Las horas más oscuras
“A dormir y a empezar a trabajar desde mañana”. Con esa frase, el presidente Mauricio Macri inició la semana más negra para él, los mercados y la Argentina. El orden no es arbitrario, sino que describe las prioridades de los mensajes presidenciales durante estos siete días que parecen haber sido una eternidad.
Eran las 22.20 del domingo y los argentinos todavía no tenían un solo dato certero sobre el resultado de las elecciones primarias, hasta hace poco tiempo bastardeadas, hoy convertidas en definitivas. Finalmente, la derrota de Macri marcó la mayor distancia en contra para el oficialismo en una elección presidencial desde el regreso de la democracia (15 puntos de diferencia) y el magro 32 por ciento es el resultado más bajo de un oficialismo en una elección presidencial desde 1983 -con excepción de 2003-.
El candidato a la reelección mandaba a la sociedad a dormir en un nuevo capítulo de la mezcolanza entre Estado, Gobierno y partido.
Los votos cosechados por Alberto y Cristina Fernández dejaron al rey desnudo ante la evidencia de la crisis económica que sólo pretendieron obviar el Gobierno, sus encuestas y buena parte de la prensa concentrada en el centro del país.
Los resultados previos en casi todas las provincias que fueron a elecciones durante el año no hicieron más que magnificarse el último domingo: sólo Córdoba y Capital Federal quedaron pintadas de amarillo, apenas dos años después de que la ola de Cambiemos inundara todo el mapa.
Solo un puñado de encuestadores vio el tsunami que se avecinaba para el Gobierno. El resto hablaba de empate técnico y hasta de un posible triunfo de Macri por un escaso margen. Por eso, dicen en Cambiemos, Macri prefirió mandar a dormir a los argentinos antes que oficializar los datos provisorios del escrutinio.
El paso de las horas no mitigó su frustración. El lunes, mal dormido y enojado, el Presidente culpó a los argentinos de haber votado mal, y pidió una autocrítica al kirchnerismo mientras el mercado se desperezaba con una corrida inusual que, ahora se sospecha -a partir de una denuncia de Martín Redrado-, fue deliberadamente empujada por el mismo Mauricio Macri para que el dólar “se vaya donde se tenga que ir y que los argentinos aprendan a votar“.
Los mercados, ese abstracto tan poderoso, habían sido tentados el viernes previo con un falso optimismo brindado por algunas consultoras y el Gobierno, que aseguraban como mínimo una derrota remontable en octubre.
El lunes, ante el fiasco del mejor equipo, se produjo la segunda caída más grande de un día en cualquiera de las 94 bolsas de valores rastreadas por Bloomberg desde 1950. La primera fue durante una guerra civil en Sri Lanka.
A contramano de lo que piensa el Presidente, el Financial Times advirtió que “la desconexión” que exhibe el Jefe de Estado con la realidad, “puede haber asustado a los mercados más todavía que el fantasma de Cristina Fernández”.
Por supuesto, la suba del dólar a 60 pesos no hace más que profundizar la crisis en el bolsillo que afecta a millones de argentinos que han elegido, vaya paradoja, cambiar.
Fue el apenas candidato Fernández quien, casi sin proponérselo, aportó calma a la crisis cuando dijo que el dólar a 60 era un punto de equilibrio. Macri lo llamó y, aunque hubo reproches, se acordó una tregua que traiga algo de paz. Pero el rol de pacificador y de dador de certezas, todavía no le cabe a Fernández. Es simplemente un candidato que debe ser ratificado en octubre. Todas las responsabilidades de gestión, de materia económica y política, le corresponden al Gobierno.
Recién el miércoles, cuando el dólar y la corrida cambiaria agitaban los peores fantasmas, el Presidente decidió anunciar algunas medidas paliativas para contener el nuevo salto inflacionario y “poner plata en el bolsillo” de los votantes que le dieron la espalda. Pero ninguna ataca el problema de fondo: la agonía de la economía, la falta de créditos por las elevadísimas tasas de interés y la inflación desbordada, que superará nuevamente el 50 por ciento anual y que empuja a la pobreza a millones de argentinos.
