La esperanza Cristiana

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 1 de Adviento [28 de noviembre de 2021]

El año va llegando a su fin. Finalizan las clases, se acercan las vacaciones y las fiestas. Sentimos el cansancio de un año intenso. En este contexto la liturgia del adviento, que nos prepara para celebrar la Navidad, nos invita a animarnos en la esperanza.

El Evangelio de este domingo (Lc 21,25-28; 34-36), nos dice que estemos atentos y prevenidos en la esperanza: «Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes» (Lc 21,34). Este texto y la liturgia del adviento, también nos recuerdan la esperanza de los cristianos en la segunda venida del Señor. Es el reclamo esperanzador del Apocalipsis, hecho en medio de dificultades y signos de muerte y que la liturgia retoma en las celebraciones en el adviento: «Ven Señor Jesús».

Las celebraciones que nos preparan para la Navidad subrayan el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza escatológica, la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta proyección que nos hace reclamar «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esta sería una espera alienante mientras que la esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo. El tema de la esperanza es clave en la espiritualidad del adviento y en la preparación del nacimiento de Jesús en la Navidad. Es importante que entendamos que la esperanza cristiana tiene un profundo contenido teológico. Es necesario aclararlo porque a la palabra esperanza podemos darle solo un significado temporal y reducirla a expectativas inmediatas que, aunque puedan ser válidas, no son suficientes para captar la esperanza cristiana. Si bien la misma nos compromete en el presente, no puede desligarse del futuro.

Un excelente texto de la Conferencia Episcopal Argentina en el que el Cardenal Estanislao Karlic tuvo especial participación, desarrolla el tema de la esperanza. Se trata de «Jesucristo, Señor de la Historia», allí se señala: «El camino de la vida es muy diferente de acuerdo al final que uno presiente o imagine. ¿Es acaso lo mismo si al final del camino no hay nada ni nadie, o si en la meta de la existencia hay una Presencia y un abrazo? Peregrinar la vida, engendrar y educar hijos, construir historia, apostar al amor y forjar futuro no tiene los mismos motivos si el vacío lo ha devorado todo o si al final nos espera Alguien. La situación cultural actual, crecientemente plural, nos invita a redescubrir la originalidad del mensaje judeo-cristiano sobre la historia: un camino personal y comunitario con origen, sentido y plenitud final en Dios» (15).

Es cierto que se multiplica una gran variedad de propuestas sobre el futuro de la humanidad y lo que vendrá: «Para algunos, el mundo está cerca de su final catastrófico, la destrucción estaría a las puertas y hasta tendría fecha precisa. Extrañas predicciones, antiguas y nuevas, asegurarían que el final está cerca. Para otros, el universo está en su infancia, recién ha concluido su primera etapa de vida, ha comenzado una nueva era. Hay quienes piensan que simplemente no hay futuro, el porvenir posee tan poco significado como lo tiene el presente y lo tuvo el pasado. Otros viven como si todo se redujera al instante, al hoy y aquí, para alcanzar el mayor bienestar posible… el futuro sería una ilusión que distrae del presente e impide vivirlo a fondo. La falsa idea de la reencarnación, la afirmación de que tenemos varias vidas sucesivas, lamentablemente gana hoy adeptos, incluso entre los cristianos» (15)

En este contexto la liturgia del adviento nos prepara para celebrar el nacimiento de Jesús. Hace que cada año presente la posibilidad de que convirtamos nuestro corazón a la sencillez del pesebre. Desde antiguo la liturgia del adviento nos invita a renovar nuestra esperanza, a tener en cuenta la segunda venida del Señor. La lectura del libro del Apocalipsis nos hace reclamar: «Ven Señor Jesús», algo que para muchos es espantoso o bien no les significa nada, que es el fin de la historia y la plenitud. Esta esperanza nos hace comprometernos con el presente, sin absolutizar cosas, ni crearnos expectativas o mesianismos falsos que siempre terminan frustrándonos. Solo Jesús, el Emmanuel, el Dios con nosotros, es nuestro absoluto, y desde Él tenemos una comprensión más profunda de la esperanza. ¡Ojalá que en la Navidad podamos volver al Señor que nace en el pesebre!

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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María de Itatí

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 25o durante el año [19 de septiembre de 2021]

Este fin de semana celebramos con gozo a nuestra Madre de Itatí. Durante muchos años realizamos la peregrinación, sobre todo de los jóvenes de la región del NEA a su Casa, en la Basílica de Itatí. Así como el año pasado, este año, por la situación de pandemia en la que todavía estamos, la celebración y formas de expresión se realizarán desde cada diócesis y la misa principal se transmitirá por vía telemática desde Itatí. De todas maneras, aquellos jóvenes que están más cerca tendrán la posibilidad de la presencialidad. 1Más allá de estas alternativas, estaremos, desde los diversos lugares del NEA, en comunión con nuestra madre de Itatí, patrona del nordeste Argentino.

