Lo que se pone en juego en una elección histórica

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La elección de este domingo será la más importante desde la recuperación de la democracia. Se verá después si no fue, quizás, la de la historia argentina. Nunca antes, salvo durante las oscuras noches de botas militares, se pretendió pisotear valores democráticos y derechos conquistados como en esta coyuntura. Nunca antes un candidato hizo de forma tan desembozada, una apología de eliminar consensos básicos y al mismo Estado. Nunca antes en el prime time televisivo, se propuso arancelar la educación, la salud, ni se relativizó a la dictadura o se promovió la venta de órganos y de niños. Jamás se prometió la libre venta de armas, que igualaría a la Argentina con el riesgoso Estados Unidos. Nunca antes, ante la vista de todos, se usaron obsesivas metáforas sexuales para describir polémicas promesas de cambio. Jamás se puso en dudas como ahora el sistema electoral argentino, que salió indemne de las peores crisis políticas justamente por consensos básicos entre oponentes. Ahora se usa, livianamente y sin pruebas, la palabra fraude. Un temor que se agita pero que los libertarios no pueden sostener ante la Justicia. Un sistema electoral que no se puso en duda en las PASO, cuando Milei fue el más votado ni en ninguno de los otros cambios de Gobierno: Raúl Alfonsín le pasó la banda a Carlos Menem, Menem a De la Rúa. Néstor Kirchner se la puso tras el abandono del riojano y Cristina ni Daniel Scioli rezongaron cuando el ganador fue Mauricio Macri. Un absurdo agitar un fantasma incomprobable. 

Se toleró todo eso durante una agotadora campaña electoral que quedará para estudios más profundos, porque la Argentina está en crisis desde hace un tiempo largo. La decepción acumulada excede largamente los grises años de Alberto Fernández y se extiende en el tiempo, pasando por la gestión Cambiemos, ahora camuflada en la Libertad Alianza, hasta llegar a los últimos tiempos de Cristina Fernández, cuando la inflación comenzaba a ser un problema -ínfimo, si se mira en perspectiva-. 

La democracia que cumple 40 años no logró satisfacer del todo eso de que con ella “se come, se cura y se educa”. Crisis rotundas como la hiperinflación del fin del radicalismo en los 80, la pobreza y el desempleo legados por el menemismo y la implosión del 2001, de la mano del fugaz Fernando De la Rúa. La vuelta al FMI y la deuda eterna de Mauricio Macri, con cierre de Pymes y miles de puestos de trabajo perdidos. La pandemia y sus consecuencias. Las desavenencias políticas que alimentaron la grieta, quizás el peor mal de los últimos años. Una olla a presión. Claramente hay deudas pendientes que saldar. Pero la palabra cambio, tan manoseada en los últimos años, no es sinónimo de retroceso.  

Tras el “que se vayan todos”, la reorganización llegó de la mano de la política. Fue la política la que puso en marcha la reconstrucción, con más Estado y no con menos. 

Un ejemplo es Misiones, que puso en marcha un proceso inédito en esos tiempos. La unidad de peronistas, radicales e independientes dejó de lado las banderas inexorables para darle vida a un proyecto que prioriza los intereses de la provincia por encima de mandatos partidarios antagónicos y centralistas. La memoria de esos años revela que la tierra colorada encabezaba los rankings más vergonzosos: pobreza, desempleo alto, pésimos indicadores de salud y educación. La yerba mate valía nada y la chacra se malvendía. 

El gobierno de “unidad provincial” liderado por Carlos Rovira, comenzó a generar políticas que permitieron mutar esa realidad. Hoy Misiones es otra. Está entre las primeras diez economías del país, supera a todo el NEA en empleo registrado y se metió en el top tres del Norte Grande en volumen de trabajadores, consumo e inversiones. La innovación y la robótica son marcas registradas en contraste con los últimos lugares de calidad educativa de hace dos décadas. La salud tiene marcas que envidian otras provincias y una inversión inédita en tecnología de punta al servicio de los misioneros en los hospitales públicos. Gratis para quien no pueda pagar. Desde cirugías robóticas hasta un Instituto del Cáncer. 

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La deuda, que también era eterna y superaba dos presupuestos anuales, se redujo y hoy equivale a apenas el 8 por ciento de los ingresos totales. Todo eso con una política fiscal que permitió contar con recursos propios al mismo tiempo que impuestos bajos -la alícuota de Ingresos Brutos más baja del país, según la Cámara Argentina de Comercio-.

Fue con esa amalgama que se pudo transformar la realidad. Siempre se fue por más, incluso en momentos en los que la oposición defendía otras “prioridades”.

El escenario no es demasiado distinto al de la Argentina actual. El dilema es el plan motosierra o el llamado a una unidad nacional de Sergio Massa, que en las últimas horas cosechó respaldos inesperados. Desde Margarita Stolbizer a intendentes de Cambiemos o históricos del radicalismo, como Enrique “Coti” Nosiglia, quien llamó a votar en contra de “la ideología de la locura” y a favor de la democracia. Las palabras del emblemático operador contrastan con el silencio complaciente del radicalismo misionero cuya cúpula dirigencial milita el “cambio” liderado por quien desprecia obsesivamente a Raúl Alfonsín. 

Hasta el presidente de la Sociedad Rural, Nicolás Pino, llamó a fortalecer la “democracia” y dijo que “el único camino posible es la unión que permita cerrar la grieta”. Nadie podría sospechar de oficialista a la SRA. 

Pedro Sánchez desde España, Lula, Mujica y Andrés Manuel López Obrador en México fueron algunos de los mandatarios y ex presidentes que respaldaron a Massa. 

