Cuando la intervención cambiaria puede ayudar mejor a los países a sortear las perturbaciones

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Escriben Suman Basu; Sonali Das; Olamide Harrison y Erlend NierLa intervención, cuando proceda, debe utilizarse como parte de un enfoque de política integrado que incorpore otros instrumentos de política para mitigar los riesgos.

Con los principales bancos centrales recortando los tipos de interés, el ciclo mundial de los tipos de interés está cambiando. Esto demuestra hasta dónde ha llegado la lucha contra la inflación en muchas economías avanzadas. Pero dado que la incertidumbre económica sigue siendo alta, también genera preocupaciones sobre posibles efectos indirectos. La bajada de los tipos de interés oficiales podría estimular los flujos de capital a medida que los inversores buscan rendimiento. Y esos flujos pueden revertirse bruscamente cuando los shocks adversos conducen a un nuevo endurecimiento de las condiciones financieras.

Para salvaguardar su estabilidad económica y financiera, nuestro Marco Integrado de Políticas puede ayudar a calibrar la mejor combinación posible de políticas frente a dicha volatilidad. En un mundo más propenso a las crisis, los responsables de la formulación de políticas deben ser aún más ágiles a la hora de utilizar herramientas bien calibradas y adecuadas a circunstancias específicas. Nuestro marco muestra que, en ausencia de fricciones en el mercado, las políticas monetarias y fiscales suelen ser suficientes para hacer frente al impacto de los shocks externos. Pero también muestra cómo el empleo de herramientas adicionales puede ser útil en determinadas circunstancias.

Por ejemplo, en caso de que las rápidas salidas de capital paralicen los mercados de financiación cruciales y provoquen una fuerte caída del tipo de cambio, un banco central puede vender reservas de divisas, o prestarlas, para estabilizar los mercados y salvaguardar la estabilidad financiera. Sin embargo, la intervención cambiaria puede conllevar costos e implicar importantes compensaciones. Intervenir con demasiada frecuencia puede llevar a la complacencia sobre la creciente exposición a los movimientos del tipo de cambio. Y no debe utilizarse como pretexto para obtener ventajas comerciales competitivas injustas.

Nuestros principios para la intervención cambiaria, o FXI, detallan cuándo puede ayudar a los países con tipos de cambio flotantes, en otras palabras, donde el tipo de cambio está determinado predominantemente por el mercado. También destacan cuando la intervención no es bien aconsejada.

Estamos trabajando para incorporar estos principios, publicados por primera vez en diciembre, en nuestros controles anuales de la salud económica de los países miembros, conocidos como exámenes del Artículo IV. Y analizaremos estas cuestiones durante los eventos y debates con los países miembros en las próximas Reuniones Anuales del FMI y el Banco Mundial en Washington.

FXI en el kit de herramientas

Los países con tipos de cambio flotantes suelen elegir un objetivo de inflación y utilizan los tipos de interés para alcanzarlo. En estos casos, se permite que los tipos de cambio se ajusten libremente para ayudar a equilibrar mejor la demanda de importaciones y exportaciones y ayudar a mantener los equilibrios externos.

En el otro extremo del espectro, alrededor de dos tercios de los países vinculan su moneda a otra o manejan el tipo de cambio. En estos casos, los tipos de interés de los bancos centrales siguen de cerca a los establecidos por el país ancla, y no pueden utilizarse de forma independiente para responder a la demanda interna o a las perturbaciones de la oferta. Por lo general, la intervención se utiliza en paralelo para mantener la clavija.

Los principios se centran en los países con tipos de cambio flexibles. La mayoría de las economías avanzadas tienen tipos de cambio totalmente flexibles, conocidos como de libre flotación. Algunos, como Canadá, el Reino Unido y Estados Unidos, casi nunca intervienen. En cambio, dejan que los mercados determinen los valores de sus divisas, incluso en momentos de tensión. Sin embargo, los bancos centrales de otros regímenes de flotación siguen interviniendo a veces.