En realidad, María siempre acompañó a la Iglesia. Desde su mismo nacimiento, en la mañana de Pentecostés, ella estuvo junto a los Apóstoles: «Todos ellos, íntimamente unidos se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús y de sus parientes» (Lc 1,14). Desde los primeros siglos, los cristianos veneran a María con diversas advocaciones ligadas a los lugares donde la Iglesia evangelizaba. En América Latina, desde que la fe cristiana llegó a nuestras tierras, ha estado cerca de su pueblo: Guadalupe en México, Caacupé en Paraguay, Luján en Argentina y, en nuestro nordeste, la de Itatí.

En este domingo celebramos desde nuestras diócesis o conectados telemáticamente a las celebraciones de la Basílica de nuestra madre, continuando con una tradición que asume diversas expresiones de religiosidad que son signos de la fe de nuestra gente y es un tema que requiere la preocupación de los cristianos por acompañar desde la evangelización la riqueza de esta piedad popular. El texto de este domingo (Mc 9,30-37), señala la catequesis sobre la verdadera grandeza: «El que quiera hacerse el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Sin esta actitud de pequeñez difícilmente comprendamos la evangelización de nuestro tiempo y la valoración necesaria de la piedad popular.

El documento de Aparecida del episcopado latinoamericano nos enseña e ilumina sobre aspectos que tendremos que tener en cuenta al considerar la piedad popular en nuestra realidad misionera en orden a la evangelización. «No podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios. En la piedad popular, se contiene y expresa un intenso sentido de la trascendencia, una capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal. Es también una expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la llamamos espiritualidad popular. Es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que lo es de otra manera.

La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda. Es parte de una originalidad histórica cultural de los pobres de este Continente, y fruto de una síntesis entre las culturas y la fe cristiana. En el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la Iglesia». (DA 263-264)

En este tiempo en que tantos cristianos se encuentran para rezar y reflexionar sobre la evangelización, será fundamental ver cómo partiendo de la riqueza que nos aporta la piedad popular, buscamos nuevas estrategias pastorales que lleven al corazón de la gente la persona de Jesús y sobre todo el discipulado en el que todos debemos iniciarnos, la formación integral o bien la catequesis que nos permita madurar nuestra fe y dar respuestas adecuadas para evangelizar nuestra cultura misionera

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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Evangelizar sin proselitismo

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 22o durante el año [29 de agosto de 2021]

La Evangelización es la razón de ser de la Iglesia. Por esto debemos reflexionar siempre acerca de los desafíos que supone en cada época transmitir la Buena Noticia de Jesús. Percibimos que en nuestra América Latina y en nuestra cultura misionera hay una búsqueda genuina de Dios en lo religioso, pero que convive aún con mucha superstición y predicación proselitista que manipula, negocia y confunde esta genuina búsqueda de Dios de nuestra gente.

Este domingo queremos seguir profundizando en el texto «Navega Mar Adentro» de los obispos argentinos: «Además existen grupos pseudorreligiosos y programas televisivos que proponen una religión diluida, sin trascendencia, hecha a la medida de cada uno, fuertemente orientada a la búsqueda de bienestar y sin experimentar lo que significa adorar a Dios». (Navega Mar Adentro, 31)

El desafío de evangelizar la búsqueda de Dios exige que los cristianos nos comprometamos a realizar un camino de maduración en la Fe. En esto se ha insistido en Aparecida, así como en nuestro Sínodo Diocesano sobre la necesidad de realizar un camino de formación integral como discípulos y misioneros de Jesucristo, el Señor, considerando que este es un proceso de seguimiento a transitar durante toda la vida.

En un contexto poco claro, es posible encontrar gente que, por ejemplo, se dice cristiana, pero cree al mismo tiempo en la reencarnación o sea en que su espíritu vivió en otras personas y épocas del pasado y se encamina a vivir nuevas vidas en el futuro, sin darse cuenta de que la reencarnación no es compatible con la revelación cristiana. Los cristianos creemos en la resurrección. La resurrección de Cristo y la nuestra es confesada en el credo desde los primeros siglos y se diferencia absolutamente de posturas que creen en la reencarnación.

