Petro y Colombia ¿hay un giro progresista en Sudamérica?

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Con el reciente triunfo de Gustavo Petro en Colombia, la región sudamericana se ha resignificado a nivel ideológico, de tal manera que no se apreciaba hasta hace al menos una década. Colombia dio un paso histórico al elegir a la izquierda en una elección democrática, algo que no había ocurrido previamente y que puede ser tomado como un síntoma de la época y el contexto global con un impacto regional. 

El batacazo colombiano 

Gustavo Petro, de la mano de la coalición política Pacto Histórico, trastocó la realidad colombiana, regional y americana. Su triunfo, plasmado en una segunda ronda contra Rodolfo Hernández, significa un giro de 180 grados en el seno del entramado político colombiano. Petro proviene de la izquierda revolucionaria, explicado desde las acciones guerrilleras del Movimiento 19 de abril, inclusive participando de los conflictos armados en Colombia entre 1974 y 1990. 

Fue tan grande la influencia del socialismo en la vida de Gustavo Petro, que había recibido el apodo de “Petrosky”, haciendo alusión a un apellido de origen soviético. Más allá de lo anecdótico del seudónimo de Gustavo Petro, el flamante mandatario colombiano llevó adelante un proceso de institucionalización de sus prácticas políticas, materializadas en distintas participaciones de espacios políticos de que provienen de la vertiente revolucionaria, de una izquierda plenamente latinoamericana y con claras influencias en la gesta de Castro y Guevara en Cuba. 

Sin embargo, Petro, desde la concepción del entendimiento de la construcción de una imagen política y del conocimiento de los engranajes del sistema, comprendió que la moderación era una cualidad necesaria para acceder a un cargo de decisión política. En ese último punto, la influencia del socialismo del siglo XXI en sus distintas experiencias latinoamericanas, ha sido un puntapié para el accionar de Gustavo Petro. 

Con poco más del 50% de los votos del balotaje, Pacto Histórico se quedó con la presidencia de la Nación colombiana, y en este sentido cabe analizar a su rival político: Rodolfo Hernández. 

Este último es presentado como un outsider, una persona alejada de la política tradicional, con una verborragia demagógica que se transformó en su leitmotiv, y con severas intenciones de profundizar en políticas económicas neoliberales o de monetarismo estatal. 

Con esto se busca aclarar que Colombia pasó por elecciones verdaderamente históricas, no solo por su resultado, sino por sus máximos representantes: un izquierdista revolucionario y un outsider con aires bolsonaristas. Esto, a las claras, simboliza el quiebre político en el que se encuentra inmerso el país cafetero. 

Los extremos, representados en las figuras de los candidatos presidenciales, hablan de la situación actual por la que pasa Colombia, en donde dos respuestas fueron las expuestas por la población. Una, era ampliar y radicalizar las prácticas derechistas ejercidas desde el Estado (cuestión que Colombia la conoce bien), y, por otro lado, un cambio de paradigma ideológico que rompa con todos los esquemas que, históricamente, fueron construidos en Colombia. 

Este escenario lleva a la necesidad de la comprensión del panorama en el que se encuentra la sociedad colombiana, y que expresa, en el voto popular, la necesidad de un cambio trascendental. Colombia es un bastión de la derecha y del Tío Sam en América Latina. Desde los albores de la problemática del narcotráfico, Estados Unidos marcó su presencia en el país sudamericano, llevando adelante la bandera de la lucha contra los narcos, la cual, en décadas, no obtuvo ningún resultado positivo, sino que, por el contrario, profundizó la virulencia social que gira en torno a la producción y comercialización de estupefacientes. Esa sensación de cuidado, impregnado por la idealización del destino manifiesto estadounidense, le permitió tener una constante presencia de Washington en suelo colombiano, ya desde las primeras acciones de Pablo Escobar como expresión máxima del narcotráfico. El arribo estadounidense en Colombia también se traslado al marco político y económico, generando una tradición de presidentes derechistas, más conservadores o más moderados, pero siempre pujando por los intereses de la acumulación del capital y por las relaciones carnales con EEUU y sus instituciones amigas. Ante esto, es simple de reconocer que los años de hartazgo de la sociedad colombiana, se gestaron a partir de la ingeniería social plasmada por la derecha en ese país. Situaciones claves que son parte del día a día de Colombia: la falta de salud y educación pública, que genera la dificultad al acceso de los mismos y la consecuente marginación de los sectores menos pudientes hacia servicios tan necesarios; por otro lado, la falta de seguridad generada por un marco policial corrupto, la creación de un narcoestado y el accionar de los paramilitares; y, finalmente, el hecho de la integración regional. En este último punto cabe la posibilidad de ahondar analíticamente, entendiendo que Colombia limita geográficamente con Venezuela, atravesada por una experiencia totalmente distinta. Aunque, la historia reciente en Sudamérica, es más que influyente

¿Patria Grande 2.0?

