¿Put-in o Put-out?

Escribe Lucas Doroñuk

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Las últimas semanas fueron claves para revelar el nuevo curso de la guerra en Ucrania. Un fuego cruzado que ya golpea las puertas de Moscú y deja al descubierto la duda: ¿Putin se está debilitando?

Una de cal y una de arena para Rusia. La buena noticia fue que hace algunas semanas nada más, el Jefe de la Compañía Wagner anunció la toma del 100% de Bajmut. Este enclave ucraniano es de suma importancia para las pretensiones bélicas rusas, entendiendo que es un punto estratégico para la movilidad y el rearme de tropas. Sin embargo, eso solo fue el ojo de la tormenta. De manera consecutiva, el grupo de mercenarios anunció su retiro de esa ciudad y el líder terminó propinando una serie de críticas ante el mal ensamble del ejército ruso. Acto seguido, casi como reprimenda, los ataques en Belgorod por un grupo de saboteadores llamados “Legión para la libertad de Rusia”, y un aluvión de drones de guerra que tuvieron como objetivo a Moscú. Este último hecho es sumamente fuerte, más allá de que no hubo fallecidos, fue un mensaje crudo al mundo.

Con el asedio a la capital rusa, la fragilidad del Kremlin quedó al descubierto. Moscú fue, justamente, el enclave que marcó el fin de grandes incursiones bélicas en la historia. Fue el lugar a donde ni Napoleón Bonaparte ni Adolf Hitler pudieron llegar. Lo simbólico de esto es directo, Ucrania con el apoyo económico y bélico de las potencias occidentales es capaz de propiciar un golpe de knockout al país de Putin. Asimismo, esto solamente reafirma la teoría de que esta guerra dejó de ser entre Ucrania y Rusia hace tiempo, para transformarse en un conflicto híbrido entre Occidente y Rusia.

Bajo este contexto se encuentra el mandamás ruso. Putin, quien siempre tuvo una mano de hierro para resolver conflictos y ganar guerras, hoy pareciera débil y aislado. El mandatario sabe que una dotación de misiles nucleares puede destruir a Ucrania por completo, pero nadie estaría de acuerdo con eso. Lo más probable es que esa acción sea el desencadenante de una guerra mundial. Ni siquiera China, máximo aliado del Kremlin, está de acuerdo con una guerra de semejante magnitud, ya que paralizaría la economía mundial. En este último punto es donde Xi Jinping está llevando adelante su propia guerra comercial con Estados Unidos, y con un proceso global creciente y tendiente a la desdolarización, Pekín no permitiría que Rusia de semejante golpe.

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Por otro lado, el brutal ejército ejemplar de Rusia (heredero del poderío soviético) no parece ser lo que nos han contado. Sin embargo, el problema no es táctico, el problema es social. Los rusos no están encomendados a llevar adelante una guerra hasta las últimas consecuencias contra Ucrania, como si lo hicieron contra los Chechenos, por razones obvias. Chechenia y el islam fueron vendidos como los grandes enemigos de la construcción del Estado y la idiosincrasia rusa, ante ello, el motus propio fue defender una “patria” construida. Además de ello, los atentados en Rusia fueron motivo suficiente como para tener la decisión de combatirlos. Con Ucrania no pasa eso, al menos hasta ahora. Si Zelenski decide que puede atacar a Moscú y lo hace efectivamente, la capacidad máxima del motor bélico ruso si podría estallar, y si algo demostró la historia, es que cuando Rusia se toma las cosas en serio, las cumple.

Hay otra hipótesis interesante: la guerra de desgaste. Este punto es llamativo, porque involucra la idea de que Rusia está luchando a “media máquina” sin pretensiones inmediatas de ganar las batallas y ocupar un lugar, sino que extenderla lo máximo posible para debilitar al contrincante. Contra todo pronóstico, el rival no es Ucrania, por más disonante que parezca. En este apartado, el antagonista es Occidente, entendida por el resto de Europa y Estados Unidos. Pensarlo de esta manera nos lleva a reflexionar en cuanto se empobreció el viejo continente desde que arrancó la contienda bélica. Los europeos, dueños inasequibles del dedo acusador, se quedaron sin gas, con poco combustible y con una inflación galopante que preocupa a los especialistas. El europeo de a pie está cada día más empobrecido, a causa de una guerra que es financiada por sus propios líderes en Ucrania.

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En Estados Unidos, la inflación es creciente, es una realidad. Pero el verdadero golpe que asestó Putin a la Casa Blanca es que demostró la incapacidad de prever una guerra, más allá de toda suspicacia. Por otra parte, hay algo que es cierto, y es que Estados Unidos está invirtiendo mucho dinero en esta conflagración. Léase “inversión”, comprendiendo que una victoria de Ucrania simbolizaría el principio del fin de Putin en Rusia y con ello, nuevos mercados y expansión hegemónica del Tío Sam. Además, EEUU podría posicionarse como el gran acreedor de la reconstrucción económica de Europa, e inclusive con un “Plan Marshall” para Ucrania. A los yankees no les fue mal cada vez que hicieron negocios con la guerra.
Putin parece no tener alternativa. Quizás con un régimen desgastado y sin un sucesor fuerte a la vista, todo indica que la guerra seguirá su curso hasta que puedan aparecer tres escenarios:
A) Rusia gana la guerra a como dé lugar y con ese resultado termina ocupando el este ucraniano;
B) El ejército ruso emprende su retirada y con ello la victoria ucraniana y el declive de Putin;
C) Un tratado de paz mundial pone fin al fuego cruzado y comienza una nueva era de cortina de hierro, teniendo a Ucrania y Bielorrusia como los enclaves defensores de dos modelos políticos.

Putin, el inquebrantable líder ruso, ex agente de la KGB, un hombre con una disciplina absoluta y uno de los pocos políticos criados en la Guerra Fría, parece despedirse poco a poco del escenario global. Pase lo que pase, las cartas están echadas. Una derrota lo fulmina y una victoria lo transforma en un mártir ruso. Sin embargo, todo indica que esta es la última gran jugada del mandatario, por su avanzada edad y por la magnitud que tomó esta guerra. El mundo tendrá que comenzar a acostumbrarse a una Rusia sin Putin y a una geopolítica donde no hay héroes ni villanos, solo intereses.

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