Abejas, una revolución tecnológica posada en nuestro jardín

Escribe Camilo Furlan

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Los famosos “algoritmos de aprendizaje automático”, o Machine Learning, fueron diseñados en torno al funcionamiento lógico-matemático de las neuronas animales. Por ello, estos sistemas suelen llevar el nombre de “Redes neuronales”, los cuales se conforman por facciones (neuronas) encargadas de; recibir, procesar, y devolver información mediante complejas ecuaciones matemáticas.

Al estar estos sistemas basados en la estructura misma del pensamiento racional de los animales, la ciencia jamás pierde vista el comportamiento de los mismos como un pilar fundamental de posibles innovaciones futuras. Científicos de la Universidad de Sheffield, se enfocaron en el peculiar comportamiento de las abejas melíferas, debido a su rápida y eficaz manera de tomar decisiones clave en momentos determinados. Verán, el funcionamiento de una neurona, tiende a ser semejante en todas las especies que posean un cerebro, o mínimamente un sistema de neuronas funcional, de manera que ésta no sería la razón por la que estos nobles insectos captarían la atención de los científicos.

Cada vez que una abeja sale a recolectar néctar, deberá de examinar cuidadosamente pequeñas variaciones en el color o el aroma para decidir en qué flor posarse. Un error en esta decisión es costoso, pues significa un desperdicio de energía y expone a la abeja a peligros y amenazas circundantes. Lo sorprendente es que, para tomar esta decisión, la abeja se vale de un cerebro del tamaño de una semilla de sésamo, con no más de un millón de neuronas. Estas limitaciones llevaron a que la evolución desarrollara el sistema mas eficiente para tomar decisiones rápidas con recursos cognitivos significativamente escasos, desarrollando así, un cerebro desorbitantemente eficiente en cumplir estas simples tareas.

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Mediante rigurosas investigaciones, se sometieron a grupos de abejas a tomar estas decisiones de manera controlada, es decir, poniéndoles a disposición una cantidad concreta de flores artificiales que suministrarían algunos líquidos azucarados o amargos según el color. Con la suficiente cantidad de repeticiones, las abejas no solamente comprenderían el beneficio de algunas flores en función de las demás, sino que aprenderían sorprendentemente rápido, y su estructura de pensamiento se desarrollaría en torno a este sistema de “Recompensa y castigo” impuesto en el experimento.

Si bien el funcionamiento de sus neuronas no es significativamente diferente al nuestro, los patrones de conexión establecidos entre las mismas son maravillas en miniatura. Las implicancias que tiene en el mundo de la I.A tienen que ver con abaratar costos de procesamiento, debido a una exhaustiva supresión de neuronas innecesarias en el procesamiento de la información. Revolucionando así todo lo que podríamos crear en torno a ello.

De esta manera, y una vez más, la naturaleza viene a mostrarnos como se hace. Dejándonos bien en claro que todo “descubrimiento” que nos adjudiquemos como especie, no es más que una mera replica de un sistema mucho más antiguo que nuestras PCs de escritorio, las cuales conectamos a nuestro fantástico Internet. El mismo fue desarrollado alrededor de los años 80s, pero en el suelo que pisamos, se haya una red 25 veces más compleja que internet, creada hace más de 40 millones de años llamada Michorizla.

Tan complejo e inteligente es el sistema que conforma lo que nosotros nombramos “Naturaleza”, que desarrollo cerebros tan complejos que serían capaces de ser cocientes de sí mismos y del mundo que los rodea, y que a su vez serían capaces de aprender de sí mismos y desarrollar sistemas basados en el funcionamiento de las propias neuronas. Pero, supongo que esa tal Natura no es más que un desordenado montón de mugre, que alberga preciados minerales que nos hacen vernos más brillantes o coloridos que nuestros desiertos de cemento. Quizás, coincido en que, tras milenios de evolución, esta inteligencia superlativa si erró en algo, y fue en dotarnos de arrogancia, poniendo en nuestra mano el fuego, con el que podríamos iluminar nuestras aldeas o quemar todo aquello que nos dio vida.

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