La desigualdad también es climática
El último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas remarca otra vez la urgencia por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Carolina Vera, científica argentina que integra ese grupo, advirtió que los obstáculos para alcanzar ese objetivo no son tecnológicos ni de recursos sino que se trata de un problema social, político y económico.
NexCiencia – El último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas remarca otra vez la urgencia por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Carolina Vera, científica argentina que integra ese grupo, advirtió que los obstáculos para alcanzar ese objetivo no son tecnológicos ni de recursos sino que se trata de un problema social, político y económico.
Se ha escuchado muchas veces. Lo vemos en incontables ficciones distópicas que fantasean con múltiples versiones del fin del mundo. Lo leemos en libros, notas, papers. Se reafirma en conferencias sobre el tema, en entrevistas a expertos. Lo experimentamos al comprobar sus consecuencias cada vez más notorias. El cambio climático pone en riesgo la vida tal como la conocemos.
“Es difícil ser optimista pero hay una ventana pequeña”. Carolina Vera inició así su presentación sobre el último informe de síntesis del IPCC, brindada en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Esa apertura diminuta consiste en una meta ambiciosa: reducir las emisiones entre un cinco y un siete por ciento anual desde ahora y, al menos, durante la próxima década.
Para apreciar la magnitud de esa reducción existe un ejemplo histórico, lo suficientemente inédito y reciente como para no olvidarlo: se logró durante el aislamiento mundial por la pandemia de COVID-19, en 2020. Ese objetivo permitiría no superar el grado y medio de calentamiento global, establecido como un máximo relativamente tolerable por el Acuerdo de París de 2015.
“¿Cómo lograr esa reducción ahora con todas las personas trabajando y viviendo normalmente? Durante la pandemia la gente no salía a la calle, no usaba los autos, no había aviones. Por eso digo que el desafío es posible pero está muy lejos”, advierte Vera, quien en su presentación afirmó que ya alcanzamos una acumulación de 1,09 grados y que, de no cambiar, en poco más de diez años estaremos sobrepasando la barrera del grado y medio.
Puede parecer poco pero es la temperatura media de la Tierra, calculada en períodos de veinte años y cuya acumulación desde 1850 tiene grandes consecuencias. Ese año es parámetro para medir el calentamiento porque desde entonces se distingue la emisión de gases de efecto invernadero a causa de la era industrial, principalmente por el uso del carbón.
Para Carolina Vera, quien además es investigadora del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) en Exactas UBA, y flamante profesora emérita de la Universidad de Buenos Aires, un buen ejemplo es la ola de calor que ha sufrido América del Sur, principalmente la región centro-norte de Argentina y la mayor parte de Paraguay y Uruguay, hacia fines del año pasado.
“Un estudio recientemente publicado por compañeros argentinos (que tiene a Juan Antonio Rivera, de IANIGLA-CONICET, como primer autor) junto a científicos de distintos países de América, Europa y Oceanía, da cuenta de que esa ola de calor, que en promedio podía ocurrir una vez cada veinte años, se aceleró sesenta veces debido a la influencia humana. Eso trae consecuencias”, afirma.
El Acuerdo de París aconseja no pasar los dos grados de calentamiento, estableciendo un límite deseable de uno y medio. La diferencia entre ambos valores es importante. Para Vera, hay un salto muy grande que se refleja en la frecuencia e intensidad de eventos extremos de lluvias, temperaturas o vientos.
“Nosotros computamos cómo cambia la frecuencia de ocurrencia de los eventos extremos. Entonces, una ola de calor que se producía en un promedio de una en cincuenta años al inicio de la era industrial, ya con un grado de calentamiento es más probable que ocurra entre cuatro y ocho veces más. Con un grado y medio, entre ocho y nueve veces más. Con dos grados, catorce veces más”, ejemplifica.
