Si San Martín estuviera vivo…
Cierto sector de la clase política nacional tiene una necesidad, últimamente, de comenzar a dudar hasta del color del cielo. Dudas que, lejos de aportar al conocimiento, sólo exponen que a nuestro país no es al que quieren justamente.
La Asociación de Academias de Lengua Española define a la palabra cipayo como: “Persona que sirve a los intereses extranjeros en detrimento de los de su país” en un crítico homenaje a los soldados indios de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña. En pocas palabras, traidores de su patria.
Más allá de los tecnicismos históricos, la palabra “cipayo” le sienta bien a los dichos carentes de análisis de Emilio Ocampo, el economista predilecto del candidato presidencial Javier Milei. Este hombre es uno de los gurúes de la dolarización que tanto se pregona como respuesta única a los problemas económicos de nuestro país.
Pero, más allá de sus propuestas de plataforma, Ocampo decidió meterse en el barro sin un argumento claro. El dirigente de la Libertad Avanza, disparó contra San Martín. Aclaró que para él “San Martín no fue el padre de la Patria ni el Libertador de América”.
Ocampo cree que el libertador no fue tal, sino que fue una imaginativa creación de Bartolomé Mitre, y que su gesta no fue decisiva en los procesos independentistas. Además, sostiene que la figura de San Martín como único “libertador” de América es una forma de que los argentinos se lleven todos los laureles del triunfo. Esas posturas fueron explayadas en sus libros.
En principio, San Martín fue uno de los tantos libertadores de América, más no el único. A la par de Bolívar, O’Higgins, Belgrano, Artigas y muchos más, fueron los encargados de una gesta trasatlántica. En ese momento, el ideario era la explosión de las ideas liberales plasmadas en revueltas y revoluciones para destronar el poderío establecido por la corona española durante siglos en tierras americanas.
Ocampo también habla de cierta relación de San Martín con Inglaterra, y en parte no es descabellado pensar en una relación estratégica, entendiendo que para las potencias era clave desguarnecer a quien podría presentarle algún tipo de competencia en el campo económico, más allá que España para el arranque del siglo XIX ya estaba prácticamente en retirada. Es decir, que hay que entender el contexto como geopolítica pura.
Pero más allá de la respuesta histórica, la cual no merece Ocampo, sino la gente que consume este tipo de falacias expuestas en redes sociales y medios de comunicación, hay algo mucho más grave que desasnar.
Criticar a San Martín no es algo aislado, es parte de un plan estratégico de desnacionalizar el pensamiento argentino. No es casualidad ni una ocurrencia de de Ocampo: Milei admira a Margaret Thatcher, Mondino cree que las Malvinas son británicas y Marra despotrica contra “Paka Paka” por hablar de la conquista americana, y que él se sienta tocado porque es “español”. Todo esto forma parte de un mismo plan.
Quitar lo nacional, desflorar la sensación de unión de los argentinos, formar cabezas absolutamente entreguistas. Más allá de la postura ideológica o partidaria, criticar la gesta de Malvinas o a San Martín es, primero atacar a lo popular, y luego intentar establecer un patrón de manipulación que le saque los únicos tópicos de mancomunión nacional.
Solo falta con pensar de la siguiente manera: hoy en día, lo único que une a peronistas y radicales, izquierda y derecha nacional, bosteros y gallinas, es la figura de nuestros próceres, como San Martín, la pertenencia argentina de Malvinas y la Scaloneta. ¿Por qué atacarlos? Porque si el pueblo pierde ese último hilo de unión, la dominación y la confusión caerán de maduros. El entreguismo vuelve a la orden del día.
¿Qué mejor para un espacio que busca exterminar nuestra soberanía económica nacional (que ya viene bastardeada) que el mismo no sienta apatía por “lo nuestro”?
Atacar a San Martín es un simple hecho que busca generar una ruptura en el pensamiento nacional, permitirlo sería una deshonra, y un país que no defiende lo suyo, jamás será potencia de absolutamente nada. A lo sumo sería un simple quiosco que trabaje para los poderosos, como el modelo que pregona dicho espacio político y por el cual tantas falacias se han dicho del famoso “modelo agroexportador”, donde al único que le alcanzaba para los lujos era al bonaerense campero amigo del Estado. Dicho en lenguaje “mileicista”, solo le alcanzaba a la casta.
Por otro lado, es un ataque directo hacia el peronismo y el radicalismo que no se entregó a Juntos por el Cambio (Mauricio Macri pidió perdón al rey de España). Esto se da por la “apropiación de próceres” y el uso político de la historia. En el siglo XX, ambos partidos arrancaron como movimientos nacionales de los sectores medios y trabajadores, más allá de que el peronismo tuvo mayor cercanía a los menos pudientes. En el constructo del imaginario colectivo, próceres como San Martín, Rosas y Belgrano fueron realzados, por su postura ante el extranjero imperial. Obviamente que esto no le cae bien al sector dominante o al “establishment”, y hoy, en manos de representantes de la Libertad Avanza, buscan dar esa batalla cultural. Bastardear a quienes nos liberaron y entronizar a quienes nos empobrecieron desde afuera.
Además de eso, Ocampo es descendiente de Carlos María de Alvear, un personaje catalogado como “dictatorial” que dirigió el directorio supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata durante los primeros meses de 1815. El mismo se oponía a San Martín en ese momento. Pequeño detalle, ¿no?
“Se creen dueños de un país que detestan” deslizó alguna vez Peter Capusotto, con su sarcasmo característico y parece seguir siendo una frase tristemente vigente en nuestra querida Argentina.