Nuestro Marco Integrado de Políticas (IPF, por sus siglas en inglés) reconoce que las economías financieramente abiertas pueden ser más vulnerables a los shocks, por lo que los tipos de cambio totalmente flexibles no siempre funcionan bien. Es por eso que identificamos tres circunstancias en las que los bancos centrales podrían considerar FXI para hacer frente a un gran shock:

  • Cuando los mercados de divisas se vuelven ilíquidos, un banco central puede utilizar el FXI para gestionar cambios bruscos en las condiciones financieras que puedan surgir de las presiones sobre el flujo de capital y los tipos de cambio y que amenacen la estabilidad macroeconómica y financiera.
  • En el caso de las exposiciones a divisas sin cobertura, un banco central puede utilizar el FXI para contrarrestar una caída brusca de la moneda que, de otro modo, conduciría a una crisis, como una que implique impagos a gran escala del sector privado de la deuda denominada en dólares.
  • Cuando es probable que una depreciación brusca provoque no solo un aumento temporal de los precios de los bienes y servicios, sino que también eleve las expectativas de inflación, el banco central puede considerar el FXI junto con el aumento de las tasas de interés para contener esos impactos. El uso complementario del FXI puede reducir el impacto adverso en el crecimiento de la política monetaria más restrictiva.

Estos casos están incorporados en los modelos conceptuales y cuantitativos de la Caja de Bosques, y también se basan en trabajos empíricos y consideraciones ajenas a los modelos.

Inconvenientes de la intervención

Nuestro marco también reconoce que FXI puede renunciar a algunos beneficios de la flexibilidad total del tipo de cambio cuando se trata del ajuste macroeconómico, como el cambio de personas y empresas entre bienes y servicios nacionales y extranjeros. Otra consideración importante es que acumular y mantener reservas para FXI es costoso.

La intervención también puede tener efectos secundarios no deseados. El uso excesivo puede obstaculizar el desarrollo de los mercados de divisas al reducir los incentivos para el comercio de divisas o la cobertura del sector privado. Las expectativas de que el banco central intervendrá para frenar las pérdidas también pueden crear riesgo moral. Además, una comunicación deficiente del FXI puede causar confusión sobre la función de reacción de la política del banco central y su principal instrumento para alcanzar su objetivo de inflación.

Poniéndolo todo junto

Habida cuenta de estos inconvenientes, el IPF recomienda intervenir solo en los casos que hemos descrito anteriormente y cuando los shocks son lo suficientemente grandes como para amenazar la estabilidad económica o financiera, como una fluctuación inusualmente pronunciada en el tipo de cambio o las condiciones financieras. En estos casos, no se debe recurrir a la intervención para evitar el ajuste de las políticas monetarias y fiscalesY si las reservas son escasas, puede ser mejor preservarlas hasta que se avecinan choques mayores.

Cuando se determina que la intervención es apropiada, ésta es más eficaz como parte de un enfoque de política combinado que integre otros instrumentos macroeconómicos y financieros. Incluso antes de un shock, los países deberían querer profundizar sus mercados de divisas, haciéndolos más resistentes a las tensiones. Las medidas macroprudenciales apropiadas pueden reducir el endeudamiento riesgoso en moneda extranjera. Y los países pueden anclar mejor las expectativas de inflación para reducir la necesidad de intervención en caso de shocks.

Nuestro marco actualiza nuestro asesoramiento al considerar un uso más integrado de una gama más amplia de palancas de política para abordar las fricciones del mercado y las grandes perturbaciones. También se pretende fomentar los debates sobre políticas con los países miembros, a medida que evaluamos periódicamente sus vulnerabilidades y sus posibles respuestas. El GIB puede ayudar a los países a adaptarse a sus circunstancias únicas mientras se preparan para la incertidumbre persistente y las crisis futuras.

Para más información, consulte nuestro documento de política de diciembreMarco Integrado de Políticas: Principios para el Uso de la Intervención CambiariaLos principios reconocen los desafíos prácticos a los que se enfrentan los bancos centrales y se basan en el trabajo previo de modelización realizado por Basu y otros en 2020 y 2023, Adrian y otros en 2021, y otros trabajos empíricos.

Suman Basu

Sonali Dassubjefa de división del Departamento de Estrategia, Política y Examen del FMI, donde contribuye a las prioridades de supervisión

Olamide Harrison

Erlend Nier

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El directorio del FMI recortó los sobrecargos que se aplican a los países deudores, una decisión inédita que beneficia a la Argentina

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La decisión del Fondo fue respalda por EE.UU y el G7 para facilitar el esfuerzo bélico de Ucrania contra Rusia, y en ese contexto el país dejará de pagar cerca de 450 millones de dólares al año. Se trata de una iniciativa que presentó Martín Guzmán ante Kristalina Georgieva cuando era ministro de Economía

Las sobretasas —o “sobrecargos”— son una penalización que el FMI impone a los países que solicitan préstamos por montos superiores a su cuota de participación en el organismo. Actualmente, este sobrecargo se traduce en un costo adicional de 300 puntos básicos para la Argentina, elevando significativamente los costos de financiamiento. La revisión de esta política es crucial, ya que si se aprueba, el país podría reducir considerablemente los pagos que debe realizar por su gigantesca deuda con el FMI.

