
Estancia Santa Inés, donde se abrazan la historia y el susurro del monte
Aroma a hogar, a familia, a historia y a naturaleza. Eso se respira apenas uno ingresa a la Estancia Santa Inés. Fundada en 1903 por Pedro Núñez, esta antigua casa conserva intacta su originalidad, con una impronta única que cautiva tanto a locales como a visitantes extranjeros.
Visionario y de espíritu innovador, Pedro Núñez llegó desde España a la tierra colorada en 1887, con tan solo 21 años, tras finalizar sus estudios de teneduría de libros, lo que hoy sería contador. Fue pionero en la plantación de yerba mate en zonas rurales, y pronto comenzó a escribir su historia en la tierra que eligió como su lugar en el mundo. Sin embargo, hacia finales del siglo XIX, la yerba aún no se cultivaba de manera organizada.
Al desembarcar en Posadas, comenzó a trabajar en almacenes de ramos generales y en una compañía de vapores, y también se aventuraba río arriba a cosechar yerba silvestre.
En un contexto donde se había perdido el secreto jesuita para germinar las semillas de yerba mate, Núñez siguió el consejo de su amigo Carlos Thays —el famoso botánico y paisajista—, quien le anticipó que en poco tiempo las plantaciones de yerba serían a gran escala. Fue entonces que compró a Narciso Chapo unas tierras ubicadas a 20 kilómetros de la capital misionera, a las que bautizó Estancia Santa Inés, en honor a su única hija mujer entre ocho hermanos.




La propiedad, de 16.000 hectáreas, fue adquirida específicamente para el cultivo de yerba mate a cielo abierto, desafiando creencias de la época e innovando con técnicas como el uso del “ponchito” para mantener la humedad en los plantines recién sembrados. Pero también se desarrollaban otras actividades: tambo, ganadería, arrozales, producción de tung y plantaciones de té.




Hoy, cuatro generaciones después, Lucía Pagliari -bisnieta del fundador– comparte con alegría y naturalidad la historia familiar, y el privilegio de formar parte de ese legado. Junto a su madre, Nanny Núñez, son las encargadas de recibir a los huéspedes con atención personalizada, haciendo que cada visita sea única. Su padre, Rubén Pagliari, se dedica al cultivo de la yerba.
Lucía es abogada, pero desde hace cinco años se dedica al turismo rural, una actividad que define como un disfrute constante. “Es un orgullo cultivar yerba mate, un producto que, a pesar de las crisis, está profundamente arraigado a nuestras raíces misioneras”, expresa.
“Cuando uno llega hoy a la Estancia, ve un poco de lo que era aquel entonces: los secaderos, los barbacuá, donde se hacía el secado, el estacionado y el proceso hasta el producto final”, relata Lucía.

Las casitas que hoy se ven al frente, en realidad eran la parte trasera de la casa. El verdadero frente da al actual patio de selva nativa, donde antiguamente pasaba un camino que conectaba Santo Tomé con Posadas. Esa era la ruta principal, que perdió protagonismo con el nuevo trazado.
Un turismo con alma
La apertura de la Estancia al turismo rural comenzó en 1997, impulsada por Nanny. La casa siempre estuvo muy habitada por amigos y familiares, y decidieron compartirla con el público. Inicialmente pensada para visitantes locales, la propuesta fue encontrando su público en el turismo extranjero, especialmente entre 1997 y 2020. Fue recién a partir de la pandemia que creció la demanda de visitantes misioneros y de otras provincias.
“Hoy tenemos un buen flujo de huéspedes tanto extranjeros como locales”, cuenta Lucía. “El turismo interno creció mucho; los misioneros empezamos a valorar lo que tenemos cerca”.
Visitantes de Francia, Inglaterra, Alemania, Suiza, Dinamarca, República Checa y Canadá llegan con reservas hechas con meses de anticipación. En cambio, el turismo interno se organiza más sobre la marcha, aprovechando programas de escapadas de un día.
Qué ofrece la Estancia
El alojamiento incluye distintas opciones: pensión completa con las cuatro comidas, media pensión o solo desayuno. Los programas de día completo incluyen desayuno, almuerzo, cena y tarde de té, y se complementan con paseos por senderos de monte, reconocimiento de flora y fauna nativa, recorridos por los yerbales, y avistaje de monos, los protagonistas más simpáticos del lugar.
Una vez al mes, organizan el encuentro de luna llena en la naturaleza, con una clase de yoga al atardecer, cena bajo las estrellas, fogón y brindis.
La pensión completa cuesta 120.000 pesos por persona. Una tarde de té, 22.000. “Son precios accesibles por la abundancia de comida y la exclusividad que se ofrece”, dice Lucía. “Nos interesa más un flujo continuo de huéspedes que disparar los precios”.




La casa se comparte, pero el objetivo es que cada huésped se sienta cómodo. Si hay niños, se los deja jugar libremente, y si hay espacio disponible, se prioriza el confort sobre la ocupación. “Queremos que el visitante se relaje, que se lleve una buena experiencia, más allá de llenarnos de huéspedes”, explica.
Recibir a los visitantes en la casa familiar de 1903, que conserva su mobiliario, decoración y pertenencias originales, es lo que le da identidad a la propuesta. “No hay muchas casas en Misiones que se conserven así. Invitamos no solo al turismo rural, sino a conocer nuestra historia, nuestra casa, y viajar un poco en el tiempo”.
Hoy, gran parte de las visitas llega por agencias de viaje o búsquedas online. El boca a boca también es clave, tanto en las redes sociales como en los medios locales, que permiten llegar a un público nuevo.




Además, la Estancia genera empleo. “Contamos con colaboradores que, en muchos casos, son hijos y nietos de quienes trabajaron aquí antes. Son esenciales. Sin ellos, sería imposible mantener este lugar”, destaca Lucía. “El equipo es misionero y está muy comprometido, conocen las historias, las comidas, las costumbres”.
Visión a futuro
“Seguir estando, seguir avanzando en la conservación, no solo de la casa, sino también de la fauna y la flora. Este pulmón verde guarda muchos animales, muchas especies. Es una gran responsabilidad mantenerlo, porque la casa exige mucho mantenimiento. Pero siempre queremos mejorar, en la atención y en todo lo que hacemos”.
“Viví toda mi infancia en la Estancia. Ver hoy lo que hacemos no me pesa: lo disfruto. Por supuesto que hay desafíos, pero tengo una familia que me apoya y acompaña. Lo vivo con gratitud. Es mi lugar en el mundo”, se emociona Lucía.
La Estancia Santa Inés guarda un legado que se mantiene vivo entre el tiempo, la memoria y la naturaleza. Aunque ya no cuenta con las 16.000 hectáreas originales, conserva parte de aquella historia que dejó huella en la región y en cada visitante que cruza su portal.