¿Salud mundial para todos?
Escribe Lucas Doroñuk
La sanidad pareciera ser un derecho consagrado, una condición sine qua non para el correcto desarrollo de las sociedades. Sin embargo, hay sobradas muestras de países donde la salud cuesta y mucho.
Poniendo en contexto, Argentina es un oasis de los tratamientos médicos. La salud pública del país es destacada en el continente por las diferentes experiencias que limitan con la misma. En este sentido, Misiones, como Estado subnacional es un fenómeno aún más interesante. La tierra colorada es un enclave territorial que comparte más del 90% con dos países con premisas sanitarias distintas.
Si uno se centra en Posadas (limítrofe con Encarnación, Paraguay), la misma cuenta con el Parque de la Salud, con tecnología de avanzada en tratamientos médicos, como así también una gran cantidad de especialistas trabajando, por el cual la población misionera no paga un centavo. Es el Estado quien se hace cargo de estos costos, dando a entender una postura claramente marcada de la salud con perspectiva social, en cuanto al alcance de dichas prácticas a la población.
Entrando en el análisis en clave internacional, Paraguay presenta una disparidad absoluta con la experiencia sanitaria nacional. El vecino país cuenta el Seguro Obrero Patronal, con el que se aporta por ley, el 9% del salario básico vigente y sería algo así como 32 dólares mensuales. Por otro lado, se suman los seguros médicos privados que ofrecen servicios básicos a partir de 32 a 35 dólares, hasta planes familiares para 5 personas con un monto de 65 USD a 70 USD. Los seguros médicos privados sólo cubren consultas, servicio de ambulancia, algunos días de internaciones y descuentos en medicamentos. Para el caso de alguna cirugía varía dependiendo de la complejidad.
Cabe destacar que, en el caso paraguayo, además de tener una salud paga, no cuentan con la aparatología que, por ejemplo, si tiene Misiones. Esto explica, en cierta medida, el flujo de paraguayos que abogan por la atención médica desde este lado del Paraná.
El casi de Brasil es un tanto disímil al de Paraguay. Cruzando el río Uruguay, los brasileños cuentan con el Sistema Único de Salud (SUS), que ofrece una atención pública, universal y gratuita. Alrededor del 75% de los servicios médicos prestados se dan por el SUS, en tanto que el 25% restante recae en el sector privado. Más allá de eso, y de lo prometedor que suene, son las grandes urbes quienes cuentan con centros médicos de avanzada. Lugares como Río de Janeiro, San Pablo o Porto Alegre es donde se ve esa diferencia, entendida por el avance de una economía mundial pujante como la de Brasil.
Bolivia presenta una experiencia llamativa. Es un país donde, desde el arribo del MAS con la figura de Evo Morales, se llevaron a cabo esfuerzos enormes por poder nivelar esa desigualdad en el acceso a la salud. Sin embargo, aún es el sector privado quien cuenta con los avances más importantes en el marco sanitario. Esto se evidencia en una queja que tiene lugar ya desde hace tiempo en La Paz. En la capital boliviana denunciaron que una cama para internación en una clínica puede costar hasta 112 dólares por día.
Perú es un caso aún más extremo, quizás el más rimbombante en la región. Aquí los precios son siderales, ipso facto, impagables. Una consulta médica vale 50 dólares, un tratamiento para gastritis puede costar hasta 80 USD, y una internación en terapia intensiva puede costar entre 20 mil y 50 mil USD. Estos precios pueden parecer una locura total, pero es la realidad que vive un país en donde el Estado no considera que la salud es prioridad para el pueblo.
A colación de todo esto, nombrar a Estados Unidos es casi una necesidad. El dato que se rescata de la gran potencia mundial, es que una simple consulta en el médico puede costar hasta 200 dólares.
Ahora bien, ¿cómo puede una familia costear todo esto en estos países sin caer en la indigencia?
Básicamente hipotecan sus propiedades para poder pagar un tratamiento. Es decir, alguna casa o auto al que pudieron acceder en algún momento, terminan siendo la garantía de pago de una cuestión que en Argentina es gratuito. Los que pueden, viajan a lugares donde es más barato acceder a consultas o cirugías. En el caso de Estados Unidos, viajan a México y en el caso de Sudamérica, el apuntado es Argentina.
Lastimosamente, quienes no pueden viajar, quedan a la buena del destino, cayendo en la miseria sanitaria inclusive. Todo esto lleva a un viejo debate, en el cual la ética y la moral entran en el campo de disputa con las finanzas de un Estado. ¿Es correcto que no se invierta en salud pública?
Ninguna sociedad se puede construir si no son todos los segmentos de la sociedad quienes puedan acceder a algo tan simple como una consulta, un medicamento o un tratamiento para estar bien de salud. Luego de la experiencia mundial de la pandemia de COVID – 19, pareciera ser que todos los países del mundo iban a girar hacia una perspectiva en donde sea el Estado quien se haga cargo de la salubridad.
Sin embargo, la realidad dicta otra cosa. Es cierto que el mundo se encuentra en vilo a nivel económico por la guerra en Ucrania, pero amplias zonas del mundo no parecen cambiar de paradigma sanitario.
Perú fue uno de los países más azotados por el contexto pandémico, y el poder no movió la aguja para beneficiar a su población, y el nuevo presente paraguayo, Santiago Peña, ve en la tercerización de la salud, una directriz de gobierno. Es decir, que la construcción de hospitales quede en manos de los privados, más allá de la política sanitaria.
Desde tiempo inmemoriales, el ser humano se preocupó por su salud, por lograr extender la vida. Desde los primeros saberes de antaño hasta la ciencia más avanzada, dieron la cuota necesaria para mejorar las condiciones del hombre, pero es su propio ego o interés el que lo condena a no poder acceder a ello. Una hospitalaria realidad en donde el que “más tiene si accede y el que no, queda afuera”, pareciera rozar la barbarie, en un mundo donde todo se encuentra aun click de distancia. Por consiguiente, la salud en el mundo no es para todos.