En una decisión inédita empujada por Estados Unidos, el directorio del Fondo Monetario Internacional (FMI) recortó los sobrecargos, que son intereses excesivos que se aplican a los países deudores que tomaron créditos del organismo por encima de sus posibilidades financieras.

La reunión empezó a las 10 AM (hora del este), fue liderada por Kristalina Georgieva, y se extendió hasta las 14 PM. Durante el encuentro, y a partir de un mail que enviaron Joseph Stiglitz y Martín Guzmán a Georgieva y los 24 miembros del board, se logró una mejora adicional a la propuesta que ya había presentado el staff del FMI para reducir los sobrecargos.

En este contexto, para el caso de la Argentina, el ahorro en el pago de los sobrecargos será de 450 millones de dólares en 2024. La propuesta del staff del FMI llevaba la poda a 400 millones de dólares, pero la última presión del premio Nobel y el exministro de Economía permitió sumar otros 50 millones de dólares.

Y respecto al umbral que se aplica para exigir los sobrecargos, quedó la propuesta de los técnicos del FMI: se pasa de 187,5 por ciento a 300 por ciento.

En las cuatro horas de cónclave,la directora gerente Georgieva fue clave para convencer a ciertos directores de países que son desarrollados y no tienen deudas pendientes con el FMI. La silla de Estados Unidos también presionó para mejorar la posición de los 22 países que pierden recursos propios por la obligación de saldar los sobrecargos, cuando las cuentas del Fondo están en superavit y su burocracia percibe salarios envidiables en DC.

La decisión de bajar los sobrecargos es una medida geopolítica destinada a facilitar el esfuerzo bélico de Ucrania contra la invasión de Rusia, que pretende expoliar sus recursos agropecuarios y energéticos. Joe Biden prometió a Volodimir Zelenski que haría todo lo posible para evitar que Vladimir Putin gane esta guerra asimétrica, y además de proveer armamento sofisticado e inteligencia a Kiev resolvió apoyar la poda de los sobrecargos que cobra el FMI a determinados países deudores.

La Casa Blanca se apalancó sobre un planteo global que se promovía antes de la ofensiva del Kremlin contra Kiev, y en esa batalla contra la burocracia del FMI -que se oponía a recortar los sobrecargos- se alinearon el Papa Francisco, el premio Nobel Joseph Stiglitz, el profesor Thomas Piketty y el exministro Martín Guzmán.

Al margen del peso propio de Ucrania para lograr el tratamiento de los sobrecargos, el gobierno de Javier Milei también empujó con fuerza la propuesta en el G20 de Brasil y durante distintos cónclaves que sucedieron en Washington.

El secretario de Finanzas, Pablo Quirno, mantuvo una sucesión de reuniones con ministros del G7 en San Pablo y Río de Janeiro, y aprovechó dos viajes consecutivos a DC para insistir con los sobrecargos frente a la directora gerente Kristalina Georgieva y el staff del FMI.

Los sobrecargos son intereses adicionales que el FMI impone a sus estados miembros muy endeudados, en relación con el tamaño y el tiempo de reembolso de sus préstamos. Al principio, pagar los sobrecargos implicaba a acceder a créditos más baratos respecto a los intereses que se pagaban en mercado. Fue un recurso diseñado para facilitar la recuperación económica de los países con medianos y bajos ingresos.

Pero esta ecuación crédito multilateral versus crédito de los mercados implosionó cuando se comprobó que el FMI prestaba carísimo y condicionaba las políticas económicas de los países con los programas que imponía a cambio de los desembolsos.

Antes de la decisión que asumió el directorio, los créditos que superaban el 187,5 % de la cuota tenían un sobrecargo del 2 por ciento sobre el saldo de la deuda impaga. Y el FMI agrega el uno por ciento adicional a la deuda pendiente después de tres años. Se estima que el FMI hubiera cobrado a sus socios cerca de 10.000 millones de dólares por sobrecargos en los próximos cinco años, si hoy no se cambiaba la ecuación que utiliza el board para determinar los montos de estos intereses extraordinarios.

