El Mundial que se juega Francisco

Se cumplen diez años de la consagración pontificia del Papa argentino. Jesuita y futbolero, Jorge Bergoglio fue elegido jefe de la Iglesia Católica, la institución religiosa con mayores seguidores en el mundo. El obispo porteño que viajaba en subte y que rechazó los aposentos papales.

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Luego de la conquista de Qatar 2022, solemos pensarlo todo en clave de pasión futbolera, esa misma que Jorge Mario Bergoglio tiene por San Lorenzo, el club del barrio porteño de Boedo fundado por un cura salesiano, en los albores del siglo veinte. La Iglesia y el fútbol, devoción y pasión, comunidades reunidas. Templo y estadio.

El 13 de marzo de 2013, el humo de la chimenea sampedrina fue como el silbato final de una eliminatoria que se jugaba puertas adentro de la Basílica romana. El cónclave que reunía a los cardenales de todo el mundo, daba su veredicto. La feligresía mundial, unos mil trescientos millones de católicos del orbe expectantes por conocer el nombre del ungido. “Fueron a buscar un Papa al fin del mundo”, expresó Francisco en sus primeras palabras “urbe et orbi” (A la ciudad y al mundo). 

Casi al modo de las confederaciones de fútbol, la Iglesia también se divide en regiones geopolíticas donde la superioridad numérica suele torcer la balanza hacia un lado u otro. La Iglesia europea de manera histórica supo hacerse fuerte no solamente a la hora de elegir al sucesor de Pedro, sino también en la difusión de los dogmas y criterios que luego se bajan a la multitud de fieles en cada rincón del globo. No es casual que recién con el obispo polaco Karol Wojtyla, se rompiera una sucesión permanente de papas italianos: Aquiles Ratti, Eugenio Pacelli, Angelo Roncalli, Giovanni Battista Montini, y Albino Luciani, quienes signaron el siglo veinte. Europa siempre hizo pesar su superioridad y su historia. Como en el fútbol. 

El nombre de Jorge Mario Bergoglio ya sonaba fuerte en la anterior elección papal, esa que eligió al sucesor de Juan Pablo II, en 2005. Pero no era el tiempo del argentino, los votos no alcanzaron y la unción del Espíritu Santo recayó sobre el cardenal alemán Joseph Ratzinger, quien había sido por décadas  la mano derecha del extinto pontífice polaco. De nuevo Europa hizo pesar su historia y Benedicto XVI desembarcó en el gobierno de la Iglesia. 

Pero la representación eclesiástica de los demás continentes si bien avaló de manera contundente al nuevo Papa, hizo saber la necesidad de una dirección que mire más allá de la vieja Europa. De ahí podría comenzar a entenderse la llegada de Francisco a la jefatura de la Iglesia Católica, un pontífice no europeo, y menos ortodoxo. La misión de Francisco tendría desde el vamos una impronta reformista y reparadora. 

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¡Francisco Repara Mi Iglesia!

Corría el verano de 1205. Francisco de Asís mientras estaba inmerso en la oración, escuchó una voz que le decía “Vade, Francisce, et repara domum meam” (Ve, Francisco, repara mi casa). Si bien el mandato suponía levantar las ruinas de la Capilla de San Damián, el santo franciscano comprendió que la misión significaba reparar de raíz la iglesia cristiana. Ocho siglos más tarde, probablemente una similar vocación se repite con nuestro Francisco. Reparar la Iglesia. Recomponer. Reformar. 

En los diez años del pontificado de Bergoglio, esa señal se verifica. El Papa Francisco se animó a encarar una profunda reforma de la Curia romana, el gobierno central de la Santa Sede, abriendo los ojos y los oídos a las iglesias locales, potenciando la misión de los laicos y la participación de la mujer en todos los ámbitos pastorales. En esta línea, reorganizó todos los dicasterios, que son como los ministerios en un organigrama de gobierno civil, y propendió a profundizar el rol de las diócesis particulares. 

