Compró una vieja chacra en El Soberbio a precio de ganga y ahora es un paraíso en una región en pleno auge

Leo Rangel se asentó en El Soberbio, Misiones, cuando el turismo no llegaba y todavía no había muchas rutas asfaltadas. Ahora, una buena parte de su chacra, muy cerca de los saltos del Moconá, es un gran reservorio de plantas nativas y un lugar cada vez más buscado

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Leo Rangel se asentó en El Soberbio, Misiones, cuando el turismo no llegaba y todavía no había muchas rutas asfaltadas. Ahora, una buena parte de su chacra, muy cerca de los saltos del Moconá, es un gran reservorio de plantas nativas y un lugar cada vez más buscado

Por Guido Piotrkowski – Podríamos decir que el guardaparque uruguayo Leo Rangel fue un visionario. Hace treinta años, cuando llegó a El Soberbio desde su Montevideo natal, quedó cautivado por la naturaleza en estado salvaje de este paraje ubicado en el centro-este de la provincia de Misiones, en el que deslumbran los Saltos del Moconá.

El Soberbio está ubicado a 280 kilómetros de Puerto Iguazú, y 230 de Posadas, a la vera del río Uruguay, frente a la localidad brasileña de Porto Soberbio. Es un vergel protegido por las 250 mil hectáreas que tiene la Reserva de Biosfera Yabotí, dentro de las cuales están las mil hectáreas del Parque Provincial Moconá.

“Viajé para conocer, pero me encantó y me vine a vivir”, cuenta hoy Rangel, que tiene 51 años. En los primeros tiempos puso un bar frente a las Ruinas de San Ignacio, a 250 kilómetros de acá, hasta que en 2006 entró a trabajar como guardaparque en el Parque Provincial Saltos del Moconá. Fue en aquellos tiempos que compró esta porción de tierra, que era una chacra desmontada de catorce hectáreas a la vera de la ruta 2, un camino de tierra en aquellas épocas. Hoy, la chacra que adquirió a precio de ganga es un vergel impresionante de 38 hectáreas a mitad de camino entre el casco urbano y el parque provincial, en una ruta que ahora está asfaltada.

“Los primeros años viví solo acá”, recuerda ahora este hombre que formó su familia y echo raíces en estos pagos donde vive con su esposa Adriana y sus tres pequeños hijos, Silvestre, León y Mora. Ahora pasa una semana en su emprendimiento-hogar, y una semana en el parque.

Rangel llamó a su pequeña porción de paraíso Yasí Yateré, una palabra que en guaraní tiene dos acepciones. Por un lado encarna un ser de la mitología nativa que es el guardián justiciero de la selva. La otra corresponde al nombre de un pájaro “escurridizo”, según define el propio Rangel, que es autor del libro La selva por dentro, una guía de aves y especies vegetales de la exuberante jungla local.

Yasí Yateré, con más de 1000 plantas

Seis de las treinta y ocho hectáreas son las que destina para las dos confortables cabañas que tiene como alojamiento – y una más en construcción- y para la actividad productivo– turística. El resto lo conserva como una reserva intangible. La idea de Rangel es mostrar al visitante la selva misionera, que aprenda sobre especies vegetales, que pueda olerlas, palparlas, degustarlas. En total hay por acá cerca de mil plantas productivas, algunas de fibra como el agave y la rafia, unas trescientas aromáticas y otras tantas comestibles.

“Solo en frutales tenemos más de trecientas variedades entre nativas y exóticas”, detalla el guardaparque, mientras recorremos su propio paraíso. Azaleas, pitangas, ananás y lichis; té, yerba, mate, café y tabaco cubano; frambuesa tropical, limón mandarina y zarzamora; cedrón, menta y burrito; cilantro, orégano y artemisa. Hay también especies tan exóticas como el urucum, una planta que utilizan los indígenas del Amazonas para pintarse la cara, que les sirve como protector solar, repelente y camuflaje. Y así podríamos seguir infinitamente.

Durante el recorrido, machete en mano, Leo ofrece probar los frutos que recolecta en el momento, cultivados agroecológicamente. “Respetando la naturaleza”, tal como subraya en medio del recorrido, que dura cerca de una hora.

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El Soberbio es la capital de las esencias, y nosotros trabajamos sobre los aromas. Los aromas y sabores tienen que ver con el subconsciente -explica Rangel-. Te conectan con situaciones de tu infancia, como un dejá vú. Lo mismo ocurre con los sabores de las frutas. La mayor cantidad de nuestros visitantes son de la ciudad, y este es un momento de conexión con la naturaleza”.

El sendero de plantas de cultivo y exóticas se conecta a través de un puentecito de madera sobre un arroyo con otro sendero demarcado en medio de una abundante porción de selva. Al lado del puente está una de las cabañas de madera para alojarse. Este sendero es el Jardín Botánico y atesora una buena muestra de lo que es la selva misionera, entre ellos la mayoría de helechos que hay en la provincia. El camino desemboca en un mirador precioso al río Uruguay. Hacia abajo, se ve un salto de agua, al que en verano se puede acceder por otra senda que cada temporada Rangel tiene que volver a abrir a fuerza de machete.

Al terminar el recorrido, Leo y Adriana invitan a los visitantes a degustar un té, mate o café, que son elaborados con esos mismos frutos de cosecha propia, acompañados de los dulces que también producen, como el de mamón o guayaba y que se pueden comprar en la tienda de Yasí Yateré para llevar a casa.

