Sobre la pobreza y la Justicia social

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 23o durante el año [05 de septiembre de 2021]

En numerosas oportunidades señalamos que la caridad practicada, y la opción preferencial por los más pobres es un componente esencial de nuestra fe y condición del seguimiento discipular de Jesucristo el Señor, en quien creemos. Los textos que nos presenta la Palabra de Dios en este domingo son contundentes.

Por un lado, el Evangelio (Mc 7,31-37), nos presenta la curación de un sordomudo: «cuando Jesús volvía de la región de Tiro le presentaron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos […] y en enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente».

La carta de Santiago (Sant 2,1-7), también expresa de una manera definida esta opción preferencial a los pobres, sobre todo contra la acepción de personas: «¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que le aman? Y sin embargo ¡ustedes desprecian al pobre!

¿No son acaso los ricos quienes los oprimen a ustedes y los hacen comparecer ante los tribunales? ¿No son ellos los que blasfeman contra el nombre hermoso que les ha sido pronunciado sobre ustedes?».

Estos textos bíblicos, y tantos otros que están en la Palabra de Dios deben orientarnos tanto en nuestra espiritualidad, estilo de vida, opciones y criterios. Sobre todo, en nuestras opciones pastorales.

Tenemos que agradecer que notamos en nuestras comunidades mucha gente que se suma a colaborar en varias tareas y ministerios. Hay también muchos jóvenes que quieren responder generosamente al llamado que Dios les hace y están en nuestro Seminario. Este regalo que Dios nos hace a la Diócesis seguramente es un llamado a que integremos más seriamente esta opción preferencial por los pobres en nuestra tarea evangelizadora.

Sabemos que hay muchas formas de pobreza y marginalidad: las nuevas pobrezas de la cultura urbana, la de los jóvenes sin trabajo, los que sobreviven con changas, o los miles que viven en asentamientos. El Papa Francisco en su exhortación Apostólica «Evangelii Gaudium» señala: «Nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. Si bien puede decirse en general que la vocación y la misión propia de los fieles laicos es la transformación de las distintas realidades terrenas para que toda actividad humana sea transformada por el Evangelio, nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social: «La conversión espiritual, la intensidad del amor a Dios y al prójimo, el celo por la justicia y la paz, el sentido evangélico de los pobres y de la pobreza, son requeridos a todos».

Temo que también estas palabras sólo sean objeto de algunos comentarios sin una verdadera incidencia práctica. No
obstante, confío en la apertura y las buenas disposiciones de los cristianos, y os pido que busquéis comunitariamente nuevos caminos para acoger esta renovada propuesta. La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis. Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras.

Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales». (EG 201-202)

Los textos bíblicos nos indican con claridad la preferencia del Señor por los pobres, en este caso la curación de un sordomudo, y Santiago en su carta nos señala la dignidad de los pobres, y nos enseña que sin las obras de la caridad es imposible tener una fe viva. Pidamos que en nuestro discipulado privilegiemos especialmente a los más pobres y sufrientes.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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La asunción de la virgen María

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María [15 de agosto de 2021]

Este domingo celebramos una Solemnidad especialmente querida por el Pueblo de Dios: la Asunción de la bienaventurada Virgen María. El Papa Pio XII el 1 de noviembre de 1950 definió como dogma de fe que la madre de Jesucristo el Señor, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma al Cielo. En realidad esta fiesta ya era celebrada por la Iglesia desde los primeros siglos manifestando la profunda devoción de los cristianos a María. Ella, nuestra Madre, nos alienta y sostiene en la esperanza y a ella nos encomendamos especialmente en este domingo con tantas peticiones y agradecimientos. Ella está siempre cerca de nosotros como nuestra Madre.

En esta reflexión dominical quiero expresar que nuestro pueblo tiene una fuerte matriz «mariana». En nuestros pueblos y ciudades, donde crece la población en barrios y comunidades, aparece siempre el pedido de algún nombre o advocación de la Virgen para ser patrona de las capillas e instituciones y acompañar así la vida de la gente. María la Virgen se ha hecho presente con el nombre de Loreto, Itatí, Luján u otras advocaciones marianas constituyendo parte de nuestra matriz cultural. No podríamos entender nuestra memoria e identidad sin la presencia de la Virgen María en sus diversos nombres con que la llama nuestro pueblo.

