RIO DE JANEIRO, BRAZIL - NOVEMBER 19: Javier Milei president of Argentina look on after participating in a working session as part of the G20 Summit Rio de Janeiro 2024 at Museu de Arte Moderna on November 19, 2024 in Rio de Janeiro, Brazil. The 2024 G20 Summit takes place in Brazil for the first time. The event gathers leaders of the most important economies. Starvation, sustainable development and social inclusion are some of the issues to be during the summit. (Photo by Buda Mendes/Getty Images)

Esta vez es diferente

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Escribe Juan Luis Bour – La frase que ilustra esta nota -que toma prestado el título del célebre trabajo de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff- se repite como un mantra que, paradójicamente, nos recuerda la habitual fragilidad de la economía argentina en términos de sostenibilidad del equilibrio y de una eventual reversión de las políticas públicas.

La sostenibilidad depende de haber (o no) acertado en el diagnóstico y del programa que encare los problemas que nos trajeron hasta aquí, pero también del tiempo que se requiere para hacer cambios y de los recursos que se tienen disponibles (requisitos que no son independientes el uno del otro) para alcanzar un equilibrio estable. La administración del presidente Milei tiene muy probablemente un buen diagnóstico de los problemas que enfrenta la Argentina y no caben dudas, a esta altura, de su convicción para perseverar en corregir los desequilibrios. Ello marca una diferencia significativa con cualquier administración previa, ya que no parece haber un partido político detrás que pueda hacerle cambiar el rumbo. Por lo tanto, transmite la convicción de que –al menos en este periodo de gobierno de LLA- no habrá marcha atrás en la prosecución de equilibrios macroeconómicos en materia fiscal y monetaria, y por lo tanto esta vez sí es diferente en estas materias.

Sin embargo, estos equilibrios no son lo único relevante para un programa sostenible, y otras dimensiones de política pueden dar espacio a la incertidumbre, más allá de que la Argentina tenga buena o mala suerte en aspectos no controlables, como el clima para el agro, o los shocks externos que puedan afectar el valor de las divisas, los precios de exportación o la demanda mundial. Aun con “buena suerte” desde el resto del mundo, la economía podría pasar de superávits a déficits gemelos, o apreciar su moneda a una velocidad que no permite reestructurarse a muchas empresas con “pocas espaldas” en un país con baja penetración financiera y alta informalidad, o encontrar oposición a algunas reformas que –así como no pudieron pasarse en los últimos 40 años de democracia – todavía son resistidas “por la casta”.

La cuenta corriente se puede dar vuelta con rapidez a medida que la economía se abre (basta que se abra un poco para que el cambio sea dramático, ya que la proporción de importación de bienes a PBI en 2024 no llega al 10%). O si la economía rebota más rápido de lo previsto (con lo que juega la elasticidad de importaciones a PBI), si no tenemos suerte con los precios internacionales, si las ganancias de productividad requieren mucha reestructuración y tiempo, y la baja de impuestos también. La cuenta de turismo ya está operando con rapidez, y dados los anuncios de política cambiaria, solo cabe esperar un mayor déficit que -junto con el deterioro en la cuenta de bienes- de vuelta el superávit de cuenta corriente de 2024. En cuanto a la baja de impuestos, recordemos que la suma de gravámenes que desaparecen en 2025 (impuesto PAÍS y blanqueo) más los principales impuestos distorsivos que están vigentes (derechos de exportación y transacciones financieras) representaron casi un cuarto de la recaudación tributaria y aduanera en 2024. Su eliminación requiere reemplazarlos por un aumento en la recaudación de otros tributos, a menos que se profundice la caída del gasto público. El recurso escaso es siempre el mismo: tiempo, y su correlato en términos de “paciencia”.

No es lo mismo apreciación cambiaria con déficit de cuenta corriente y escasas reservas, que esa misma situación con déficit fiscal como en Convertibilidad. Pero el equilibrio fiscal no es condición suficiente para que los agentes económicos asuman sostenibilidad del equilibrio; cualquier resfrío puede derivar en una neumonía en el mercado cambiario. La “lluvia de dólares” de mayores exportaciones de energía, de la minería y del agro la necesitamos para pagar las mayores importaciones, la remesa de utilidades y dividendos tanto tiempo postergada, terminar de normalizar las cuentas externas y avanzar en el phase out del control de cambios. Algo de tiempo tenemos, porque el crédito está retornando para el sector privado (al menos para quienes están mejor calificados), lo que da una oportunidad, pero no da certezas.

La sostenibilidad podría garantizarse en el corto plazo agregando al escenario de equilibrio fiscal con reformas un contexto de reservas que aseguren un overkill (es decir, un blindaje a partir de préstamos y garantías que alejen completamente el escenario de colapso), pero ello probablemente no esté disponible. Por lo tanto esta fuente de incertidumbre acerca de la sostenibilidad quizás permanezca entre nosotros mientras el programa económico se vaya desarrollando. Work in progress.

La otra fuente de incertidumbre es aún más difícil de eludir. Se trata del riesgo de reversión de las políticas. ¿Cómo evitar que un futuro gobierno (en 2027 o en algún futuro lejano) incurra en déficits fiscales que resulten insostenibles? ¿Cómo evitar expropiaciones o confiscaciones cuyo producido sea repartido en la forma de “prestaciones sociales” que no puedan ser revocadas? Para ello no hay otra respuesta que la experiencia, es decir, otra vez el paso del tiempo mostrando orden o desorden.

¿Esta vez es diferente? Quiero creer que sí, que tenemos una mejor oportunidad.

Juan Luis Bour, Director y economista jefe de FIEL

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