¿Qué pasa con la inflación del INDEC?

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En las últimas semanas, se abrió un interesante debate acerca de si el IPC del INDEC presenta un sesgo a la baja, ya sea fruto de aspectos metodológicos o de intenciones políticas manifiestas. En particular, para algunos especialistas, las subas de las tarifas eléctricas de febrero-marzo que registró el organismo serían más bajas que las reales, ya que la luz incide en el 0,35% de la canasta de precios según la metodología del IPC del INDEC. Tal número parece a priori ridículamente bajo. Veamos el asunto con más detalle desde el punto de vista metodológico.

La metodología del IPC del INDEC toma como referencia los precios de diciembre de 2015. En ese entonces, la luz en el AMBA (que es lo que mide el INDEC) era relativamente barata (con muchas facturas de $50 por bimestre). Bajo esa premisa, ese 0,35% parecería razonable. Ahora bien, un dato importante es que esos ponderadores no son fijos, sino que van variando en función de la evolución de los precios relativos.

El IPC mide un “changuito” fijo de bienes y servicios. Imaginemos un ejemplo. Supongamos que tenemos que ir todos los meses al supermercado, y ese changuito se llena siempre con dos cosas, fideos y lavandina. En el momento inicial, el changuito cuesta $100, dado que los fideos cuestan $10 y la lavandina $90. Es decir, en ese changuito los fideos ponderan 10% y la lavandina 90%. Estipulemos ahora que en el mes siguiente los fideos triplican su precio y la lavandina lo sube en un 33,3%. Los fideos pasan a costar $30 y la lavandina $120. La inflación total implicada es del 50%, ya que el changuito cuesta ahora $150. Sin embargo, el peso de los fideos en el changuito se incrementó: subió al 20% ($30 sobre $150). Supongamos finalmente que al mes siguiente los fideos duplican su precio (de $30 a $60) y la lavandina queda estable. El valor del changuito pasa entonces de $150 a $180, lo que implica un 20% de inflación, dados los nuevos pesos relativos de los fideos y de la lavandina. Si tomáramos como referencia el changuito original, la inflación habría sido menor (ya que los fideos hubieran pasado de $10 a $20 y la lavandina se habría quedado en $90, esto es, el changuito se habría encarecido de $100 a $110, un 10%).

Este ejemplo imaginario y arbitrario puede replicarse para comprender lo acontecido con la electricidad y el resto de los servicios públicos. Si bien el INDEC no publicó datos de precios relativos entre diciembre de 2015 y abril de 2016 (primer mes de cómputo de la nueva serie del IPC), podemos inferir el cambio implícito en la ponderación de los servicios públicos implícita en su IPC, desde fines de 2015 hasta la fecha.

En la metodología del IPC-INDEC se muestra que, en conjunto, agua, luz y gas pesaban 1,58% de la canasta en diciembre de 2015. Para abril, dicha cifra habría subido al 4,1%, debido al tarifazo de electricidad de febrero de 2016, y el de agua y gas de abril de 2016. En mayo y junio siguió subiendo hasta un 4,4%, producto de que la suba del agua se terminó de escalonar en este último mes. Luego se produce una fuerte baja en agosto-septiembre (hacia el 3%), producto del fallo de la Corte Suprema, que obligó a dar marcha atrás con las tarifas del gas subidas en abril. El nuevo aumento del gas en octubre hizo subir el ponderador implícito de los servicios públicos del hogar a 3,8%, para luego ir perdiendo gradualmente terreno (ya que en noviembre, diciembre y enero los precios de los servicios públicos estuvieron quietos y el de los demás rubros siguió creciendo). Ahora, con la suba de la electricidad en febrero, el ponderador de los servicios públicos en el IPC volvió a ubicarse en el 4,1%. Si un hogar gastara, supongamos, $25.000 por mes en promedio en bienes y servicios, alrededor de $1.000 se irían en luz, agua y gas.

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¿Cómo hace el INDEC para saber cómo se compone el “changuito” de bienes y servicios a ser medido mes a mes por el IPC? Para ello, realiza una Encuesta de Gasto de los Hogares, que dura entre 12 y 15 meses (ya que los gastos fluctúan mes a mes, por ejemplo, en enero hay un componente estacional muy grande en lo que tiene que ver con vacaciones). Tal Encuesta de Gasto se hace aproximadamente cada unos diez años. La última, de 2012/2013, es la que usamos en el IET para determinar el perfil de gastos de los hogares cuyo jefe/a es un asalariado/a registrado/a, obteniendo resultados muy consistentes.