También debemos señalar que en María se expresa el valor de la maternidad. La gente se alegra y celebra la vida en cada nacimiento, donde la familia se llena de esperanza. En el Evangelio de este domingo (Lc 1,39-56) leemos el texto de la visitación de María a su prima Isabel. María embarazada va a ayudar a su prima que está también embarazada. María sale y al llegar nos regala el Magnificat, el gozo de aquello que estaba viviendo.

También nosotros nos alegramos con el texto de Aparecida que al hablar de María la Virgen la llama «discípula y misionera». Allí reflexiona sobre la presencia de María en la evangelización en nuestra América Latina. «María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu. Desde entonces, son incontables las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo, constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana». (DA 169)

«Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo. Ésta es la hora de la seguidora más radical de Cristo, de su magisterio discipular y misionero, al que nos envía el Papa Benedicto XVI: “María Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirles en primer lugar: permanezcan en la escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto”». (DA 170)

«Con los ojos puestos en sus hijos y en sus necesidades, como en Caná de Galilea, María ayuda a mantener vivas las actitudes de atención, de servicio, de entrega y de gratuidad que deben distinguir a los discípulos de su Hijo. Indica, además, cuál es la pedagogía para que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa. Crea comunión y educa a un estilo de vida compartida y solidaria, en fraternidad, en atención y acogida del otro, especialmente si es pobre o necesitado. En nuestras comunidades, su fuerte presencia ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en casa y escuela de la comunión y en espacio espiritual que prepara para la misión». (DA 172)

Al celebrar en este domingo la Asunción de la Virgen, como hijos y hermanos, le pedimos a María que en medio de los dolores y dificultades de nuestro tiempo, inmersos aun en el flagelo de la pandemia, podamos estar de pie en la esperanza, comprometidos con todos, pero especialmente con los más pobres, frágiles y necesitados.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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El don del Sacerdocio

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 18o durante el año [01 de agosto de 2021]

Hace algunos domingos reflexioné sobre un tema central, aunque bastante olvidado entre los titulares que ocupan los espacios de nuestro tiempo. El tema que reflexionamos fue sobre la santidad especialmente como algo alcanzable para cualquier cristiano. La Iglesia siempre ha propuesto ejemplos o modelos a imitar, enseñándonos que la santidad es posible. A algunos les puede parecer poco interesante reflexionar sobre la santidad, y sin embargo como consecuencia de esta omisión de ideales y la ausencia de hombres y mujeres comprometidos y con deseos de santidad, nos ha llevado a encontrarnos en esta época con una profunda crisis de valores, sumergidos en el reino de la mediocridad.

El 4 de agosto celebraremos a un santo, San Juan María Vianney, conocido con el nombre de Santo Cura de Ars. Nació cerca de Lyon, Francia, en 1786. Sintió el llamado a la vida sacerdotal, sobre todo la experiencia del amor que Dios le tenía. Al poco tiempo de haber sido ordenado sacerdote lo enviaron como párroco de un pequeño pueblo de Francia, llamado Ars, de no más de 300 habitantes y allí vivió con intensidad su sacerdocio. Quizás la historia podría haber concluido allí, pero su vida, oración, predicación sencilla, las horas y horas de confesionario y sus consejos, empezaron a tener repercusiones en toda Francia. Desde los lugares más remotos la gente visitaba al pequeño pueblo de Ars, porque quería conocer a ese hombre de Dios.

En este domingo al recordar al Santo Cura de Ars, quiero resaltar que la Iglesia quiso que este hombre santo fuera el patrono de los sacerdotes que trabajan especialmente en las parroquias.

Creo que es una buena oportunidad para que recemos por nuestros sacerdotes, que con sus dones y limitaciones humanas, buscan dar su vida para evangelizar, para servir a Dios y a sus hermanos. Es cierto que en varias oportunidades hago referencia a la necesidad de laicos o bien fieles cristianos que vivan esta vocación a la santidad para transformar las realidades temporales de un mundo con tantas sombras. Pero también necesitamos sacerdotes y consagrados que vivan con radicalidad su vocación y busquen el camino de la santidad.

La tarea de un Pastor es indispensable e insustituible. Es el que da su vida sin reservas para evangelizar a sus hermanos, para alimentarlos en la fe, con la Palabra, los sacramentos, el pastoreo y con la animación de la caridad hacia los más pobres. La Misa diaria que celebra el sacerdote expresa el sentido de su vida, identificándose a Jesús que se ofreció en la Pascua, para salvar a todos.

