Nuevos aires populares en América Latina

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Durante este último año ha quedado en evidencia que, ante un sistema multilateral debilitado y a las disputas geopolíticas entre China y Estados Unidos, el abordaje de la pandemia de covid-19 quedó reducido a respuestas unilaterales que dificultaron su control y profundizaron las desigualdades. Asimismo, el sistema de cooperación internacional ha quedado una vez más a merced de disputas y de intereses contrapuestos, frente a un modelo que además se ha mostrado ineficaz para resolver los problemas en términos de salud y desarrollo. En América Latina se suma la creciente fragilidad de la integración regional, que debilita aún más el margen de acción de los países durante la pandemia.

No es que la región no esté activa en el contexto de la pandemia, sino de que las iniciativas de los distintos bloques regionales han estado desarticuladas entre sí. Este escenario, también favorecido por el distanciamiento político-ideológico entre los países y la falta de liderazgo, ha limitado la posibilidad de alcanzar políticas concertadas.

Pero no todo parece estar perdido. Ante la magnitud de estos impactos, la acción colectiva regional no es una opción, sino una necesidad. Para poder avanzar en este sentido se requiere una visión política sostenida, no solo orientada a atender la acuciante coyuntura sino también con una visión compartida del futuro.

El fortalecimiento de la integración regional tiene que ser uno de los caminos para superar las dificultades de esta emergencia, que precisamente obliga a cerrar las fronteras de los países como uno de sus aspectos más paradigmáticos. Más allá de las disparidades políticas que tengamos, la lucha común debe incentivar a trabajar en conjunto en pos de un proceso de recuperación lo más rápido posible para luego encauzar el tránsito hacia el necesario desarrollo económico y social de la región.

Entre los nuevos liderazgos está el de Ecuador, que ha apostado al menos de manera preliminar, por pasar página del correísmo con la victoria del neoliberal Guillermo Lasso en los comicios presidenciales del pasado 11 de abril.

No obstante, la victoria de Lasso deberá conjugar la herencia de pragmatismo económico y político proveniente de la década correísta (2007-2017) y de su sucesor Lenín Moreno, con la posibilidad de una reconversión del mapa político ecuatoriano, donde la complejidad de actores anuncia una alteración del binomio izquierda/derecha, ahora más enfocado en el pulso entre correístas y anticorreistas.

La victoria de Lasso, en gran medida motivada por la atomización del voto indígena y del campo político de la izquierda, no ha obstaculizado el hecho de que algunas de estas expresiones de izquierdas sí han logrado establecer marcos de reconversión y de renovación de sus liderazgos más emblemáticos a nivel regional.

Los casos más significativos han sido el la nueva era “post-kirchnerista” en Argentina, con la presidencia de Alberto Fernández desde 2019 y la vuelta del MAS en Bolivia, con la victoria electoral del actual presidente Luis Arce en octubre de 2020., en una suerte de reconversión en la era “post-Evo” tras el golpe de Estado y el exilio del presidente Morales.

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En el caso de Brasil, parece retrotraer viejas disputas políticas. Recientemente Lula da Silva, anunció su vuelta al ruedo político como candidato en las elecciones presidenciales de 2022. De esta manera, marca la pauta política en un país azotado por la crisis de la pandemia, con más de 300.000 muertos.

En el foco está la gestión de esta crisis por parte de Bolsonaro, quien a pesar de todo parece convencido de concurrir para la reelección en 2022. Al mismo tiempo, Bolsonaro, un antiguo militar que ha evidenciado su devoción por el mundo castrense y las armas, ha tenido que afrontar una inédita crisis institucional con la renuncia en pleno de su cúpula militar.

Con todo, la vuelta de Lula a la política con la mente puesta en los comicios 2022 pareciera igualmente definir la incapacidad de las izquierdas brasileñas para confeccionar un liderazgo por fuera del liderazgo del ex presidente. En este sentido, el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula no ha seguido el ejemplo del kirchnerismo, que sí logró reconvertir, al menos desde una fórmula electoral, su liderazgo muy ligado a los Kirchner a través de un nuevo presidente como Alberto Fernández.