La llegada de Gustavo Petro, además de las promesas preelectorales, como así también su propia postura e imagen como un representante de izquierda en el poder político, significa la reconfiguración del mapa ideológico de América del Sur. Para comprender cabalmente esto, es necesario comenzar a analizar cómo queda la conformación geopolítica de nuestra región. Es posible realizar una división entre progresistas y conservadores. Esta referencia no pretende caer en la simplificación de la izquierda y la derecha, sino que pretende comprender los fenómenos políticos con las contradicciones que presentan, aunque, casi como por descarte, es posible relacionar a la centroizquierda con el progresismo y al conservadurismo con la centroderecha. Más allá de esto, y de los avances y retrocesos de una América Latina con una dinámica producida a nivel macro y micro, es posible realizar la división conceptual previamente establecida. 

Por un lado, el progresismo, plasmado en fuerzas políticas con puntos de contacto y desconexiones. En principio, en este grupo se puede sumar a Venezuela de Nicolás Maduro, Bolivia de Luis Arce, Chile de Gabriel Boric, Argentina de Alberto Fernández, Perú de Pedro Castillo y el ferviente ascenso de Gustavo Petro en Colombia. Hablar de puntos de contacto que lleva al hecho de establecer una agenda de intereses en común a nivel regional, que involucren al crecimiento de los mercados y las industrias, haciendo frente a una situación económica y energética completamente adversa, generada por la guerra en Ucrania. En ese sentido, los países previamente nombrados gozan de una producción diversa y significativa, la cual es un punto a favor si pensamos en el concepto de multilateralismo como horizonte al que se aproxima el globo. También hay características políticas que hacen propia a la región. Cabe pensar que gran parte de estos países, salvo Venezuela, vienen de experiencias derechistas verdaderamente destructivas en términos políticos, económicos, sociales e inclusive culturales. Esta característica compartida genera cierta identidad interna entre los nuevos progresismos sudamericanos. Sin embargo, también cabe recordar las contradicciones que se presentan en este bloque. Ante esto, el ejemplo se puede demostrar en las políticas de género. Argentina y Chile mantienen una fuerte presencia estatal en ese ámbito y con un constante discurso de resarcimiento histórico con las mujeres y las diversidades. Sin embargo, Perú bajo el gobierno de Pedro Castillo, ha mantenido una reacia postura reaccionaria con la Educación Sexual Integral, el matrimonio igualitario y el aborto. Estas prácticas y políticas sociales han sido material de la agenda de los países progresistas, pero en Perú genera rechazo, aunque el mismo Pedro Castillo provenga de la izquierda. Una contradicción que se genera en el seno ideológico peruano y que levanta dudas acerca de la veracidad del manejo político izquierdista de Castillo en Perú.

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En el otro lado del “ring” se encuentran los abiertamente conservadores de Sudamérica. Hablamos de Jair Bolsonaro de Brasil, Luis Lacalle Pou en Uruguay, Mario Abdo Benítez en Paraguay y Guillermo Lasso en Ecuador. Estos países presentan una serie de características en común: conservadurismo político, presencia religiosa en las decisiones estatales, neoliberalismo y desfinanciamiento del aparato público, y líderes carismáticos con un discurso que apela a la construcción de relatos posverídicos, alejados del análisis científico y académico, con una fuerte reminiscencia en el sentido común. Estos puntos de encuentro responden a una agenda integral de los intereses empresariales en Sudamérica, y con un claro desencuentro y descalificación del socialismo, y de aquel concepto tan manoseado, como lo es el populismo. Sin embargo, también existen los desencuentros en el ala conservadora de América del Sur. Por ejemplo, Jair Bolsonaro mantiene una fuerte presencia del evangelismo político en el marco del manejo estatal, e incluso en la sanción de leyes. En contraposición, Lacalle Pou maneja un país en donde el aborto y el consumo recreacional de la marihuana es legal. En este último punto, el mismo gobierno nacional uruguayo piensa en la ampliación de la comercialización de cannabis para turistas, ampliando aún más el rango de consumidores que pueda tener el país. Eso también se explica por la postura más bien liberal de Luis Lacalle Pou.