Ucrania estaba previsto que pagará 2.900 millones de dólares entre 2024 y 2033. Y en el caso de la Argentina, solo en los últimos tres años el país desembolsó USD 3.700 millones de dólares en sobrecargos. Una suma colosal por el nivel de reservas del Banco Central y la constante crisis económica que ya no tendrá que destinar a las arcas del FMI.

A través de distintos andariveles, la Argentina logró un triunfo en el FMI que parecía una quimera hace cuatro años. Alberto Fernández y Guzmán plantearon el asunto a Georgieva durante las reuniones que mantuvieron en Roma (dos veces) y el G20 de Bali. Estados Unidos soslayaba el asunto, y recién le puso foco cuando Ucrania exigió un gesto del Fondo respecto a su débil situación económica.

Tres veces le prometió Georgieva a Alberto Fernández y Guzmán que los sobrecargos se tratarían en la “próxima reunión” del directorio del FMI. Y efectivamente sucedió: pero sólo para postergar el debate hasta el próximo año. Y así el asunto pasó desde 2020 a la reunión que se formalizó hoy, 11 de octubre de 2024.

Javier Milei tiene ciertas ventajas sobre la administración de Alberto Fernández. No buscó un plegamiento geopolítico con Rusia, respalda a Ucrania y es confiable para la Casa Blanca. En este contexto, Quirno se movió sin obstáculos ante la Secretaría del Tesoro y los ministros de Finanzas y Economía del G7.

Al secretario de Finanzas de Milei le prometieron en el board del FMI que se trataría el asunto sobrecargos en octubre, y le cumplieron.

Argentina es el principal deudor del FMI, y sobre ella caen despiadados los sobrecargos que se pagan por la decisión política de Mauricio Macri, que endeudó al país por 53.000 millones de dólares. Ahora ese proceso traumático, empieza lentamente revertirse.

La secuencia histórica de los sobrecargos encierra una paradoja política: inició con un planteo de un gobierno peronista (Alberto Fernández) y cerró su ciclo con el trabajo silencioso ejecutado por una administración libertaria (Javier Milei). A lo que hay que agregar que GuzmánJorge Remes Lenicov, Martín Lousteau y Axel Kicillof firmaron la misma carta para presionar a los directores del FMI, cuando sus perspectivas económicas son -en términos diplomáticos– dispares.

“Las investigaciones muestran que los recargos del FMI son procíclicos y regresivos, ya que exigen tasas de interés y comisiones más altas a los países durante las crisis financieras, cuando deberían estar invirtiendo en su propia recuperación”, sostiene la carta que firmaron Guzmán, Remes Lenicov, Lousteau y Kicillof, cuatro ministros de Economía que pasaron por gobiernos peronistas en los últimos veinte años.

El board trató la reducción de los sobrecargos a partir de un informe técnico presentado por asesores de finanzas y miembros de la influyente oficina de Estrategia, Política y Revisión (SPR, por sus siglas en inglés). Ese informe proponía la reducción de los sobrecargos por medio de tres ejes fundamentales:

  • Subir el umbral que se aplica para exigir los sobrecargos.
  • Reducir la tasa de los sobrecargos.
  • Achicar la tasa básica.

Es decir, la baja de los sobrecargos implicaba un mix de los tres andariveles, y el board resolvió que porcentaje se asignará al umbral y a las tasas.

Esta decisión del FMI beneficia a 22 países: Angola, Argentina, Armenia, Barbados, Benín, Costa Rica, Costa de Marfil, Ecuador, Egipto, Gabón, Georgia, Jordania, Kenia, Moldavia, Mongolia, Macedonia del Norte, Pakistán, Senegal, Seychelles, Sri Lanka, Túnez y Ucrania.

Argentina se ahorrará 400 millones de dólares en sobrecargos durante 2025. Es la cifra estimada que calcularon Caputo y Quirno en el Palacio de Hacienda.

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Debemos cambiar la naturaleza del crecimiento

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Escribe Daniel Susskind / F&D – La búsqueda del crecimiento económico es una de nuestras ideas más preciadas, pero también es una de las más peligrosas.