Hoy más que nunca es clave el llamado a todos los cristianos y especialmente a los sacerdotes, a donar la vida por los demás. La Pascua, celebrada en cada Misa, sigue siendo una respuesta salvadora y sanante, en un contexto demasiado individualista donde a veces lamentablemente también encontramos odio a la fe y persecución a los cristianos. Nuestra diócesis tiene un gran crecimiento poblacional y sabemos que los sacerdotes somos insuficientes para una atención más adecuada. La oración y el cuidado de nuestros sacerdotes, el rezar por las vocaciones y por nuestros seminaristas será fundamental para el futuro evangelizador de los próximos años.

El próximo domingo 8 de agosto, celebraremos al Patrono de nuestro Seminario Diocesano que lleva el nombre del Santo Cura de Ars. A las 11 horas será la Santa Misa con todos los que nos quieran acompañar. En nuestro seminario actualmente viven 28 seminaristas provenientes de toda la provincia de Misiones que están en las distintas etapas formativas. Todo ello implica algunos esfuerzos, dedicación de sacerdotes, inversión económica para apoyar el mantenimiento y el proceso que se va dando. No dudamos en afirmar con certeza que es Dios el que acompaña esta obra con su providencia.

También damos gracias a Dios por el cariño y la cercanía del Pueblo de Dios que quiere a los que se están formando para ser pastores y reza por ellos y por el Seminario. Debo confesar que como Obispo me llena de esperanza nuestro Seminario. Pero debemos seguir acompañando todos el tema de las vocaciones, porque la cosecha (capillas, escuelas, hospitales, movimientos, sectores) es mucha y los sacerdotes y consagrados, pocos.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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Compasión por los otros

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 17o durante el año [25 de julio de 2021]

El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15), nos relata la multiplicación de los panes. Por un lado, la preocupación del Señor «por el gentío que acudía a Él» porque no tenían para comer. Pero también este relato tiene una referencia al tema de la Eucaristía y es en este mismo capítulo de san Juan en que el Señor dice: «Yo soy el pan Vivo que ha bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para la vida del mundo» (v51).

En la raíz del relato está la mirada compasiva del Señor hacia la multitud porque estaban como ovejas sin pastor. Es una mirada que parte del Amor. La Eucaristía y toda la realidad que implica el pan compartido y la solidaridad social necesitan fundamentalmente de la comprensión correcta del amor. Lamentablemente hoy se usa mucho la palabra amor y se vacía la maravilla de su significado, o bien se la tergiversa y banaliza.

Un texto que puede ayudarnos a profundizar el Evangelio de este domingo ligado a la mirada compasiva del Señor, la caridad y la Eucaristía, lo podemos encontrar en la exhortación «Sacramentum Caritatis» del Papa Benedicto XVI, donde señala: «El pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de la propia vida por todos los hombres y muestra también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (Mt 20,34; Mc 6,54; Lc 9,41).

Mediante sus sentimientos profundamente humanos, Él expresa la intensión salvadora de Dios para todos los hombres a fin que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo en la eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios para cada hermano y hermana. Nace así, en torno al misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que “consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco…Por consiguiente nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos, y por eso la eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “Pan partido” para los demás, y por tanto a trabajar por un mundo más justo y fraterno… en verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser junto con Jesús, pan partido, para la vida del mundo» (88).

En esta reflexión quiero recordar que el próximo domingo 8 de agosto celebramos al Patrono de nuestro Seminario Diocesano «Santo Cura de Ars». La misa será a las 11 de la mañana en el mismo Seminario con todos los que quieran acompañarnos. En nuestro seminario hay 28 seminaristas, junto a otros jóvenes que participan de un proceso de discernimiento de su vocación desde los campamentos o encuentros mensuales denominados «Emaús» y «Cafarnaúm». Todo ello implica algunos esfuerzos, dedicación de sacerdotes, inversión económica, para adecuar instalaciones y para apoyar el proceso que se va dando.