Humano, demasiado humano
Vera manifiesta que la conclusión no es que debemos vivir en aislamiento, sino lograr una sociedad cuya emisión de gases sea equivalente a la que tuvimos durante el 2020. ¿Cómo alcanzar ese descomunal objetivo? La respuesta de la investigadora es tan simple como compleja:
“Implica la transición del sistema energético de una manera ambiciosa y generalizada y la del transporte. Con esos dos sectores junto al cambio del uso de la tierra, es decir, la transición de la agricultura y la ganadería, se pueden lograr reducciones rápidas con tecnologías que ya existen”. Y agrega: “También acompañar esas transiciones con misiones de captura de dióxido de carbono. Eso ya lo hace la vegetación por fotosíntesis pero se puede incrementar con otras formas tecnológicas”.
Los últimos reportes del IPCC permiten ver que los medios necesarios están disponibles. En palabras de Vera: “Ya el primero de este ciclo, publicado en 2018, concluía que el problema no es físico, porque si se reducen y capturan las emisiones de gases de efecto invernadero, la temperatura va a bajar. El problema tampoco es tecnológico, porque sabemos que existen tecnologías probadas que en muchos casos ya están en funcionamiento. El problema es social, político y económico”.
Para la científica, ese reporte concluye que existe suficiente capital financiero global para atender el desafío. “El problema es que vivimos en un mundo con un sistema socioeconómico que no está siendo eficiente y que implica desigualdad en la distribución de la riqueza”, destaca.
Los informes del IPCC, sustentados en cuantiosas investigaciones publicadas a lo largo del mundo, muestran que las mayores emisiones son realizadas por el porcentaje de personas más ricas del planeta, mientras que el porcentaje más pobre es el que menos emite y el más impactado. Los números que brinda la experta son contundentes: “Entre 2010 y 2020 la mortalidad humana por inundaciones, sequías y tormentas fue quince veces mayor en regiones de alta vulnerabilidad que en regiones de baja vulnerabilidad. La resiliencia climática es desigual”.
Para Vera, si bien el problema es complejo, los gobiernos tienen la capacidad de regular. “Sin embargo, los reportes concluyen que los países en desarrollo requieren de la asistencia de los países desarrollados, que tienen la mayor responsabilidad en la acumulación de gases de efecto invernadero”, explica la experta.
“Al día de hoy es poco lo que se ha hecho, se redujeron las emisiones pero no lo suficiente”, se lamenta. Y aclara: “Eso nos está llevando a un mundo que, en lugar de llegar a los cuatro grados de aumento de la temperatura media global para fines de este siglo como si no se hubiera hecho nada, se ubicará en un rango que oscila entre los dos y medio y los tres y medio”.
La investigadora señala, conforme al reporte síntesis, que hay setenta países con planes nacionales de adaptación y una decena con acciones de mitigación “ambiciosas y generalizadas”. “Es posible y hay un camino”, celebra al mismo tiempo que advierte: “En el Acuerdo de París se planteó que los países desarrollados podrían generar un fondo especial para financiar planes así. Eso no se logró y lo que hay proviene de organismos internacionales que determinan qué y cómo se financia. Hay que pensar que el cambio climático no se puede desvincular de los planes generales de desarrollo de un país. Se debería pensar al país con una acción climática transversal”.
Últimamente, han surgido discursos que niegan o disminuyen la problemática ambiental. Sin embargo, las habladurías del mundo se deshacen ante la evidencia científica. Lo explica Vera cuando dice que la responsabilidad humana en el calentamiento global es inequívoca: “hay metodologías matemáticas con las que se desarrollan simulaciones en centros de investigación de todo el mundo, de forma independiente y con los mismos protocolos, que permiten atribuir las fuentes de este calentamiento al accionar humano”.
El crítico literario y ensayista estadounidense, Fredric Jameson, alguna vez dijo que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Si bien así parece estar cifrado nuestro presente, lo cierto es que la investigación científica avanza con otro futuro posible en mente. “La ciencia avanza, lamentablemente no pasa lo mismo con las acciones para frenar este fenómeno”, reconoce Vera.