Una de las pocas cosas en las que los políticos están de acuerdo es que necesitamos más crecimiento económico. Casi todos los países entraron en el siglo XXI: Japón y Alemania a mediados de la década de 1990, Estados Unidos y el Reino Unido a mediados de la década de 2000, China a partir de mediados de la década de 2010. Después de dos décadas de crisis sucesivas, la mayoría de las economías son sombras lentas de lo que fueron, y los líderes han llevado el crecimiento a la cima de sus prioridades.

Hemos estado construyendo hasta este momento. En las últimas décadas, la búsqueda del crecimiento se ha convertido incesantemente en una de las actividades definitorias de nuestra vida común. Nuestro éxito colectivo está determinado por cuánto podemos producir en un período determinado. La suerte de nuestros líderes políticos depende en gran medida del ascenso o la caída de una cifra: el producto interno bruto (PIB).

Sin embargo, rara vez nos detenemos a preguntar cómo sucedió este ascenso que lo conquista todo y, lo que es más importante, si es algo bueno. Porque hay un gran problema. Cuando observamos los desafíos más graves a los que se enfrenta nuestro planeta hoy en día, desde el cambio climático y la destrucción del medio ambiente hasta la creación de tecnologías poderosas como la IA, cuyos efectos disruptivos aún no podemos controlar adecuadamente, las huellas del crecimiento están en todas partes. Sí, puede ser una de nuestras ideas más preciadas. Pero también se está convirtiendo en uno de los más peligrosos.

Nueva obsesión

Nuestra obsesión por el crecimiento da la impresión de que debe tener una historia ilustre, que los grandes pensadores alguna vez debatieron su valor y lo elevaron a la posición inigualable que ahora ocupa. Pero no es así. Es una preocupación extremadamente nueva. Durante la mayor parte de los 300.000 años de historia de la humanidad, la vida estuvo estancada. Ya fuera un cazador-recolector de la Edad de Piedra o un trabajador agrícola del siglo XVIII, habrías vivido una vida económica similar, atrapado en una lucha implacable por la subsistencia.

A la mayoría de los economistas clásicos les habría resultado inimaginable perseguir activamente el crecimiento como una prioridad política. Los padres fundadores del campo, Adam Smith, David Ricardo, John Stuart Mill, dieron por sentado la perspectiva de un inminente “estado estacionario” en el que cualquier período de florecimiento material llegaría a un final inevitable. E incluso si la idea se les hubiera ocurrido a esos primeros pensadores, habría sido imposible en la práctica: las mediciones confiables del tamaño de la economía surgieron solo en la década de 1940.

Esas figuras clásicas no fueron las únicas que descuidaron el crecimiento. Casi ningún político, legislador, economista, ni nadie hablaba de la búsqueda del crecimiento antes de la década de 1950. Entonces, ¿por qué la idea de crecimiento, ignorada durante tanto tiempo, experimentó un repentino aumento de popularidad a mediados del siglo XX? Una de las razones más importantes fue la guerra.

Una pregunta básica a la hora de librar una guerra es qué tan grande es una porción del pastel económico que puede redirigirse hacia el conflicto. Sin embargo, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, esa información no estaba disponible. Y así, en Gran Bretaña, el gran economista John Maynard Keynes dio un paso adelante para diseñar la primera medida fiable, junto con los esfuerzos de un economista estadounidense, Simon Kuznets. Pero el PIB no es lo mismo que el crecimiento: el primero es una instantánea de cuánto produce la economía en un período determinado; Esto último implica aumentar esa producción con el tiempo. Entonces, ¿cómo llegó a importar tanto el crecimiento del PIB? Una vez más, la respuesta está en la guerra, aunque de un tipo diferente.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, comenzó la Guerra Fría. No había un gran teatro donde los principales adversarios se enfrentaran de frente. Ninguno de los números de los conflictos tradicionales —territorio ganado, soldados perdidos, armas destruidas— estaba disponible para saber quién estaba ganando. En su ausencia, otras medidas cobraron importancia. La más importante era económica: la rapidez con la que crecían las economías de Estados Unidos y la Unión Soviética.

En su mayor parte, la Guerra Fría se definió por la preparación para un gran conflicto potencial, por la acumulación y demostración conspicuas de poderío militar. Con ese fin, el crecimiento era fundamental: si la economía de un país era más grande, podía gastar más en el ejército. Al mismo tiempo, superar al enemigo llegó a ser visto como la forma definitiva de convencer a los ciudadanos de que su bando tenía la ventaja en la batalla más amplia de ideas: el sistema de mercado frente a la planificación central. Una era de “crecimiento” estaba en marcha.

