No hay tiempo que perder

Escribe Kristalina Georgieva

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El arte puede conectarnos con lo que sabemos e inspirarnos a actuar. La portada de esta edición diseñada por Nor Tijan Firdaus, joven artista de Malasia, ilustra crudamente las consecuencias de generaciones sucesivas de despilfarro humano: cambio climático, pérdida de biodiversidad y degradación del medio ambiente.

Todo ello amenaza la salud y el bienestar que nuestros niños y niñas heredarán en el futuro.

Encuestas recientes muestran una creciente sensibilización al cambio climático, especialmente entre los jóvenes.

La mayoría de personas consideran que es una emergencia mundial, mucho más de la mitad en los países de ingreso mediano y menos desarrollados y casi tres cuartas partes de la gente que vive en Estados insulares pequeños y países de alto ingreso. La pandemia de COVID‑19 ha intensificado las preocupaciones: un 43% dice que ahora están más preocupados acerca del cambio climático.

Y sin embargo, como dijo Leonardo da Vinci, “Saber no es suficiente; debemos aplicar lo que sabemos. Estar dispuesto no es suficiente; debemos actuar”.

¿Cómo podemos pasar de una preocupación a la acción? Los descubrimientos científicos y tecnológicos permitieron producir vacunas contra la COVID‑19 en tiempo récord, un modelo promisorio para la innovación y acción necesarias a fin de desarrollar y comercializar tecnologías con bajas emisiones de carbono. Las respuestas de política a la pandemia
demostraron que los gobiernos también pueden tomar medidas sin precedentes cuando es necesario.

Es esencial actuar con la misma determinación para abordar el cambio climático y acelerar la aplicación de políticas que marquen la diferencia. Primero, necesitamos señales del mercado que operen a favor, no en contra, de la nueva economía del clima. Por más que esto sea políticamente complejo, el mundo necesita librarse de todos los subsidios a los combustibles fósiles, que si bien equivalen a más de USD 5 billones cada año, son mucho más costosos para nuestro futuro. Un marco sólido de precios del carbono contribuirá a reorientar la inversión privada y la innovación hacia las tecnologías limpias y fomentará la eficiencia energética. Sin ello, simplemente no podremos alcanzar los objetivos del Acuerdo de París.

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Esa señal debe ser previsiblemente más contundente, llegando a un precio mundial promedio del carbono de USD 75 por tonelada para 2030, muy superior al nivel actual de USD 3 por tonelada. Un acuerdo sobre el precio internacional mínimo del carbono entre los principales emisores sería un buen comienzo.

Segundo, debemos incrementar las inversiones ecológicas. En estudios realizados por el personal técnico del FMI se proyecta que las políticas de abastecimiento verde podrían elevar el PIB mundial alrededor de 2% en esta década y crear millones de nuevos empleos. En promedio, se prevé que alrededor de 30% de la nueva inversión provenga de fuentes públicas, por lo cual es vital movilizar el resto desde fuentes privadas.

Tercero, debemos trabajar por una “transición justa” hacia una economía baja en carbono, dentro de cada país y entre los distintos países. Por ejemplo, los ingresos provenientes de la tarificación del carbono pueden usarse para transferencias de efectivo, redes de protección social, recapacitación y otras medidas para compensar a los trabajadores y empresas afectados de sectores que generan altas emisiones. Este tipo de enfoque forma parte cada vez más de las reformas de tarificación del carbono, tales como el régimen nacional de comercio de derechos de emisión de Alemania y el Mecanismo para una Transición Justa proyectado por la UE.

En todos los países, requerirá apoyo financiero y la transferencia de tecnologías ecológicas. Los países más pobres del mundo son los que menos han contribuido al cambio climático, pero son los más vulnerables a sus efectos y los
menos capaces de afrontar el costo de adaptación. Dado que muchas de las oportunidades de mitigación menos costosas se encuentran en las economías de mercados emergentes y en desarrollo, es de interés mundial que las economías desarrolladas cumplan su compromiso de aportar USD100.000 millones por año al financiamiento climático para el mundo en desarrollo.

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No tenemos tiempo que perder. Con la mirada puesta en la COP26, debemos estar listos para avanzar con decisión, juntos. Sabemos qué se debe hacer; ahora debemos hacerlo

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