A los activistas “Eco-ansiosos” y la generación suicida

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El oro negro nos dio el poder de levantar ciudades en los desiertos, de alimentar a billones de personas sin demasiada mano de obra humana, de producir nuestros tan amados smartphones en serie y, porque no, de viajar al lugar mas recóndito del planeta con una cantidad históricamente baja de recursos necesarios para ello. Levantó la sociedad que hoy conocemos como una normalidad. Realmente es una lástima que algo tan maravilloso, no solo termine por destruirnos a nosotros mismos, sino que se acabe incluso antes de que consigamos desarrollar un sustituto fiable. Los combustibles fósiles, fueron una fuente barata y abundante de energía durante al menos los últimos 100 años, permitiendo que una sociedad de consumo como la que conocemos hoy sea posible.

Disponer de una especia que solo se produce del otro lado del planeta, en una góndola de la despensa de la esquina, es una anomalía, una codiciosa y lamentablemente normalizada anomalía frente a la naturaleza. Tener entre manos una tecnología tan avanzada como la de un teléfono celular, con acceso a internet y aplicaciones específicas, juegos online, redes sociales, entre otras, nos convierten en una generación con privilegios tales que le provocarían envidia a la imaginación del más audaz de los pensadores de la antigüedad, o al más creativo rey del imperio mas poderoso. Somos la generación del transistor, que desencadenó la computación y con ella la nanotecnología y la inteligencia artificial. La generación que goza de frutos de estación, aún cuando no sea su estación, la generación que puede escuchar a Beethoven y a Freddy Mercury en una sola playlist de Spotify, o crear una canción en la que ambos colaboren, usando herramientas de I.A gratuitas.

Pero el petróleo no es infinito, por mas que nuestros muchos sueños de futuros ideales parezcan si serlo. Mucho se habla en materia de las consecuencias distópicas que acarrea la contaminación del medio ambiente por parte de los combustibles fósiles, pronosticando temperaturas medias de 50 grados Celsius antes de terminar el siglo XXI, creando organizaciones destinadas a “luchar” contra los factores más destructivos de los hidrocarburos, como Greenpeace, una ONG ambientalista internacional fundada hace ya 54 años. Mas recientemente, se daría a conocer un grupo de “activismo climático” de Reino Unido, que porta el nombre de Just Stop Oil (Simplemente detengan el petróleo).

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Pero poco se sabe de la verdadera profundidad del problema, donde “simplemente detener el petróleo” equivale a quitarle el pan de la boca tres cuartas partes de la población.

Entre los integrantes de la “generación Z” (Nacidos desde 1994 a 2010) se inventó un nuevo término que intenta englobar lo que experimenta un individuo que se ve agobiado por estas noticias que tienen que ver con el devenir del clima y los desastres naturales inminentes. La “Ansiedad Climática” es un fenómeno que daría nombre a un temor, que la ciencia ficción terminó por profundizar, creando la juventud actual. Provocando que hoy sea un acto revolucionario y admirable lanzarle una piedra a La Gioconda, o volcarle un tarro de pintura a Los Girasoles de Van Gogh.

Esto sumado a la enorme desinformación que ocasionan las redes sociales, llevándonos a un punto en el que estamos obligados a normalizar el desastre o colapsar sobre nosotros mismos, debido a el brutal choque psicológico que intenta lograr el morbo de los medios. La realidad se torna a menudo tan triste que es inaceptable, obligando a toda una generación a meter la cabeza en un hoyo en el suelo, cual ñandúes, asustados por la bastedad de aquello que no se comprende.

Cuando se levanta alguien a intentar difundir material científico, certero, real, es tan aburrido que pasa desapercibido. Provocando que quien mas debe de oír la realidad sobre el mundo, nuestra generación, este tan saturada que le sea intrascendente. Por ello, intentar concientizar al respecto a la flamante juventud Z, es en extremo complejo. Es intentar mostrarle más problemas a un espíritu brutalmente corroído por la saturación aturdidora y constante de nuestra magnífica normalidad Petrodependiente. También se espera que quien comunica, traiga “buenas nuevas”, para intentar adormecer un poco esa preocupación, ese aturdimiento.

No se cuantas buenas noticias me serán posibles comunicar, pero se que las hay, de hecho, mas de las que se imaginan. El cambio climático aún es reversible, el planeta no morirá por nuestra culpa, la energía es aprovechada de maneras esmeradamente ineficientes, es decir, que podemos mantener un estilo de vida similar al actual en materia de comodidades, que maneje un uso cociente de las energías y los materiales. Que se priorice concientizar hasta al primer nivel de la escuela primaria, con lo finito de los recursos, creando así generaciones venideras que sean conscientes del contexto y sean capaces de ser resilientes y plantear soluciones masivas, en lugar de apostar a mágicas curas de laboratorio.

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Seguimos siendo la generación que es perfectamente capaz de revertir el proceso de calentamiento global mas brutal de la historia de la humanidad con un video viral en tiktok. Pero mientras esa simple decisión no ocurra, este mundo se irá volviendo mas y mas gris, hasta que la realidad sea tan devastadora que llegue a afectar a los ciudadanos de manera directa, faltándoles el internet o la luz eléctrica. La realidad es tan triste que esto es lamentablemente cierto, convirtiendo a las víctimas del desastre en cómplices de su propio destino final.
La sociedad de consumo es obvia e innegablemente insostenible, llevándonos a el incómodo y
muy “políticamente incorrecto” cuestionamiento del capitalismo. Ese que nos regalo esta tan
corrompida meritocracia hipócrita, defendida por sus beneficiarios o quienes aún ignoran gran
parte de la realidad. El capitalismo se sostiene sobre la idea de la expansión indefinida,
impulsada por el brazo fuerte del ya escaso petróleo convencional.
Pero, entonces, ¿Cuál es la alternativa? Meterme en esa incógnita es inconducente, porque
creo que ya no nos queda tiempo de debatir ideales de sociedad, sino que es hora de enfrentar
la realidad como humanidad, resolviendo problemas prácticos y reales. Creo que hay que ser
realista y ser realista es ser capaz de, con un muy rudimentario sentido común, proveer que la
expansión indefinida es insostenible en un planeta finito.
Como un comunicador de la materia, creo que es vital invitar a soñar con un mundo mejor
para todos, en el que sea responsabilidad de cada uno procurar tener una mínima idea de que
es lo que queremos en el futuro. Creo que es nuestra responsabilidad, de mínima, ser capaces
de pensar una sociedad con más alternativas. Es nuestro deber, enfrentar este miedo
impuesto a la distopia, debatiendo sobre una utopía donde la humanidad siga siendo viable y
donde las futuras generaciones nos recuerden con orgullo y no como cobardes y arrogantes.

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