Poner plata en el bolsillo es, para el Gobierno, dar un bono, aumentar la Asignación Universal y ofrendar, por un par de meses, el aporte personal de los trabajadores, lo que equivale a unos pocos miles de pesos.
Todo con fecha de vencimiento en tres o cuatro meses, apenas lo suficiente para mejorar el humor electoral y generar alguna posibilidad de dar vuelta una elección que es irremontable, como admiten por lo bajo algunos macristas de lo más convencidos.
El paquete evidencia la falta de un plan o por lo menos, de uno con mirada social. Es un espasmo que contradice los dogmas de Cambiemos. Populismo de corto plazo que, si no fuera por la necesidad electoral, escandalizaría a cualquier macrista que se precie. Profundiza el déficit fiscal y ni un ápice modifica el modelo que generó el cierre de miles de empresas, un desempleo superior al diez por ciento y una pobreza que lastima al 35 por ciento de los argentinos.
No hubo consultas ni aviso. Macri prometió congelar el precio de los combustibles por 90 días, pero antes se vio obligado a negociar con las petroleras y apenas YPF asumió el compromiso de acatar la orden bajo protesta: perderá 120 millones de dólares mensuales por los precios congelados.
Lo mismo sucede con el aumento del mínimo no imponible de Ganancias o la eliminación del IVA a una decena de productos de la canasta básica. Ambos tributos son coparticipables y los gobernadores se enteraron por televisión. Misiones perderá 186 millones por la eliminación del IVA y, según el Instituto Argentino de Análisis Fiscal, otros 904 millones por los cambios en Ganancias y Monotributo. Es decir, generosidad con dinero ajeno.
La frazada es corta y la campaña es cara. La baja en la recaudación que sentirán el fisco y las provincias no garantiza que la realidad económica cambie de la noche a la mañana. Los mil o dos mil pesos que recibirán trabajadores equivalen a menos de un changuito lleno en un supermercado. La eliminación del IVA con mucho empuje, empardará los aumentos provocados por la corrida y devaluación iniciada el lunes. No vaya a esperar, estimado lector, encontrar rebajas sustanciales en el supermercado, mucho menos en la despensa de la esquina.
La desorientación del Gobierno con los abrumadores votos en contra, se refleja en la carencia de decisiones de fondo que modifiquen sustancialmente las condiciones que motivaron el rechazo.
Pensar que por un puñado de pesos devaluados la sociedad va a cambiar drásticamente la opinión sobre el Gobierno es subestimar a un electorado al que se elogió como inteligente hasta hace no demasiado tiempo cuando respaldaba la expectativa de un cambio positivo.
El comité de crisis, conformado por las principales figuras del Gobierno y el amigo Ramón Puerta, no atina a dar señales de tranquilidad.
Durante buena parte de su mandato, la gobernabilidad de Macri estuvo asentada en el respaldo tácito de los gobernadores a sus decisiones. Pero hoy hasta la gobernadora María Eugenia Vidal prefiere hacer campaña en soledad. Haber atado su suerte a la de su jefe político la llevó a una catástrofe política extremadamente difícil de revertir: el denostado marxista Axel Kicillof obtuvo el 52 por ciento de los votos. Lo mismo sucede en otras provincias gobernadas por Cambiemos, que respaldaron a los candidatos locales, pero le dieron la espalda al Presidente. Corrientes y Jujuy, casos emblemáticos. En Mendoza, donde gobierna el radical Alfredo Cornejo, se pone en duda la supervivencia del gobierno local. El presidente de la UCR atinó a despegarse: “Yo no soy parte del Gobierno”, disparó.