En contraste, la oferta del “cambio”, no hizo más que alimentar la grieta. Es nosotros o el abismo. Exterminar al otro. Al que piensa distinto. El arribo del macrismo a las huestes libertarias no hizo más que exacerbar ese estado de ánimo. Se transformaron en lo que dicen querer combatir. El fanatismo ciega. En momentos en los que el mundo es multipolar, la propuesta es romper relaciones con quienes piensan distinto. 

Vaya paradoja. Javier Milei quiere pasarle la motosierra a los vínculos con Brasil y China, los dos principales socios de la Argentina, por “comunistas”. Al mismo tiempo, Joe Biden recibe a Xi Jinping para relanzar relaciones comerciales, que son imposibles sin política. Incluso en las dos principales economías del mundo. Para que los negocios funcionen, hace falta muñeca política. 

Vale la pena repasar las palabras de Biden y Xi Jinping: “Señor presidente, nos conocemos desde hace mucho. No siempre hemos estado de acuerdo, pero nuestras reuniones siempre han sido francas y directas. Es fundamental que nos entendamos de verdad, de líder a líder. Darnos la espalda no es una opción“, dijo el anfitrión estadounidense.

“El planeta es lo suficientemente grande para que los dos países tengan éxito. Siempre que se respeten y coexistan en paz, serán completamente capaces de superar sus diferencias”, respondió el líder chino. 

Darnos la espalda no es una opción. Superar las diferencias. 

La prédica rupturista asusta incluso a los más enfáticos críticos del Gobierno actual. Ante el Consejo Interamericano de Comercio y Producción, Milei ratificó que si gana, habrá una ruptura de relaciones y otras medidas drásticas como la eliminación de la obra pública para pasar a un esquema privado “a la chilena”, modelo que ya fracasó en la Argentina durante la gestión de Mauricio Macri. “No es necesario que esté el Gobierno metido en el medio, estamos planteando un modelo de iniciativa privada a la chilena, donde el empresario hace un estudio y si sale bien bárbaro y si va mal quiebran“, marcó el anarcolibertario. Sencillo. A la quiebra y sálvese quien pueda. 

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En la reunión con los principales hombres de negocios del país, fueron más los reproches que los aplausos, relatan las crónicas periodísticas. Es claro, los empresarios del círculo rojo dependen de Brasil y de China mucho más de lo que están dispuestas a admitir sus visiones ideológicas. La obra pública sostiene en pie a cientos de empresas de la construcción en todo el país. Genera empleo. Multiplica. 

El más enfático crítico fue curiosamente el mentor de Milei. Eduardo Eurnekian, dueño de las concesiones aeroportuarias de la Argentina, dijo medio entre risas: “Tengo 3.700 ñatos que trabajan para la empresa. Uno salió fallado, ¿qué querés que haga?“. 

A Eurnekian tampoco se le puede achacar ser “oficialista”. Hace unas horas fue forzado a bajar la tasa aeroportuaria de Puerto Iguazú, tras una orden de Sergio Massa a pedido del gobernador Oscar Herrera Ahuad. El aeropuerto de las Cataratas pasó de tener la tasa más cara, con 57 dólares por persona, a la más baja de la región, con 15 dólares, por debajo de Foz do Iguaçu, lo que vuelve al principal destino turístico misionero, mucho más competitivo, capaz de transformarse en un hub de conexiones internacionales de todo el cono sur. 

La baja de la tasa es una muestra al mismo tiempo de dos cosas: de las desmesuras que deja pasar el Estado cuando no actúa y del valor de la palabra en las decisiones políticas. Una semana pasó entre la promesa de Massa en Posadas hasta que se concretó la reducción de la tasa que dejaba fuera de competencia a uno de los principales destinos turísticos de la Argentina. Antes pasaron dos años de un mismo reclamo a Alberto Fernández. Nada hizo, pese a reconocer la “zoncera” de por “unos pocos dólares más”, perjudicar a una de las principales actividades económicas de Misiones. Una de las que más empleo está generando. Las gestiones de Herrera Ahuad dieron sus frutos, incluso para otras provincias. La misma reducción se aplicará en Salta, otro destino turístico internacional. 

Aerolíneas Argentinas es hoy uno de los principales operadores del destino Iguazú y sumará presencia en la temporada alta para el turismo en Iguazú y Posadas. Aerolínea de bandera que algunos quieren arriar en aras de una privatización de los cielos. La Argentina ya tiene experiencia con los trenes: si un destino no es rentable, simplemente desaparece. Cientos de ciudades pueden dar triste testimonio de las consecuencias de la desconexión. 

El temor expresado en algunas voces empresarias se magnifica cuando se evalúan algunas expresiones anarcolibertarias. Victoria Villarruel propone una tiranía para resolver los problemas económicos de la Argentina. “El Estado tiene la Policía, es el que maneja las Fuerzas de Seguridad, las Fuerzas Armadas. Tendrá que usar esas herramientas para ir por el orden porque necesitamos justamente eso, orden“, blanqueó Ricardo Bussi, diputado electo por la Libertad Avanza e hijo del genocida Antonio Bussi, otro de los jefes de Milei. Las fuerzas represivas que pide Bussi, al servicio del ajuste, porque “si no, no podemos ni empezar”.

Pero sí se puede. La política debe tener la capacidad y la templanza de dar pasos que contengan a todos, especialmente a los menos favorecidos. Particularmente a los que menos tienen. Claro que para eso se necesita templanza y un compromiso en el tiempo. No habrá magia ni soluciones inmediatas. Pero se puede construir desde los cimientos. Lo contrario es romper todo. Eso es lo que está en juego.

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