Obsolescencia programada ¿Cuánto te afecta?

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Hoy, en el sistema educativo de Argentina, existen escasos medios que preparen realmente a los alumnos para el futuro inminente. En un 2025 signado por la decreciente tasa de retorno energético, dónde cada vez cuesta más y más extraer los pocos recursos que quedan en el planeta, lo normal es desconocer los procesos que nos llevaron a padecer la coyuntura que esto genera.

Los factores que nos llevaron a este punto son innumerables y casi infinitamente complejos. El que hoy nos convoca es uno de los más infravalorados: La obsolescencia programada es, en esencia, una herramienta que le permite a las empresas garantizar la sostenibilidad de su negocio limitando la vida útil de sus productos. Claro que, dicha sostenibilidad es, de mínima, cuestionable, debido a que, los recursos naturales necesarios para elaborar sus productos se acaban a un ritmo que aumenta a cada segundo.

Si el dinero “lo compra todo”: la felicidad, la paz, seguridad y placer ¿Por qué cuestionar las herramientas que sostienen al capitalismo? Es decir, es fácil deducir que, si se fabrica un producto y este fuera tan bueno que nadie necesite comprarlo más de una vez, llegará el día en que el mercado se acabe, llegará el día en que nadie vuelva a comprarlo. Por lo tanto, habrás generado un gran bien a la comunidad, pero no a la economía del fabricante, por lo tanto, su emprendimiento estaría condenado antes de empezar. ¿O no?

Para cuestionar esa afirmación, debemos volver un poco en el tiempo, alrededor de un siglo.

A pesar de que este fenómeno, que vemos reflejado en casi todo objeto que poseemos hoy en día, pareciera haber existido siempre, la verdad es que tiene apenas un siglo de historia. Entre la primera y segunda guerra mundial, la industria estadounidense quedó con exceso de capacidad: Europa no podía comprar tras la crisis del ’29 y el capital fijo ya estaba montado para producir en masa. La jugada fue convertir el hogar en mercado. Con la electrificación avanzando y los motores pequeños abaratados por el fordismo, se “miniaturizaron” funciones industriales y se las vendió como modernidad, higiene y estatus: aspiradoras, licuadoras, máquinas de coser, heladeras, entre muchos otros. La publicidad y el crédito al consumo hicieron el resto: No era solo vender aparatos, era fabricar la necesidad de tenerlos y renovarlos.

Para sostener el negocio en el tiempo se consolidaron dos llaves. La obsolescencia programada: limitar la vida útil o reparabilidad (piezas selladas, repuestos caros o escasos, estándares que cambian), con casos históricos como el cártel Phoebus que acortó la vida útil de las bombillas eléctricas o focos. Y la obsolescencia percibida: generar el estatus de “viejo” en algo que aún funciona, acelerando modas, colores y diseños, lanzando “nuevos modelos” con cambios cosméticos, creando ecosistemas y accesorios incompatibles, y campañas que asocian lo último con prestigio y eficiencia. Una te rompe el aparato; la otra te rompe la paciencia. Juntas, garantizan rotación constante, aunque la necesidad real no haya cambiado.

Pero ¿Cómo era antes?

Antes de las eficientes cadenas de montaje y la romantizacion del consumo, existía lo que hoy conocemos como artesanos. El prestigio de un artesano no está necesariamente en la cantidad que pueda producir, sino en la calidad de su trabajo: Si Fulano ve que el trabajo que hizo Mengano al transformar un árbol resistente en una mesa para su familia fue bueno, entonces se lo recomendará a Sultano y Mengano tendrá cada vez más clientes en su pueblo. El día que Mengano haga una mesa para cada uno de los hipotéticos 700 habitantes de su diminuto pueblo, habrán pasado tantos años que éstas, por más resistentes que sean, se habrán desgastado y necesitarán reposición. Pero claro, esto no es aplicable a escala, ni mucho menos a los ritmos y dinámicas que supone el actual modelo de consumo. Ni hablar de si ahora Fulano y Sultano decidieran hacerle competencia al artesano mediante tutoriales de YouTube.

Más allá de la simplificada explicación, en esencia, estos mecanismos de aprovechamiento de materia prima para su posterior transformación en objetos de corta vida útil, no habla de un problema más, sino del más crudo reflejo de la inconsciente avaricia del ser humano. Siendo que aun sabiendo los grandes empresarios y magnates que sus acciones harán imposible que su descendencia goce de sus mismos privilegios, continúan la depredación desmedida de recursos y energía. Esto es simple termodinámica. Entonces, su único propósito es su propio e individual beneficio, a costa de la vida del resto de la población.

Luego, por debajo, el otro 99% de la humanidad, consumiendo una y otra vez la idea de que somos todos el 1%, que somos reyes con potestad absoluta, porque podemos comer carne, porque nos bañamos con agua caliente, porque nos vestimos de tela traída de otro continente, sin entender que esas son comodidades mínimas (de las que ni siquiera goza todo ese 99%) en comparación con el despilfarro de la elite capitalista. Mientras sigamos consumiendo esta idea, tal y como si se tratara de una suscripción a un servicio de streaming o de internet, seguiremos siendo engranajes de la máquina come mundos, cuyo timón llevan personas que viven en un termo. 

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