La pesadilla americana

Escribe Lucas Doroñuk

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En menos de 24 horas, Donald Trump viajó de Florida a Nueva York, se presentó en tribunales, escuchó las acusaciones en su contra, se declaró no culpable, retornó a Florida y dio una conferencia de prensa. La vorágine estadounidense hecha persona.

Se acumularon más de 30 casos en contra del empresario y líder republicano, entre ellos soborno, extorsión y falsificación de documentos. De esta manera, Trump se transformó en el primer ex máximo mandatario de la historia de EEUU que afronta cargos penales. Más allá de lo que pueda representar esto, podría posicionarse como la punta del iceberg de uno de los casos mediáticos más shockeante de la historia reciente de su país.

Sin embargo, más allá del efecto rimbombante provocado en los medios de comunicación, esto evidencia una grieta mucho más profunda. Es el caso Trump, hay un mensaje importante del proceso de descomposición política de Estados Unidos. Esto no quiere decir que el ex presidente no sea culpable de todo lo previamente dicho, pero si muestra a viva voz que la disparidad ideológica entre republicano y demócratas, pasó a un nivel más profundo, inclusive rememorando gran parte de la moralidad clásica de las sociedades históricas. Una lucha entre el bien y el mal en donde prevalece el relato ante los hechos.

Trump, por su parte, aclara que es perseguido judicialmente y que este proceso es un arrebato ante el posicionamiento de su figura como un líder popular. El mismo no se hizo cargo de ninguno de los delitos a los cuales se lo acusó, e inclusive, previamente dejó deslizar la oportunidad de una movilización a su favor, en caso de ser arrestado. La oposición esgrime que Trump es culpable de todos estos hechos y algunos más aberrantes. Pero el mensaje de los dos, en donde la contraposición entre el bien y el mal es visible, es que el ex presidente se posiciona como una suerte de mesías salvador y su contraparte lo denota como una especie de patricio pervertido, malintencionado y casi como un dictador. Esa es una lectura que habla de la radicalización de las posturas.

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Por otro lado, golpear a Trump es asestar un gancho contra las pretensiones conservadoras de retornar al poder en Estados Unidos. Suficiente hace Donald como para generar rechazo y acepción en la sociedad estadounidense, aunque la brújula ideológica de este país siempre tira más para la derecha. Casi como si se tratara de una maniobra política, ¿esto puede afectar a las pretensiones eleccionarias de Trump?

Recordemos que él mismo se ha postulado para volver a ser el mandamás de la Casa Blanca en el 2024. La respuesta es sí, esto puede perturbar gravemente a Trump hasta el punto de perder contra cualquier segundo de la insulsa gestión Biden. La eventual derrota trumpista no es solamente la de un partido político estadounidense, sino el principio del derrumbe de un modo de hacer política o de las figuras de los outsiders.

Es lógico que Trump es el piloto de esa nave nodriza de políticos sin carrera política con un lenguaje exacerbado, o que, en criollo, sería “vende humo”. Encolumnados en la rubia cabellera del empresario devenido en, nuevamente, candidato presidencial de Estados Unidos se encuentran sujetos como Bolsonaro, Lacalle Pou, Milei, Kast, y también sus emisarios europeos como Boris Johnson e inclusive Volodimir Zelenski, el ecuménico presidente de Ucrania en el contexto actual de guerra que vive ese país.

Del otro lado de la vereda, para los demócratas se les puede poner brava la cosa. Si, por el contrario, Trump sale ileso de esta situación judicial, solamente pueden acrecentar aún más al monstruo. Es decir, que gane aún más terreno, más seguidores y que se transforme en el poseedor de la espada de Excalibur de la Casa Blanca. De por sí tiene muchos seguidores, muchos de ellos sumamente peligrosos, desde los ya clásicos sureños que levantan sin tapujo alguno la bandera confederada hasta neonazis vestidos de seguidores de un movimiento supremacista blanco llamado “White lives matters”.

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El solo hecho de imaginarse en como se puede multiplicar eso si Trump sale fortificado es terrorífico, porque, así como se comentó que el efecto de su caída puede ser el principio del fin de los modelos de políticos outsiders, su afianzamiento solo puede dar más fuerza, ipso facto, reversionar a sus laderos en otras zonas del mundo.

La política es como un tablero donde se mueven piezas, con un efecto que va de lo macro a lo micro. Hoy, el caso Trump es bisagra para las nuevas derechas del mundo. Acá se juega mucho más que la simple parada del Partido Republicano, o del desenlace de los denunciantes del caso del ex presidente. Dirigentes derechistas de todas partes del mundo se encuentran agazapados para ver que sucede con esto, hasta donde puede llegar la tendencia y también delineando acciones conjuntas para evitar ese golpe a sus partidos en sus países.

Empero, esto no significa que la izquierda gane terreno, ni mucho menos, sino que una derecha mucho más flexible es la que desea el derrumbe de los líderes outsiders, para ocupar esa banca política que los determine en el arco de las tomas de decisiones de un país. Lejos del contexto de la Guerra Fría, esto no es izquierda vs derecha, esto es derecha outsider vs derecha liberal. En esta puja, cuasi sin sentido, se encuentra un mundo en guerra, sumido en una crisis económica galopante, pagando los platos rotos de las peleas de hombres trajeados sin afán de realizar el bien común.

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