Sobre las erróneas propuestas proselitistas y estos negocios mediáticos es importante advertir que manipulan la genuina búsqueda de Dios de nuestra gente presentándose como espíritus amplios y ecuménicos, y silenciando que son propuestas superficiales e inconsistentes que en corto tiempo dañan la genuina búsqueda de Dios, dejando a la gente en una profunda insatisfacción y con frustraciones personales y grupales, que después son difíciles de revertir.

Es importante señalar la centralidad que los cristianos le damos tanto al diálogo ecuménico como al diálogo interreligioso, y que no es lo mismo el uno que el otro. El ecumenismo hace referencia al camino de comunión que realizamos los cristianos que tenemos un mismo bautismo y que confesamos que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, y por lo tanto creemos en un Dios uno y trino. En este camino ecuménico se encuentran católicos, ortodoxos y hermanos de otras confesiones cristianas. Otra cosa es el diálogo con el judaísmo y con otros grupos religiosos no cristianos, sobre todo monoteístas.

Sobre el ecumenismo, que no es la mezcla de todo, sino una búsqueda fundamental de comunión en nuestro tiempo nos dice Aparecida: «El ecumenismo no se justifica por una exigencia simplemente sociológica sino evangélica, trinitaria y bautismal: expresa la comunión real, aunque imperfecta que ya existe entre los que fueron regenerados por el bautismo y el testimonio concreto de fraternidad. (DA 228). De esta manera buscamos cumplir con el deseo de Cristo: «que todos sean uno, lo mismo que lo somos tú y yo, Padre y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). En Aparecida también se señala la relación con el judaísmo y el diálogo interreligioso: «Reconocemos con gratitud los lazos que nos relacionan con el pueblo judío, con el cual nos une la fe en el único Dios y su Palabra revelada en el Antiguo Testamento. Son nuestros “hermanos mayores” en la fe de Abraham, Isaac y Jacob» (DA 235).

«El diálogo interreligioso, en especial con religiones monoteístas, se fundamenta justamente en la misión que
Cristo nos confió, solicitando la sabia articulación entre el anuncio y el diálogo como elementos constitutivos de la evangelización» (DA 237).

El Evangelio de este domingo (Mc 7,1-8. 14-15. 21-23) nos presenta al Señor enseñando sobre la recta búsqueda de Dios: «Y Jesús, llamando otra vez a la gente, le dijo “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que hace impuro es aquello que sale del hombre”». En la genuina búsqueda de Dios y la religiosidad de nuestra gente encontramos un aporte y servicio en valores a nuestra cultura.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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Dimensión social del Capital

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 19o durante el año [08 de agosto de 2021]

El Evangelio de este domingo (Jn 6, 41-51), nos sigue relatando la multiplicación de los panes. Por un lado la preocupación del Señor «por la gran multitud acudía a él» porque no tenían para comer. Pero también este relato tiene una referencia directa al tema eucarístico y es en este texto de San Juan que el Señor nos dice: « Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

La Eucaristía, el pan compartido, nos exige a los cristianos buscar caminos comprometidos con las tantas formas de pobrezas con las que convivimos en nuestro tiempo. El documento de Aparecida nos recuerda que «nuestra fe proclama que Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre. Por eso la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. […]

Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo.

Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). […] El servicio de caridad de la Iglesia entre los pobres es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral». (cfr. DA 392-394)

El 7 de agosto hemos celebrado la fiesta de San Cayetano tan querida por nuestro pueblo y que expresa la valoración que tiene nuestra gente sobre el trabajo. Porque desde un trabajo digno se puede ganar el pan de cada día y esto ayuda a tener paz en las familias y en la sociedad. Ante esto no es extraño que la doctrina social de la Iglesia acentúe y priorice el trabajo como clave de la problemática económica y como genuino generador del capital. Por eso la Iglesia manifiesta su preocupación señalando que el flagelo de la pobreza es causado en gran medida por la desocupación, o la precariedad laboral que hace que tantos tengan que vivir con changas pasajeras y sin cobertura social alguna.

El documento de Aparecida advierte también que «la actual concentración de rentas y riquezas se da principalmente por los mecanismos de sistemas financieros. La libertad concedida a las inversiones financieras favorece al capital especulativo, que no tiene incentivos para inversiones productivas de largo plazo, sino que busca el lucro inmediato en los negocios con títulos públicos, monedas y derivados.

