Hands in black and white of old man who had worket hardly in his life farmer

Espejitos de colores: entre la acumulación de millas de cero gestión y la pobreza

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Buena amigos lectores. Tanto tiempo.

Me acordaba la otra noche, cuando era un adolescente, de un encuentro en las playas de Camboriú. Conocí a un hippie que vendía espejitos de colores y artesanías -malas por cierto- y, por supuesto, fumaba marihuana como si fuera parte de un uniforme. Aunque yo no me drogaba -ni lo hago ahora- lo escuché atentamente mientras me contaba que iba a cambiar el mundo. Me mostró con orgullo su colección de libros, que al parecer eran el manual del revolucionario aficionado. Creo que se llamaba José, pero su nombre realmente no importa.

El asunto es que, en mi juventud ingenua, le creí. José hablaba de Marx, Engels, la lucha armada y las revoluciones del proletariado con la convicción de quien ya se ve a sí mismo esculpido en bronce. Hoy, con algunos años más (y quizás algo de sentido común), me atrevería a decir que, si José sigue vivo y aun deambulando por ahí, no ha cambiado el mundo ni un milímetro. Pero bueno, siempre nos quedarán las malas artesanías y sus espejitos de colores. 

Pasando a lo de hoy, al aquí y al ahora, parece que Javier Milei va camino a ser recordado, pero no como “el presidente libertario” que algunos imaginaban. De hecho, a este ritmo, quizás ni siquiera como presidente, sino más bien como una especie de Marco Polo versión sudaca. Desde que asumió, más que en la Casa Rosada, se lo ha visto con más frecuencia en el aeropuerto de Ezeiza. A este paso, no va a necesitar ni visa para Estados Unidos; probablemente lo terminen nombrando “ciudadano frecuente” o algo por el estilo.

Los mal pensados dicen que su interés en vender Aerolíneas Argentinas es para poder disponer de vuelos privados sin tener que andar lidiando con los incomodísimos jets de 300 mil dólares por viaje. Y si te lo estás preguntando, sí, me lo contó el hermano del ex panelista Adorno, quien ahora es “casta” pero nadie sabe exactamente de qué trabaja.

Por cierto, me dijo que Javi ya está escribiendo un libro titulado: “Cómo gobernar un país desde un avión”. 

Parece que Javi está probando una nueva forma de gobernar: en lugar de quedarse atado a un escritorio como cualquier mortal, prefiere dirigir los destinos de la nación desde las alturas, literalmente. A 10 mil pies de distancia, sobrevuela el país de vez en cuando, porque, claro, nada dice “cercanía con el pueblo” como gobernar desde un avión. Libertad, innovación, evasión… y cero gestión, eso sí.

Ahora, la pregunta del millón (o mejor dicho, de los millones que se gastan en estos vuelos): ¿alguno de esos viajes tendrá algo que ver con hacer algo por el país? Porque mientras la inflación baja a fuerza de un ajuste que solo duele a los de siempre, y la pobreza sigue trepando como si fuera su deporte favorito, Javi anda por el mundo enseñando sobre las fuerzas del cielo y otros grandes misterios.

Digo yo, si la economía está en crisis, ¿no sería buena idea que Milei se quedara un ratito en casa, viendo cómo arreglamos este desastre en lugar de andar sacándose selfies en Wall Street? Pero claro, las selfies siempre salen mejor con un fondo internacional.

El león viaja. Y cuando, por algún milagro, está en el país, no recibe a nadie que no forme parte de su exclusiva “mesita chica”. Eso sí, se da algún que otro asadito para celebrar que los jubilados, una vez más, no verán un aumento en sus haberes. Porque, claro, siempre hay algo que festejar. Mientras tanto, Javi no habla con gobernadores, no da audiencias y, ni por asomo, viaja al interior. Sus funcionarios, bueno, tampoco. Los pocos que sí se dignan a hablar con algún gobernador, lo hacen para no decidir absolutamente nada. Todo muy cambiante en esta nueva forma de no gobernar.

Ahora, lo que no cambia, es cómo muchos en Buenos Aires parecen creer que lo que sucede en la ciudad es una representación fiel de toda la Argentina. Para algunos, el país termina en la General Paz, y todo lo que queda más allá es poco menos que una leyenda urbana. Se quejan del tráfico en la 9 de Julio o discuten sobre el sentido de circulación de la Av. Pueyrredón, creyendo que esa es la realidad de todo el país: asfaltada, iluminada, veloz, ruidosa, llena de oportunidades. 

Quizás, solo quizás, a un gobierno nacional le vendría bien equilibrar la “unidad nacional” con la diversidad regional, permitiendo que las provincias gestionen según sus necesidades locales. Capaz, ¿no?

Pero bueno, todos sabemos (menos los funcionarios nacionales, por supuesto) que la realidad del interior es otra. En muchas provincias, la vida transcurre a otro ritmo, enfrentando desafíos y carencias que en la ciudad son inimaginables. Allí, los servicios públicos no llegan con la misma rapidez, los trabajos escasean, y la conexión con la tierra es algo mucho más literal. La desigualdad regional es palpable. 

Quienes gobiernan encerrados en Buenos Aires, viven en una burbuja. Y salir de ella para conocer el verdadero país no es solo recomendable, es fundamental. Porque sin esa perspectiva, seguirán pensando soluciones para una pequeña parte de la población, mientras el resto del país sigue esperando que alguien lo vea.

La noticia más relevante de la semana, además de la supuesta separación de Pampita, es que “Argentina alcanza el 53%”. Y no, no es el descuento de un CyberMonday; es el porcentaje de pobreza. ¡Sí, señores! Parece que nos convertimos en campeones de los récords de la libertad… pero de los malos.

Así es, mi gente. Por si a alguien le interesa, pasamos de un 40,1% al 53% en un año. ¡Todo un logro! Vamos tan rápido que, si la pobreza fuera una competencia, estaríamos en la Fórmula 1 con Colapinto y directo a la pole position. Y la indigencia, que no quiso quedarse atrás, decidió duplicarse para no perder protagonismo, subiendo del 9,3% al 18,1%. Si fuera un partido de fútbol, ya nos habrían sacado la tarjeta roja.

Lo más preocupante es que, si seguimos así, vamos a necesitar un nuevo índice que mida cuántos de nosotros estamos “pobres pero felices”, porque parece que lo único que nos queda es el humor. Al final del día, como buenos argentinos, sobrevivimos con un chiste bajo el brazo y un mate en la mano… aunque, siendo sinceros, la yerba también nos está mirando de reojo, preguntándose si no la vamos a tener que compartir con el vecino, que ya no puede comprarla.

Volviendo a los viajes del León, desde esta humilde columna, lo que sí le pedimos al Javi, es que en su próxima gira vuelva con algo más que souvenirs y un bronceado diplomático. Porque a este paso, lo único que nos está dejando es en la cuenta regresiva para que se nos terminen las millas… pero de paciencia. A este ritmo, no queda margen ni para la ironía. O ajustamos el rumbo, o nos vamos a reír… para no llorar.

Amigo, como siempre, de un lado de la reja esta la realidad, del otro lado también hay una realidad. Lo único irreal es la reja.

Hasta la próxima.

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