La conducción actual del INDEC rechazó esta última encuesta con argumentos supuestamente técnicos, como una “elevada tasa de no respuesta en el Gran Buenos Aires”, aunque parece más una sobreactuación funcional a denostar todo lo realizo en el INDEC durante la gestión previa. De tal modo, tomó, para el actual IPC, la Encuesta de Gasto de Hogares de 2004/5 y le hizo algunas modificaciones ad hoc (como por ejemplo, tener en cuenta la evolución de los precios relativos desde 2004/5 hasta fines de 2015, o incrementar el peso de la telefonía celular vis á vis la telefonía fija, que en 2004/5 era mucho más importante en términos relativos).

Las mediciones de inflación del INDEC, desde que reanudó sus publicaciones, están en línea con las de las provincias, incluso con la que medimos en el Instituto Estadístico de los Trabajadores (IET). Entre abril y febrero, el INDEC reportó una inflación acumulada del 21,4%, la Dirección de Estadísticas de CABA del 23,2%, la de Córdoba del 21,9%, y la de Mendoza del 18,3%. En tanto, en el IET medimos 20,4% de inflación acumulada en el mismo período.

Las discrepancias entre los índices, fuera de manipulaciones mal intencionadas, pueden tener que ver por un lado con cuestiones metodológicas. Por ejemplo, en el IET medimos la inflación nacional (y no regional) y sólo de un segmento de la población -asalariados registrados, con una canasta con algunas diferencias al del resto de los grupos sociales-, de modo que aumentos en ciertos rubros impactan algo más en el nivel general que otros. Otras diferencias entre los índices pueden tener que ver con la muestra de comercios relevada, con la cantidad de rubros relevados, con cuestiones regionales propias (la canasta de consumo de los mendocinos no necesariamente es la misma que la del AMBA -allá no tienen subte, por ejemplo-) o en la modalidad de relevamiento (por ejemplo, en el IET relevamos precios 170.000 precios online, en tanto que las agencias de estadística hacen relevamiento físico de precios, de modo que a veces hay algunas discrepancias, por ejemplo en indumentaria, en donde la venta online hace varios años que viene mostrando menores subas de precios respecto a los comercios físicos). Sería preocupante que estas discrepancias puntuales entre los distintos índices se amplifiquen a lo largo del tiempo, esto es, que haya un índice que sistemáticamente dé más por arriba o por debajo que los demás.

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En suma, en lo que al IPC concierne, hasta el momento los datos vertidos por el INDEC no muestran singularidades imposibles de justificar metodológicamente. Ello no implica que no sería saludable que el organismo mostrara una mayor transparencia en la información publicada, que permita fortalecer su imagen pública. A modo de ejemplo, el INDEC bien podría mostrar un mayor nivel de desagregación por rubro de su IPC de lo que hoy hace (por ejemplo, agua, luz y gas aparecen agregadas en “servicios públicos de la vivienda”). También sería positivo que el organismo muestre un desglose de cómo calcula las subas en estos servicios públicos, cuyo alza promedio suele ser muy difícil de estimar con precisión por las consultoras y los usuarios interesados, por falta de información detallada. Adicionalmente, el organismo debiera aclarar con precisión qué pasó con la evolución de los precios relativos entre diciembre de 2015 y abril de 2016 (aquí hemos intentado hacerlo en base a la -acotada- información disponible).

Estas cuestiones también pueden extrapolarse a otros productos que el INDEC ofrece. El INDEC debiera mostrar con un mayor nivel de detalle la dinámica de las ramas de actividad, monitoreada por la Dirección de Cuentas Nacionales. Hoy por hoy se exhiben tales dinámicas (de producción y precios, por ejemplo) a dos dígitos (“Alimentos y Bebidas”, por ejemplo), cuando debería hacerse a un mayor nivel de desagregación (por ejemplo, cinco dígitos, como “Producción de arroz”). Ello contribuiría, además, a entender con alto detalle las dinámicas sectoriales específicas, así como a dar mayor transparencia al cálculo del PBI.

Por último, y volviendo al IPC, tomar la Encuesta de Gasto de 2004/5 y actualizarla ad hoc es al menos cuestionable. En los próximos meses, debería encararse una nueva Encuesta de Gasto de los Hogares, que permita saber a ciencia cierta hacia qué tipo bienes y servicios los argentinos dirigimos nuestro gasto, lo cual dotaría al IPC del INDEC de un mayor grado de representatividad.

 

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