Ahora bien, hay una situación que remite a un contexto internacional mucho más abarcador que refiere a su relación con Estados Unidos y la presencia hegemónica de la política occidental en Sudamérica. 

En ese sentido, los dos “bombos” de modelos políticos que se han propuesto antes, marcan una gran diferencia en ese rubro. Por un lado, los países con líderes políticos conservadores y una clara reivindicatoria de la presencia estadounidense en suelo sudamericano, como así también de una evidente relación cercana con las instituciones económicas con los intereses del Tío Sam. Asimismo, un ejemplo enorme acerca de la presencia de la hegemonía occidental la da la mismísima Colombia, con su estatus de país asociado a la OTAN. 

Por otro lado, en el grupo de los progresismos, es posible ver una situación de rechazo, sea moderada o evidente, a las políticas de capitalismo salvaje y a la presencia estadounidense en la región. Claro está, que no es lo mismo la situación de Venezuela con más de dos décadas de presencia socialista, que el contexto argentino con un refinanciamiento de la deuda externa con el Fondo Monetario Internacional, generado por la gestión de Mauricio Macri, en donde Argentina debe mediar constantemente con el fin de lograr un desendeudamiento paulatino, con el menor riesgo para los sectores más carenciados.   

En base a lo previamente expuesto, ¿es posible pensar en un retorno del concepto de la Patria Grande? Nos referimos al momento histórico comprendido entre el principio del siglo XXI hasta mediados de la década del 2010, en donde América del Sur conformó un bloque regional, a nivel político, económico y social con una clara agenda de centroizquierda. Este momento histórico se caracterizó por las figuras de Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Fernando Lugo, Pepe Mujica, Rafael Correa y Lula Da Silva. 

Es decir, si uno traza una comparación equivalente a la actualidad, ve que hay una mayoría progresista. Pero está claro que no son los mismos contextos. Sin embargo, sí es cierto que esta nueva reconfiguración del mapa ideológico sudamericano remite fuertemente a esa época y permite visualizar en una conjunción de políticas integrales de relaciones internacionales entre los países, y por qué no pensar en un bloque emergente en un contexto de crisis global. 

El futuro sudaca 

Para generar aún más incertidumbre en el plano geopolítico de América Latina, próximamente hay países que afrontarán nuevos comicios, en donde el plano del poder político central puede cambiar, y con ello, nuevamente tener un sesgo de dinamismo ideológico en la región. En principio, hay que hablar de Brasil. El país verdeamarelho enfrentará elecciones presidenciales el próximo 2 de octubre. Esto enfrentará a dos líderes natos y referentes yuxtapuestos de las controversias de una sociedad compleja como la brasileña: Jair Bolsonaro y Lula da Silva. Un conservador, evangelista y derechista, y por otro lado, un progresista, de la vieja guardia de la Patria Grande e izquierdista. Una dicotomía que demuestra una vez más, las dos caras de una sociedad fragmentada como la de Brasil. 

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Asimismo, hablamos del enfrentamiento de dos grandes potencias, ambos llegarán con el peso de haber dirigido el rumbo de su país y de ser representantes de la voluntad popular. Jair Bolsonaro, por su parte, cuenta con la ventaja de la dinámica de la gobernabilidad, entendiendo que es el actual presidente de Brasil. Esto significa que llegará con ruedo, prensa, poderío mediático y con la posibilidad de dar un último “manotazo de ahogado”, con alguna ley o medida que realce su imagen pública. 

Lula, tiene a su favor el contexto regional. Es decir, el impulso de los líderes que conforman el bloque progresista en Sudamérica, casi como si fuese una oleada centroizquierdista, puede ser un factor que beneficie a la figura de Lula da Silva. El expresidente lo sabe, y, de hecho, su discurso preelectoral hace una breve reminiscencia a los años de preponderancia y dominio de Brasil, como la potencia sudamericana que fue bajo su mandato y en conjunto con la Patria Grande. Es cierto, que varias cuestiones han cambiado, y que hoy en día enfrenta a un rival poderoso y sin escrúpulos a la hora de encarar las elecciones. 