No dudamos en afirmar con certeza que es Dios el que acompaña esta obra con su providencia. Pero todos como Iglesia debemos sentirnos responsables. Por eso me animo a pedirles que sigan rezando fuerte por nuestro Seminario. Les agradezco todos los aportes, donaciones, y bonos de contribución que nos ayudan a sostener la formación de los seminaristas. En la evangelización de nuestra Diócesis hay muchas cosas fundamentales, pero el apoyo a nuestros seminaristas nos alienta en la esperanza.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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María de Itatí, escúchanos

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 16o durante el año [18 de julio de 2021]

El 16 de julio se ha celebrado la coronación de la imagen de «Nuestra Señora de Itatí». En 1615 fue Fray Luis Bolaños quien trajo la imagen de la Pura y limpia Concepción a Itatí y desde allí María, la Virgen, acompaña al nordeste argentino. Tradicionalmente en estos días, desde las distintas provincias de la región se acercaban en peregrinación a ese pequeño pueblo de Itatí, a visitar a su Madre en la Basílica.

En el actual contexto de la pandemia, sumamos los modos virtuales para estar conectados entre nosotros y a nuestra Madre. El 9 de julio pasado hemos celebrado, en su día, una Misa solemne en nuestra Catedral «San José», ya que María de Itatí es la Patrona de nuestra Diócesis. En ese contexto hemos rezado también el «Te Deum», pidiendo a Dios especialmente por nuestra Patria y nuestra Provincia.

En realidad, María siempre acompañó a la Iglesia. Desde su mismo nacimiento, en la mañana de Pentecostés. Ella estuvo junto a los Apóstoles: «todos ellos (los Apóstoles), íntimamente unidos se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús…» (Hch 1, 14).

Desde los primeros siglos los cristianos veneraban a María con diversas advocaciones ligadas a temas teológicos, como «María, Madre de Dios», proclamada en los primeros siglos, o bien a lugares donde la Iglesia evangelizaba. En América latina, desde que la fe cristiana llegó a nuestras tierras, María nuestra Madre siempre estuvo presente. Guadalupe en México, Caacupé en Paraguay, Luján en Argentina y en nuestro nordeste, «la de Itatí».

A ella, a María de Itatí que siempre nos acompaña, le hemos pedido en nuestra fiesta Patria para que interceda ante nuestro Padre Dios por todos los argentinos. Especialmente hemos pedido para que podamos superar las grietas que nos dividen a los argentinos y para crecer en el diálogo y los consensos, sobre todo, en temas como la pobreza que daña a nuestra Patria. También le pedimos que podamos evangelizar y humanizar nuestra cultura.

El texto del Evangelio de este domingo (Mc 6, 30-34) nos muestra al Señor en plena misión, junto a los Apóstoles, y nos señala: «Pues los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer» (31b) El texto indica un hecho que pasó pero que tiene vigencia y reclama hoy que profundicemos nuestra condición de «discípulos y misioneros». «Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (34).

El Espíritu Santo impulsa siempre a su Iglesia, también aquí en América Latina y por lo tanto en nuestra Diócesis. Nos ayuda a experimentar el llamado gozoso de anunciar la Buena Nueva que hemos conocido, a tantos hermanos que necesitan profundizar el encuentro con Jesucristo y asumir los valores que nos enseña el Evangelio.

Nuestro Primer Sínodo Diocesano, asumiendo el Documento de Aparecida nos impulsa a revisarnos y revisar nuestras Parroquias, movimientos, institutos educativos y sectores pastorales, para llegar a tantos que están «como ovejas sin pastor».

El documento de Aparecida señala que en nuestra misión no partimos de cero, sino de un trabajo que, aún con límites, la Iglesia viene realizando en nuestro continente: «Agradecemos a Dios como discípulos y misioneros porque la mayoría de los latinoamericanos y caribeños están bautizados. La providencia de Dios nos ha confiado el precioso patrimonio de la pertenencia a la Iglesia por el don del bautismo que nos ha hecho miembros del Cuerpo de Cristo, pueblo de Dios peregrino en tierras americanas, desde hace más de quinientos años. Alienta nuestra esperanza la multitud de nuestros niños, los ideales de nuestros jóvenes y el heroísmo de muchas de nuestras familias que, a pesar de las crecientes dificultades, siguen siendo fieles al amor. Agradecemos a Dios la religiosidad de nuestros pueblos que resplandece en la devoción al Cristo sufriente y a su Madre bendita, en la veneración a los Santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos». (DA 127).

A nuestra Madre de Itatí, encomendamos nuestra Patria y Provincia, así como el aporte que podamos realizar desde la evangelización y humanización de nuestra cultura.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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