Sin embargo, según la Doctrina Social de Iglesia, el objeto de la economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos no solo cuantitativos, sino cualitativos: todo lo cual es moralmente correcto si está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad en la que vive y trabaja. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de bienes y servicios. Al contrario, la pura acumulación, aún cuando fuese en pro del bien común, no es una condición suficiente para la realización de una auténtica felicidad humana. La empresa está llamada a prestar una contribución mayor en la sociedad, asumiendo la llamada responsabilidad social- empresarial desde esa perspectiva». (DA 69)

En este domingo en el que se hace referencia al texto bíblico de la multiplicación de los panes, podemos recordar el consejo de la encíclica Sacramentum Caritatis: «Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el Sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse pan partido para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno […] En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo». (Sacramentum Caritatis, 88)


Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.

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La cultura de la Solidaridad

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Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas, para el domingo 15o durante el año [11 de julio de 2021]

Aunque el texto bíblico de este domingo (Mc 6, 7-13), se refiera al llamado del Señor a los Doce Apóstoles, a quienes les pide un seguimiento especialmente exigente, en dicho llamado podemos comprender algunas características del estilo de vida de los cristianos en general, sobre todo en nuestro tiempo donde la idolatría del tener, del poder y del placer pretenden ser el proyecto que se propone al hombre de hoy.

«Entonces llamó a los Doce y los envió… y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero…» (Mc 6, 7-8). Ante estos textos bíblicos podemos preguntarnos cómo nos relacionamos con los bienes materiales, cómo ejercemos el poder o bien nuestras responsabilidades y si somos capaces de disfrutar sin idolatrar el placer. En todo caso, aunque suene a idealista, el intentar ser pobres y pequeños es una enseñanza para todos los bautizados y no sólo para los que se consagran a Dios. Soy consciente que esta enseñanza evangélica está en el olvido de la mayoría de los cristianos. Al respecto recordemos la bienaventuranza que nos relata San Lucas «Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: ¡Felices ustedes, los pobres, porque el
Reino de Dios les pertenece!» (Lc 6, 20). «Pero ¡Ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!» (Lc 6, 24).

Un texto muy iluminador sobre qué significa la pobreza cristiana es el documento de Puebla: «Para el cristianismo, el término “pobreza” no es solamente expresión de privación y marginación de las que debemos liberarnos. Designa también un modelo de vida que ya aflora en el Antiguo Testamento en el tipo de los “pobres de Yahvé” y vivido y proclamado por Jesús como Bienaventuranza. San Pablo concretó esta enseñanza diciendo que la actitud del cristiano debe ser la del que usa de los bienes de este mundo sin absolutizarlos, pues son sólo medios para llegar al Reino. Este modelo de vida pobre se exige en el Evangelio a todos los creyentes en Cristo y por eso podemos llamarlo “pobreza evangélica”. Los religiosos viven en forma radical esta pobreza, exigida a todos los cristianos, al comprometerse por sus votos a vivir los consejos evangélicos» (DP 1148).

«La pobreza evangélica une la actitud de la apertura confiada en Dios con una vida sencilla, sobria y austera que aparta la tentación de la codicia y del orgullo. La pobreza evangélica se lleva a la práctica también con la comunicación y participación de los bienes materiales y espirituales; no por imposición sino por el amor, para que la abundancia de unos remedie la necesidad de los otros. La Iglesia se alegra de ver en muchos de sus hijos, sobre todo de la clase media más modesta, la vivencia concreta de esta pobreza cristiana. En el mundo de hoy, esta pobreza es un reto al materialismo y abre las puertas a soluciones alternativas de la sociedad de consumo» (DP 1149- 1152).

Hay una gran cantidad de cristianos que captan este tema de hecho, porque son pobres y a la vez solidarios. Ellos saben compartir. También hay gente que posee muchos bienes, o bien que tienen conducción o poder y saben ser sencillos y entienden esto de ser pobres, siendo «pequeños». A estos les cabe la bienaventuranza de san Lucas en que el Señor los llama: ¡Felices! Por lo menos están haciendo una buena inversión futura, para asegurarse un lugar junto al Padre.

También están los que viven apegados al tener, acumulan sin compartir, creen que lo que poseen es solo fruto de sus manos y no reconocen la generosidad de Dios. Otros se ligan a conseguir poder, en el fondo, para reemplazar a Dios. En la raíz está la soberbia que es la madre de todos los pecados. A esta idolatría le cabe la otra parte de la bienaventuranza de san Lucas: ¡Ay de ustedes los ricos (o soberbios), porque ya tienen su consuelo! (Lc 6,24).
Solo cuando tenemos a Dios como absoluto podemos relacionarnos bien y construir un mundo mejor, pero cuando queremos ser como dioses nos transformamos en un problema, porque empeoramos todo.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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