El test electoral en Brasil más bien pareciera denotar una vieja disputa entre Lula y Bolsonaro, con visos incluso de revanchismo político, y que podría obstaculizar la posibilidad de una renovación de los liderazgos políticos en el país.

Chile por su parte, celebró elecciones constituyentes para redactar una nueva Constitución y celebrará comicios presidenciales en noviembre, otro test importante para Sebastián Piñera y las fuerzas opositoras que agitaron la calle en 2019 clamando por la reforma constitucional.

Las elecciones constituyentes chilenas evidenciaron un claro mensaje ciudadano contra los partidos políticos tradicionales que han dominado la política chilena en los últimos treinta años. El ascenso de liderazgos independientes y progresistas, con escasa representación de partidos conservadores, da igualmente a entender un final simbólico del legado neoliberal que dejó la era Pinochet.

En esa misma jornada electoral se celebraron comicios municipales y por primera vez de gobernadores regionales, donde las fuerzas opositoras de izquierdas obtuvieron importantes triunfos que, muy probablemente, ejercerán una influencia decisiva de cara a las presidenciales de noviembre próximo.

Por otro lado, Perú no sale de su asombro tras la victoria del izquierdista Pedro Castillo frente a la enorme maquinaria publicitaria del partido conservador de Keiko Fujimori. Al mismo tiempo, esa pulseada electoral pareció recrear la división política entre la capital, Lima, y las regiones rurales peruanas, un contexto muy similar al de otros casos a nivel andino como las vecinas Bolivia entre La Paz y el oriente del país y Ecuador entre Quito, Guayaquil y las regiones amazónicas. El discurso de Castillo, de integración regional, de fortalecimiento económico a través de la activación de mecanismos de cooperación como la CELAC y estrechar lazos entre países vecinos, ha sido celebrado por Evo Morales, Lula da Silva, Rafael Correa e incluso el propio presidente Alberto Fernandez, fue el primer mandatario de la región en felicitar al recién electo presidente. 

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Por otro lado, México celebró comicios legislativos, federales y locales el pasado 6 de junio, que definen un nuevo momento político para el presidente Andrés Manuel López Obrador, en el poder desde 2018. En este sentido, estas elecciones generaron un nuevo equilibrio político en el país.

Su partido Morena, incluido dentro de la coalición electoral Juntos Haremos Historia completada con el Partido Verde y el Partido del Trabajo, consiguió mantener la mayoría cualificada dentro del Congreso de los Diputados y al menos unas 10 de las 32 gobernaciones del país. No obstante, los opositores PRI y PAN también avanzaron electoralmente, aumentando su representación en un Congreso mexicano que se muestra claramente fragmentado y polarizado. Este escenario define también algunas de las claves enfocadas en las presidenciales mexicanas de 2024.

El 2022 se anuncia como el año electoral decisivo para la región a corto plazo. A las presidenciales brasileñas se les unen las de Colombia, donde el izquierdista Gustavo Petro buscará poner fin a cuatro años de uribismo en manos del actual presidente Iván Duque, con el acuerdo de paz con las guerrillas como pulso electoral.

Las protestas que desde finales de abril están realizándose en varias ciudades colombianas por la propuesta de reforma tributaria (finalmente aplazada) del presidente Duque y, especialmente, por la represión por parte de los organismos de seguridad, augura una etapa de convulsión para la política colombiana. Con incidencia no sólo de cara a los comicios presidenciales 2022 sino también como posible reactivador del descontento social a nivel regional. Esto ya sucedió con los violentos disturbios en 2019 tanto en Colombia como en Ecuador y Chile, entre otros.

Lo que se viene en Perú, para ser más específica, tras las elecciones es un escenario de conflicto, con la élite y los medios en contra del gobierno, un Congreso opositor con sectores de derecha antidemocráticos que amenazan con un golpe, al que se negaron las Fuerzas Armadas, un duro contexto de pandemia y de crisis económica, financiera, social y sanitaria. Lo esperable es que la derecha se resista a los cambios y no deje gobernar a Pedro Castillo y lo confronte, manteniendo la polarización. La estabilidad la puede lograr formando un gabinete plural que le baje el tono al conflicto, que tiene que ser un gabinete de centroizquierda, y como primeras acciones combatir la pandemia y reactivar la economía.

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