemplo más claro, pero a ello se le suma Bolivia, Perú y Ecuador, formando todo un corredor de mega – producción de drogas con un mercado de exportación claro.
El hecho de combatir a los narco – delincuentes y las pandillas es un pedido histórico de estas poblaciones, desde las guerras de Colombia contra Pablo Escobar, hasta las maras actualmente. Sin embargo, el único que arribó a un escenario de dureza extrema fue Bukele. En paralelo, son otros países de Centroamérica los que buscan copiar su modelo de seguridad, en conjunto a los sectores más conservadores de América Latina, inclusive figuras claves de la política argentina reivindican esto. No es algo nuevo que piensen así, de hecho, siempre pensaron que esa sería la única solución, pero nadie quería pagar el costo político de esto. Una vez que Nayib Bukele puso primera, pareciera ser que marcó el camino para que, detrás de él, venga el resto de los políticos con afán de extremo control.
Esta tendencia lleva a una vieja falacia de la historia: no se pueden trasladar los modelos de un país a otro. Esto es algo tan viejo como la propia delincuencia. En palabras simples, lo que funciona en un país no necesariamente puede funcionar igual en otro, por una infinidad de cuestiones meramente complejas, como la identidad cultural, idiosincrasia, historia en común, territorio, y un sinfín de aristas más.
Asimismo, aún desconocemos el resultado de la guerra de Bukele contra las pandillas. Está claro que nadie desea que la violencia y la delincuencia prolifere, y que, por el contrario, impere la paz y la justicia social. Sin embargo, hay sobrados ejemplos que los regímenes de mayor opresión y represión generaron mayores embrollos violentos. A mayor control, mayor resistencia, casi como una fórmula de nuestra historia.
Además de ello, la delincuencia es un fenómeno tan complejo que con más palos y más gritos es difícil de solucionar. Pero el efecto Bukele no es de seguridad, es político. La exposición de estos hechos tienen un fin político y que, así como Colombia exporta café y Argentina exporta carne de primera, hoy El Salvador exporta el modelo, la figura y los paladines de la seguridad del “Rey Nayib”.