Dark, ominous rain clouds with two lightning bolts.

La Niña está embarazada de transhumanismo

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El cambio  climático  se impone como un fenómeno multidimensional y complejo a un ritmo de transformaciones climáticas severas cuya velocidad no tiene precedentes.

Independientemente de los enormes avances existentes en materia de ciencia y tecnología, la ciencia en sí, como conjunto de modelos y procedimientos de observación que requieren compilación de datos, contrastación, hipótesis, ensayos, etc., no ha experimentado mayores cambios de los existentes hace un siglo. Instrumentales de precisión, imágenes satelitales, sofisticados sensores y complejos software han ayudado y mucho a la hora de reunir evidencias en pos de acreditar alguna hipótesis, sin embargo esto es apenas una fracción del método científico, ya que los datos en sí no prueban nada, si no están conforme a una hipótesis que avale alguna teoría de investigación que, luego deberá ser consensuada por la comunidad científica. Consenso que desgraciadamente está articulado, administrado y financiado por poderosos intereses económicos que han convertido a la ciencia en un mero engranaje de su compleja mercadotecnia. La ciencia necesita muchos años para probar una teoría y la vertiginosidad de los cambios en materia de meteorología han venido a dejar en este incierto siglo XXI una suerte de vacío teórico en el que se conjugan diferentes elementos. El “fenómeno de el niño y la niña” aparece por primera vez a los ojos de los científicos a finales del año 1989, y desde entonces se pudo saber que se trataba de un fenómeno aparentemente natural, en el que, fruto de las variaciones en la temperatura en la superficie del agua del Pacifico Ecuatorial se manifestaron excesos o escasez de lluvias en un proceso cíclico e intercalado en períodos estimados entre 5 a 7 años. Este fenómeno “natural” aún estaba bajo investigación cuando, décadas atrás, el cambio climático irrumpe en el escenario, de manera que a falta de una nomenclatura  mejor, a los excesos de lluvia se siguió llamando “el niño” y a las sequías “la niña”, aun cuando las nuevas características de los fenómenos no terminaban de corresponderse con los estudios originales. 

Podemos decir que lo único que queda de la teoría original es que aún parecen responder los fenómenos actuales a las variaciones de temperatura ocasionadas por los vientos Alisios en el Océano Pacifico. Sin embargo, las ciencias meteorológicas clásicas aún se aferran casi con exclusividad a los datos provenientes de los gradientes de temperatura, siendo que existen innumerables estudios que apuntan a la necesidad de tomar en cuenta una multitud de otros fenómenos simultáneos en el afán de llegar a comprender lo que sucede.

Gabrielle Lipton, investigador del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), advierte que “Para entender el ciclo del agua, se pueden pensar en varios niveles. Están los diagramas colgados en las escuelas primarias que muestran cómo el agua del océano se evapora formando nubes y luego vuelve a caer a la tierra. Un nivel más arriba, está la comprensión general que toma en cuenta la evaporación de los árboles, los patrones de viento y otros fenómenos similares.

Luego, están los enfoques sumamente técnicos que observan una gran variedad de minucias y contingencias: los flujos de savia nocturna, las emisiones de isopreno, las partículas de nucleación de hielo liberadas por las hojas en descomposición, e incluso las fases de la luna”.

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Claramente, hablar de una  segunda y hasta tercera niña no tiene ningún sustento en el plano teórico, y mucho menos de consenso en la comunidad científica, en tanto y en cuanto todos los análisis se restringen a las variaciones de temperatura. La dolorosa verdad es que como humanidad no estamos entendiendo qué es esto a lo que hemos dado en llamar cambio climático, a qué responde, y cómo nos afecta.

Dado esta suerte de vacío teórico por falta de consenso, lo que domina en materia de pronósticos del tiempo está hoy día bajo la órbita de organismos supranacionales tales como “Climate Prediction Center”, o la “National Oceanic and Atmospheric Administration” (NOAA), ambas, agencias del gobierno de los Estados Unidos. 

Prácticamente todos los países del mundo adecuan y circunscriben sus predicciones sobre los informes que dichas agencias emiten. Tal es, por ende, el caso de nuestro Servicio Meteorológico Nacional.

Todo análisis y proyección de dicho organismo, dista mucho de ser soberano, fruto de que, como vimos, no sólo estamos bajo total dependencia de agencias de gobiernos extranjeros con enormes intereses económicos en nuestra región, sino que las mismas 

 se rigen, a su vez, sobre modelos de análisis no consensuados por la comunidad científica internacional, dado entre otras cosas a que no toman en consideración más que los muy cuestionables gradientes de temperatura en el océano, frente a los cuales no queda más que la mera expectación impotente.