Otro tanto hizo con las finanzas del Vaticano al crear un Secretariado que fiscalice de cerca los procedimientos de manera de desterrar cualquier maniobra de corrupción. El reajuste del Banco del Vaticano significó el cierre total de unas cinco mil cuentas. 

A la manera del Santo de Asís, Francisco hizo de la austeridad y la sencillez una norma de vida. Una conducta lo revela: el Papa vive en la residencia de Santa Marta, una modesta edificación destinada a cardenales y sacerdotes huéspedes que llegan a Roma, rechazando así los aposentos papales. No asombra esta decisión en Francisco. No es una sobreactuación. Como Obispo de Buenos Aires y Cardenal primado de la Argentina, elegía viajar en subterráneo. 

El Papa de las “periferias”

La frase “todos los caminos conducen a Roma” parece tener en Francisco un sentido inverso: desde Roma partir hacia las periferias, a todos los lugares y rincones. Sus más de cuarenta viajes fuera del Vaticano, lo condujeron a la sufrida Europa del Este y a los pueblos de África. Asimismo, sus esfuerzos y su visión pastoral lo llevaron a concretar un acuerdo inédito con el régimen comunista de Pekín, logrando el nombramiento de obispos en China. 

La geopolítica vaticana de Francisco dista diametralmente de la aplicada por Juan Pablo II. Es razonable, Wojtyla sentía la sombra del comunismo amenazando al mundo y a la misma Iglesia, por eso recostó su gobierno en el conservadurismo clericalista del Opus Dei, en detrimento de la Compañía de Jesús. La orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola atravesaba en los ochenta una fuerte influencia de la Teología de la Liberación, a la que adherían cientos de curas jesuitas del mundo. En ese entonces, Jorge Bergoglio era rector del Colegio Máximo, la meca de formación de los jesuitas en Argentina. Bergoglio vivió en carne propia, como integrante de la Compañía de Jesús, la casi proscripción de la Orden a la que pertenecía. 

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El clericalismo conservador devino luego en una Iglesia obnubilada con su propio ombligo. Había que salir del centro, volver a las periferias. Bergoglio lo entendió siempre, con más razón al llegar al pontificado. 

Iglesia es Humana y Divina a la vez

La clave del mensaje de Francisco podría resumirse en sus tres encíclicas: Lumen Fidei (La Luz de la Fe); Laudato Sí (Sobre el cuidado de la Casa Común); y Fratelli Tutti (sobre la fraternidad y la amistad social). Quizá como un “Principio y Fundamento” a la manera ignaciana, el Papa pone a la Fe como punto de partida para dos acciones muy concretas: el amor al planeta, creado por Dios y cuyo mandato de protección es depositario el ser humano; y el amor al prójimo, sustanciado en términos de amistad y hermandad. 

Nada más franciscano, nada menos teológicamente fundamental: la fe sin obras es una fe muerta. Y la fe en Cristo sólo tiene sentido si se manifiesta en esa doble relación de amor: a Dios (a través de su obra y su creación) y al prójimo, culmen de la misma obra creadora (nos hizo a su imagen y semejanza). Se cumplen diez años del pontificado de Francisco. Tenemos un intercesor jugando en primera, quizá con el tiempo le daremos el verdadero valor al testimonio apostólico de un hombre de Dios. Hoy probablemente Francisco no sea profeta en su tierra, debido a la miopía de una grieta interminable que atraviesa a muchos sectores de la sociedad argentina. Como comunidad solemos ser implacables con los resultados, y queremos ganar el campeonato o nada, y quizá a muchos irrite el mensaje de Francisco, según de qué lado de la grieta se esté. La Iglesia es Humana y Divina a la vez, lo afirmaba San Francisco de Asís, en esa medianía que no es mediocridad sino justo equilibrio de realidades quizá esté el mejor resultado. El empate entre un Dios que abraza al ser humano y éste que se deja abrazar por Él. Ese es el Mundial que se juega Francisco, ese quizá sea su gol de la victoria.

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