El dilema del crecimiento

A medida que avanzaba el siglo XX, las exigencias de la guerra se desvanecieron. Sin embargo, la búsqueda del crecimiento persistió obstinadamente. Resultó que el crecimiento también se asociaba con casi todas las medidas del florecimiento humano. El crecimiento liberó a miles de millones de personas de la lucha por la subsistencia, y la pobreza extrema se redujo de 8 de cada 10 personas en 1820 a solo 1 de cada 10 en la actualidad. Hizo que la vida humana promedio fuera más larga y saludable, convirtiendo la obesidad, en lugar de la hambruna, en el principal problema del mundo rico. Y sacó a la humanidad de la ignorancia y la superstición: 9 de cada 10 eran analfabetos en 1820, pero 9 de cada 10 saben leer y escribir en la actualidad.

La lista de beneficios del crecimiento continúa. Pero los políticos y los responsables de la formulación de políticas lo encontraron particularmente útil. Para empezar, ayudó a pagar las grandes ambiciones de la posguerra: el New Deal, la seguridad social, los planes quinquenales. Luego prometió hacer que el día a día de la política fuera mucho más fácil. Todos, al parecer, podrían beneficiarse de ello. Y el crecimiento también hizo que aparentemente fuera posible escapar de los conflictos y desacuerdos que tan a menudo asolan a la sociedad. El proceso se convierte, en palabras de un economista, en “la olla de oro y el arco iris”.

La promesa de crecimiento era, y sigue siendo, innegable. Pero esto llevó a la complacencia. Los líderes políticos, los economistas y muchos otros, cegados por las formas en que el crecimiento parecía mejorar la vida, comenzaron a creer que el crecimiento no solo era bueno, sino que tenía poco o ningún costo. “En Occidente, aunque el crecimiento tiene su precio”, declaró un economista británico en una reunión de eminentes científicos a principios de la década de 1960, “ese precio puede no ser tan terriblemente alto después de todo”. Qué equivocado resultó ser eso.

La búsqueda incesante del crecimiento ha tenido un precio enorme, con consecuencias destructivas que aún no comprendemos completamente. Ese precio a menudo se expresa en términos ambientales: que estamos avanzando hacia una catástrofe ecológica, que los últimos ocho años han sido los más calurosos de la historia de la humanidad y que el cambio climático es ahora una emergencia climática. Pero el crecimiento también está relacionado con muchas de las otras grandes preocupaciones que la gente tiene sobre el futuro.

Las tecnologías promotoras del crecimiento en las que hemos confiado también han creado desigualdad: han hecho que la humanidad sea más próspera, pero también más dividida. Han sido una amenaza para el trabajo y socavan la política: la IA y otras tecnologías están alterando los mercados laborales y la vida política de formas que no está claro que podamos controlar. Y han perturbado a la comunidad: reforzando algunas industrias, pero destruyendo otras y diezmando las fuentes tradicionales de significado compartido.

El crecimiento nos plantea ahora un dilema. Se asocia con muchos de nuestros mayores triunfos, pero también con muchos de nuestros mayores problemas. La promesa de crecimiento nos empuja a perseguir cada vez más, pero su precio nos aleja poderosamente de esa búsqueda. Es como si no pudiéramos continuar, y sin embargo debemos hacerlo.

La locura del decrecimiento

El movimiento del “decrecimiento” propone una respuesta radical: si el crecimiento es el problema, entonces la solución es un crecimiento menor, o incluso un crecimiento nulo o un crecimiento negativo. Esta propuesta, que comenzó entre un puñado de académicos con mentalidad ecológica hace unas décadas, se ha extendido y ahora cuenta con el apoyo de destacados ecologistas y activistas.

Los partidarios del decrecimiento aciertan en una cosa: no podemos continuar en nuestra senda de crecimiento actual. En todo caso, los ecologistas subestiman el daño que ha causado el crecimiento, dados todos los problemas adicionales que presenta. Dicho esto, los decrecimientos también cometen varios errores.

El movimiento se basa en un malentendido de cómo funciona realmente el crecimiento económico. El error se refleja en el eslogan “el crecimiento infinito no es posible en un planeta finito”. Pero esto está mal, es posible. El problema es que esta forma de pensar tiene sus raíces en una visión anticuada de la actividad económica: una que imagina la economía como un mundo material donde lo que realmente importa son las cosas que se pueden ver y tocar, como el equipo agrícola o las máquinas de las fábricas.