Si seguimos analizando el futuro que le depara a Sudamérica, podemos ver dos elecciones importantes donde puede haber cambios: Argentina y Paraguay. Si arrancamos por el último, cierto es, que hay pocas posibilidades de un nuevo arrebato progresista en el país guaraní, aunque las dinámicas políticas pueden hacer un cambio de 180 grados en el tiempo que aún queda por delante. Es menester recordar que, las próximas elecciones paraguayas, tendrán un nuevo agente social, expresado como candidato a la presidencia: José Luis Félix Chilavert. El ex arquero de la selección paraguaya en posición de outsider, contestatario e irreverente, buscará ser una opción más para el pueblo de Paraguay. Asimismo, también habrá una puja de poder entre los partidos considerados como tradicionales en ese país. Todo indica que el país paraguayo mantendría una posición mas cercana al conservadurismo sudamericano.

Por el lado argentino, el Frente de Todos, representando al histórico frente peronista que, en este caso, se presenta con tintes centroizquierdistas y que, hoy en día, aún cuenta con la figura de Cristina Fernández de Kirchner en sus filas. Del otro lado se asoman dos fantasmas, un viejo conocido y un nuevo representante del pensamiento político. Hay que hablar de Juntos por el cambio, el partido político que lidera el expresidente Mauricio Macri, y que presenta en su espacio a representantes que podrían erigirse como opciones a la hora de ser los representantes de la centroderecha nacional. Por otro lado, lo que no puede faltar, el ala libertaria. Javier Milei y José Luis Espert, dos representantes del liberalismo con ideas fuertemente basadas en la derecha conservadora, en la liberalización de la economía y en un ajuste brutal del financiamiento estatal. Es un panorama donde Argentina puede mantener su posición progresista o ceder ante el conservadurismo.

En el hipotético caso que Sudamérica se mancomune en la bandera de centroizquierda podría pensarse en la proyección de una zona de influencia e integración económica y política que represente a nivel global. Esto podría traer beneficios si uno comprende la fragilidad diplomática de Estados Unidos en la figura del presidente Joe Biden, e incluso la influencia del BRICS en Sudamérica. Recordemos que este último bloque está integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, y justamente representa a las economías emergentes no occidentales o, que al menos, no dependen directamente de las decisiones tomadas en la Casa Blanca. 

Esta aparición del BRICS en el mapa geopolítico sudamericano puede ser una vía de escape de la dependencia estadounidense y también beneficioso para los países productores y más desarrollados de la comunidad en el marco de acuerdos bilaterales con Sudamérica. 

El ruido siempre está en el sur 

Con todas sus vicisitudes y controversias, esta región del mundo mantiene una dinámica política que, a las claras, es característica identitaria. América del Sur ha sido el escenario de disputas ideológicas desde el desarrollo del capitalismo de libre concurrencia, y aún más polarizado desde los años de la Guerra Fría. Esta disputa entre izquierda y derecha, entre progresismo y conservadurismo, es un capítulo más de la vorágine con la que se convive en Sudamérica. Indudablemente, siempre está en los planes, la planificación a largo plazo y para ello, hay que conseguir unidad y estabilidad. Podría ser la posibilidad de un crecimiento sostenido de América Latina, incluyendo a Centroamérica y a México, en el marco de una serie de países con intereses compartidos y con una agenda global. Sin embargo, mucho depende de los procesos eleccionarios, y, sobre todo, por los vaivenes económicos generados en el capitalismo. No es casualidad que, durante mayor crisis económica, crecen las figuras conservadoras o los discursos demagógicos, y tampoco es casualidad que la historia de Latinoamérica pareciera ser cíclica de cierta forma. 

Misiones podría sacar ventaja en un mercado internacional donde interesen los productos y bienes generados y elaborados en la tierra colorada. Solo basta con pensar en la forestoindustria, la yerba mate y el té, como los elementos de exportación más trascendentales de Misiones. De hecho, Chile es uno de los compradores más importantes de la provincia misionera, y a eso hay que agregar el constante flujo de una frontera dinámica con Paraguay y Brasil. 

Dicho esto, pareciera lógico que, a mayor integración a nivel subcontinental, mayor provecho de una zona que, geopolíticamente, es un enclave internacionalista, comprendido como una ecúmene desde la perspectiva del análisis del espacio geográfico. Todo indica que el futuro de toda una región, vasta y extensa como América del Sur, siempre depende de las elecciones nacionales y de las consecuencias de la misma.

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