En el radicalismo son varias las voces que se levantaron en contra de sus socios. “Hay que ser respetuosos del voto, y esperemos que el Presidente cambie su entorno lleno de soberbia”, dijo Martín Arjol y ex candidato a intendente de Posadas. El diputado nacional Luis Pastori, férreo defensor del Gobierno, admitió elípticamente la derrota en octubre al adelantar que el Presupuesto nacional debe tratarse recién después de las elecciones presidenciales. El ex candidato a vice de Misiones aseguró que la UCR es solo un socio electoral y no de Gobierno con el PRO, aunque reclamó que ese anhelo se haga realidad si hay una segunda vuelta de Cambiemos.
Si en algún momento hubo neutralidad, en Misiones eso se terminó. “Horrible”, definió el gobernador Hugo Passalacqua a la situación de la Argentina tras las elecciones primarias del domingo. El mandatario misionero ratificó que la Renovación trabajará para que Alberto Fernández sea el próximo presidente. Casi al mismo momento, el electo Oscar Herrera Ahuad se reunía con Fernández y Felipe Solá en Buenos Aires para coordinar el trabajo político de cara a octubre.
“Hay que obedecer a la gente”, destacó Passalacqua sobre el apoyo al candidato del Frente de Todos, que en Misiones sacó el 55,7 por ciento de los votos. En realidad, nunca hubo dudas de que las preferencias políticas de la Renovación estaban marcadas.
Fernández fue recibido por el Gobernador, su sucesor y el presidente de la Legislatura y conductor político, Carlos Rovira. Hubo fotos, almuerzo y larga sobremesa. Miguel Ángel Pichetto no pudo mostrar lo mismo en su fugaz paso por Misiones. De todos modos, se mantendrá la “cordialidad” con el resto de los candidatos.
Fernández entendió el juego de la boleta corta y ratificó que, más allá de sus propios candidatos a diputados nacionales, la relación política con la Renovación está intacta.
El resultado obtenido en Misiones se parece mucho al de 2015, con una escasa adhesión a Cambiemos y un fuerte respaldo al peronismo, encarnado entonces en Daniel Scioli y ahora en Fernández. No hubo aquí disquicisiones sobre el fantasma Cristina. De todos modos, en la Renovación aseguran que no se trata de una vuelta al kirchnerismo, sino de una evolución de esa última etapa de la ex presidenta.
Las elecciones en Misiones no se diferenciaron de la tendencia nacional, con la única excepción de haber entronizado al ex combatiente de Malvinas, Ricardo Gómez Centurión como tercer presidencial más votado. La fuerte campaña por “las dos vidas”, tuvo fuerte aceptación, lo mismo que la de Pedro Puerta, que estuvo a punto de destronar al macrista Alfredo Schiavoni en la interna de Cambiemos. A la postre la única interna de las primarias locales, terminó judicializada por una denuncia del hijo del embajador por manipulación de las boletas en el cuarto oscuro. En el macrismo están que trinan con el socio que entró por la ventana, con avales prestados y ahora enturbia la sociedad con acusaciones. El radicalismo, invitado de piedra y cada vez con menos respaldo social, mira de afuera: el joven Ricardo Andersen quedó tercero, pese a la “estructura” partidaria que prometía dar el batacazo y cobrarse vendetta por haber sido arrastrada a una aplastante derrota en junio.
Los números del domingo también generaron preocupación en la Renovación. El mensaje de la boleta corta quedó a medio camino y obligará a ajustar las clavijas de cara a octubre. Queda latente la esperanza de conquistar los 92 mil votos sumados entre nulos y blancos en la categoría diputado nacional, que, se estima, hubo por la confusión al poner boleta presidencial -larga- junto a la corta misionerista. Pero en la cúpula del oficialismo también advierten que quedó a la luz que muchos funcionarios e intendentes no trabajaron con la misma intensidad que en junio, pasividad que traerá consecuencias.