Este enfoque material es una distracción. El crecimiento no proviene de utilizar más y más recursos finitos, sino de descubrir formas cada vez más productivas de utilizar esos recursos finitos. En otras palabras, no proviene del mundo tangible de los objetos, sino del mundo intangible de las ideas. Y el universo de esas ideas intangibles es inimaginablemente vasto: tan bueno como infinito. En otras palabras, nuestro planeta finito no es la restricción que importa cuando se piensa en el futuro del crecimiento económico.

Además, el decrecimiento nos muestra lo catastrófico que sería abandonar por completo la búsqueda del crecimiento. Congelar el PIB per cápita a los niveles actuales, como han señalado otros, requeriría abandonar a 800 millones de personas a la pobreza extrema o recortar los ingresos de los otros 7.100 millones, por no hablar de renunciar a todos los demás beneficios de niveles de vida más altos.

Ideas poderosas

El punto de partida debe ser que necesitamos más crecimiento. Sin ella, no tenemos ninguna posibilidad de cumplir nuestras ambiciones más básicas para la sociedad, desde la erradicación de la pobreza hasta la prestación de una buena atención médica para todos, por no hablar de las grandes esperanzas que deberíamos tener para el futuro. Es profundamente poco imaginativo creer que el momento actual es una especie de pico económico, y que la humanidad debería hacer una pausa en el crecimiento, no solo durante los próximos 10 años, o incluso 10.000 años, sino para siempre. Entonces, ¿cómo podemos obtener más crecimiento?

La seguridad confiada de los políticos cuando hablan de lo que se requiere desmiente lo poco que sabemos. Sin embargo, podemos extraer una lección fundamental: el crecimiento proviene del progreso tecnológico, impulsado por el descubrimiento de nuevas ideas sobre el mundo. Preguntando, ¿Cómo generamos más crecimiento? es lo mismo que preguntarse, ¿Cómo generamos más ideas? En mi opinión, hay cuatro cosas por hacer.

Para empezar, debemos reformar nuestro régimen de propiedad intelectual, que con demasiada frecuencia protege el statu quo, mimando a quienes descubrieron ideas en el pasado a expensas de quienes quieren usarlas y reutilizarlas en el futuro. Es anticuado: el Convenio de Berna, por ejemplo, el principal acuerdo internacional que coordina la ley de derechos de autor, no ha cambiado en más de medio siglo. Y amenaza con desperdiciar las oportunidades de las nuevas tecnologías, como la IA generativa. Proporciona demasiada protección para el material con el que se entrenan estos sistemas, y sin el cual no pueden funcionar, y demasiado poca para el extraordinario material que crean.

Luego debemos invertir mucho más en investigación y desarrollo, cuyas tendencias y niveles son desalentadores. En Francia, los Países Bajos y el Reino Unido, por ejemplo, el gasto en investigación y desarrollo como porcentaje del PIB se ha desplomado desde mediados del siglo XX; en Estados Unidos, la medida se ha estancado en niveles de finales de la década de 1960 durante décadas. Incluso los esfuerzos del líder mundial, Israel, que invierte el 5,4 por ciento del PIB en investigación y desarrollo cada año, parecen modestos en comparación con las inversiones realizadas por empresas líderes: Alphabet, Huawei y Meta gastan más del 15 por ciento de sus ingresos en investigación y desarrollo. Un país no es una empresa, pero el contraste revela algo sobre sus prioridades. Ningún país puede esperar un flujo constante de nuevas ideas a menos que dedique serios recursos a su descubrimiento.

Pero hay que ir más allá. Es fundamental reducir la desigualdad y ayudar a las personas a formar parte de la economía que genere ideas. Estados Unidos podría, por ejemplo, cuadruplicar la innovación si las minorías raciales, las mujeres y los niños de familias de bajos ingresos inventaran al mismo ritmo que los hombres blancos de familias de altos ingresos. Hay muchos argumentos morales convincentes en contra de la desigualdad. Pero desde un punto de vista económico, también es extraordinariamente ineficiente: un mundo en el que algunas personas no son capaces de descubrir y compartir las ideas que de otro modo podrían podría estar disminuido tanto económica como culturalmente.