Frente a Brasil

El Soberbio es una de esas ciudades pequeñas, que es más ciudad por cantidad de habitantes que por espíritu. Una ciudad con cadencia de pueblo en la que no hay mucho para hacer más que acercarse a contemplar el atardecer en la costanera del río Uruguay, frente a Brasil. El atractivo, en todo caso, está en derredor. En el parque y sus saltos, en los miradores en la ruta, en los pequeños emprendimientos, y en los ecolodges, que ofrecen alojamiento de alto nivel y actividades de ecoturismo en medio de un entorno fantástico

Como bien indica su nombre es un sitio que cautiva a quien lo visita por su singular belleza y exuberancia, un paraje ubicado en medio de los caminos de tierra colorada y selva esmeralda, a la vera de un gran río y donde proliferan cascadas y arroyos. Se suele contar que aquel nombre proviene de la frase de una de las primeras personas que llegó al arroyo Guarambocá, quien habría dicho: “¡Qué soberbio lugar!”.

El pueblo se fundó hace 75 años Su población ingresó en mayor medida desde Brasil, como los jangaderos, que eran los encargados de maniobrar río abajo las grandes balsas de troncos llamadas jangadas. Algunos de estos jangaderos, como el primer colonizador Don Arturo Henn y el primer docente Fenocchio, fueron quienes con el paso de los años forjaron el asentamiento y fundaron el pueblo. Tan cerca de Brasil está, son tantos los migrantes del país vecino que fueron poblando este lugar, que el portuñol, o hasta el castellano con acento portugués, es moneda corriente por acá.

Los saltos del Moconá

El Soberbio es la selva misionera en su máxima expresión. Aún con la tala y los desmontes, la Reserva Yabotí (tortuga en guaraní) dentro de la cual está el Parque Provincial Moconá, es un reservorio de jungla virgen. “Es la mayor expresión en la Argentina de la selva paranaense, uno de los pulmones más grandes del país”, afirma Victor Mota, director de Turismo local. “El único lugar donde no se toca un pelo es el Parque Moconá. En la reserva de biósfera se puede extraer madera, pero hay un plan de manejo. Las madereras se pueden sacar, pero tienen que reforestar las nativas”, completa Mota.

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El mayor atractivo del parque es el paseo en lancha por el río Uruguay para poder apreciar los saltos, que a diferencia de otros, corren paralelos al curso del río, y a lo largo de unos 1800 metros. En un buen día, pueden llegar a tener diez metros de alto, siempre y cuando el caudal del río este bajo. Cuanto más agua tiene el río, mas bajos serán los saltos, y viceversa. El caudal depende tanto de las lluvias, un factor que no se pude controlar, como de la represa del lado brasileño. Más allá de las vicisitudes climáticas, los fines de semana y los días lunes son los mejores para verlos, ya que es durante esos días que las represas vecinas, luego de un acuerdo con las autoridades locales, no suelen generar energía, y entonces el río tiende a bajar.

De todos modos, si no toca en suerte una de esas jornadas que se pueden ver los Saltos del Moconá en su máximo esplendor, la visita no será en vano, porque conocer el parque vale la pena.

Antes de la creación del parque provincial en 1988, eran muy pocos los que se atrevían a entrar. “Yo tenía una camioneta y venía casi todos los días a traer gente. ¡No había asfalto, y la camioneta patinaba de acá para allá! Se podía pasar los saltos caminando por arriba, era la única manera de verlos. Había un trilho (sendero en portuñol) marcado. Era más espontáneo todo. Nadie se animaba a entrar a los saltos”, rememora y se jacta José Pires, que fue guía baquiano durante muchos años y hoy trabaja en la municipalidad.

El parque tiene tres senderos selva adentro en los que se puede ver una enorme cantidad de árboles nativos: guayubira, chachí, jabuticaba, grapia, cedro, yacaratiá, la madera comestible; o la ultrarresistente liana cipó, una enredadera que abraza los árboles, entre un sinfín de especies arbóreas nativas que habitan esta selva fantástica. Pires, nacido y criado en estas tierras, conoce de árboles como pocos. Los distingue incluso a lo lejos y en medio de esta mata verde, donde para un ojo inexperto todo puede ser similar. Donde todo es verde. Cada vez que ve un ejemplar con alguna singularidad, se entusiasma como un niño con juguete nuevo. Los abraza, los toca, piensa que se podría hacer con esa madera.

Los tres senderos son de baja dificultad, pero bien agrestes. El sendero de La Gruta desemboca en una cascada preciosa, y tiene un kilómetro y medio de largo aproximadamente. En tanto, el sendero Chachí, que es el más extenso, tiene unos dos kilómetros y al final desemboca en un mirador con una gran vista al río Uruguay. Mientras que el sendero Mítico es el más simple, ideal para caminar con niños o personas con poca movilidad. Se trata de un recorrido temático que aborda las leyendas locales.

El Soberbio es entonces un reservorio de selva virgen, el último tramo de esta jungla que viene perdiendo terreno antes los desmontes y el avance de las ciudades. La selva paranaense en su plenitud. “Yo disfruto mucho cuando estoy en el Parque – retoma Leo Rangel – En Moconá la selva no fue tocada. De noche veo animales, y hay una lianas gigantescas. ¡Y eso no se ve en Iguazú!”.

Fuente La Nación

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