La Teoría de la Bomba

Biótica de Humedad Atmosférica (BPT por sus siglas del inglés: Biotic Pump Theory), es una hipótesis que Anastassia Makarieva y Víctor Gorshkov, del Instituto de Física Nuclear de San Petersburgo, propusieron en 2006 y argumenta que el mayor impulsor de los vientos es la capacidad de los bosques para condensar la humedad, en lugar de la temperatura. Se plantea como la consecuencia de una interacción particular de cuatro conocidas leyes físicas:

la ley de Clausius-Clapeyron,

la ley de los gases ideales,

la ley de la gravitación

la ley de conservación de la energía.

A través de la transpiración, las plantas sueltan vapor de agua en la atmósfera. A medida que el vapor se eleva, se encuentra con capas de aire frío y se condensa en gotas formando nubes. En el paso de gas a líquido, disminuye el volumen de agua dejando un vacío en el aire, con lo cual reduce su presión. Esto provoca que el aire por debajo en donde la presión es relativamente alta, sea aspirado, arrastrando con ella el aire más húmedo del océano o de la superficie forestal. Una bomba que produce vapor, modificando la presión atmosférica y que al final, genera la lluvia. 

La BPT, contradice los parámetros que imponen las agencias de los Estados Unidos y está dentro de las teorías con mayor consenso a nivel científico mundial dado que todos los datos compilados hasta el presente lo avalan.

Esto tiene una significación enorme, ya que al poner el eje en la deforestación para explicar nuestro presente, en vez de los gradientes de temperatura en el océano, queda a la vista la importancia de darle prestigio y preponderancia a los servicios meteorológicos nacionales a nivel continental y hacer de ellos verdaderos abanderados de planes y estrategias para mitigar y hasta revertir el cambio climático. Son las agencias de cada Estado las responsables de apuntalar, sobre la base de investigación en territorio, respuestas útiles, realizables y certeras, al tiempo que dicha encomienda soberana ya no podría estar sobre la aceptación genuflexa de modelos impuestos por intereses foráneos.

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No es un mero debate teórico lo que aquí se expone, sino que se trata, como vemos, de un elemento central en el plano de la geopolítica de dominación planetaria. 

Hablar de segunda y tercera Niña hoy es anti científico, anacrónico y apátrida. En otras palabras, no hay posibilidad de hacer absolutamente nada frente al cambio climático sin soberanía meteorológica.

Si nos detenemos a ver qué pronósticos ofrecen las agencias de los Estados Unidos respecto a La Niña, podemos apreciar que se habla de que ésta llegaría a su fin recién para otoño de 2023 y hasta entonces no habría nada que hacer más que ser testigo del derrumbe económico y productivo del país con las pérdidas que ya hoy carecen de precedentes. 

Pero, realmente no podemos hacer nada?

Las lluvias escasean sólo por la dirección de los vientos Alisios del Pacifico Ecuatorial según NOAA, pero  por qué la humedad del Océano entra o deja de entrar al continente no está explicado en los modelos convencionales. Si la teoría de las Agencias de Estados Unidos es correcta, entonces sólo debería llover, y de manera descomunal, en las costas de Colombia, Ecuador y Perú. Estas agencias descuidan intencionalmente los Ríos Voladores que hoy se hallan quietos al interrumpirse la succión de la Bomba Biótica, y que por ende coloca a Sudamérica en franco proceso de desertificación. 

La Mata Atlántica es quien garantiza las lluvias hasta Tierra del Fuego (hoy bajo asedio de incendios incontrolables) y se estima que, si pudiésemos frenar hoy la expansión de la frontera agrícola, la selva y la consecuente Bomba Biótica, tardaría no menos de 500 años en reponerse.

No obstante, esto sería así, sin que hagamos nada. Con los estudios pertinentes y la planificación consecuente, realizada por equipos conformados por investigadores meteorológicos nacionales sería posible saber con precisión, dónde, cómo y cuándo reforestar, tal y como ya se está haciendo, por ejemplo, en África para frenar la expansión del Sahara, o en China para frenar las tormentas de arena que azotan Pekín. 

El cambio climático se puede frenar y hasta revertir pero con soberanía verdadera y, en este milenio, sin autonomía de investigación meteorológica no habrá lugar para planificar nada más que la distribución de ansiolíticos a granel.

El fenómeno de La Niña es un invento norteamericano para montarse en un futuro de tierra arrasada sobre el cual asegurarse la venta de paquetes tecnológicos  transgénicos y carne impresa en sus laboratorios.

La Niña está embarazada de transhumanismo colonial posmoderno y se espera de Latinoamérica un neo fascismo ecologista en el que tendremos la culpa de todo, porque no separamos la basura en casa.

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