Y por último y de forma más radical, debemos utilizar las propias tecnologías para ayudarnos a descubrir ideas. AlphaFold de DeepMind es un buen ejemplo. En 2020 resolvió el problema del “plegamiento de proteínas” y ahora puede calcular la forma 3D de millones de proteínas en minutos. (Un investigador humano pasaría todo su doctorado para hacer una sola proteína). Esto transformará nuestra comprensión de las enfermedades y nuestra capacidad para tratarlas en los próximos años. Necesitamos mucho más de este descubrimiento de ideas basado en la tecnología.

Oportunidad existencial

Estas intervenciones son nuestra mejor apuesta para descubrir más ideas y generar más crecimiento. Pero por sí solos no resolverán el dilema del crecimiento. De hecho, el simple hecho de seguir arando en busca de más prosperidad material a cualquier precio empeorará la situación. Debemos utilizar todas las herramientas a nuestra disposición para cambiar la naturaleza del crecimiento y hacerlo menos destructivo de las muchas otras cosas que podríamos valorar, desde una sociedad más justa hasta un planeta más saludable.

¿Cómo se podría hacer esto? Pensemos en lo que ha ocurrido con el crecimiento y el clima. En 2008, el economista británico Nicholas Stern, autor del Stern Review, concluyó que costaría el 2 por ciento del PIB reducir las emisiones de carbono en un 80 por ciento. En resumen, había una seria disyuntiva entre el crecimiento y el clima: el precio de la protección de este último era muy alto. Pero en 2020, el Comité de Cambio Climático del Reino Unido descubrió que el costo de eliminar las emisiones había caído a solo el 0,5 por ciento del PIB. La disyuntiva se había derrumbado. ¿Por qué? Porque la acumulación de dos décadas de grandes intervenciones —impuestos y subsidios, reglas y regulaciones, normas sociales— creó un fuerte incentivo para que las personas desarrollaran tecnologías limpias en lugar de sucias. Marcó el comienzo de una revolución tecnológica, con una caída de 200 veces en el precio de la tecnología solar como el ejemplo más llamativo.

La consecuencia práctica es que el crecimiento es más verde que nunca. Más países pueden crecer y, al mismo tiempo, reducir las emisiones. Esto habría sido difícil de imaginar hace solo 15 años. Y hay una idea general: al remodelar radicalmente los incentivos económicos a los que se enfrentan las personas, no solo podemos fomentar el desarrollo de nuevas tecnologías para impulsar el crecimiento, sino también dar forma a los tipos de tecnologías que desarrollamos.

Esta es, entonces, la gran tarea del presente: redirigir el progreso tecnológico hacia los otros fines que nos importan: hacer crecer la economía, pero también hacer que el mundo sea más justo, más verde, menos dependiente de tecnologías disruptivas y más respetuoso con el lugar. Debemos hacer todo lo posible para garantizar que los incentivos a los que se enfrentan las personas no reflejen simplemente sus estrechas preocupaciones como consumidores en un mercado, sino sus preocupaciones más profundas como ciudadanos en una sociedad.

Vivimos en una época en la que casi todos los días traen historias de nuevos riesgos existenciales y recordatorios desalentadores de nuestra supuesta incapacidad para lidiar con ellos. Pero yo lo veo de otra manera: tenemos una oportunidad existencial.

Tenemos una oportunidad para la renovación moral, una forma de prestar más atención a otros fines valiosos que hemos descuidado hasta ahora, y una forma de lograr esa ambición reorientando el progreso tecnológico y cambiando la naturaleza del crecimiento. Tenemos el poder de mejorar la vida de maneras que ahora no podemos imaginar. Nada, en mi opinión, podría ser más importante.

DANIEL SUSSKIND,  profesor de investigación en el King’s College de Londres y miembro asociado del departamento de economía de la Universidad de Oxford, donde es investigador asociado sénior en el Instituto de Ética en IA

Este artículo se basa en el libro más reciente del autor, Growth: A History and a Reckoning, publicado a principios de este año.

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Recortes que dicen mucho

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El ministro de Economía, Luis Caputo, fue al G20 de Río de Janeiro con la misión de cosechar respaldos al plan económico y dólares para garantizar estabilidad en el devenir. La foto que consiguió no trajo tranquilidad, sino sospechas. Se habló de una cumbre de “respaldo” con la directora del Fondo Monetario Internacional. Kristalina Georgieva emitió un mensaje que obliga a ser leído detenidamente: “Reunión constructiva con el ministro Caputo en Río. Discutimos el sólido desempeño en la lucha contra la inflación, la consolidación fiscal y el apoyo a las personas vulnerables. Estamos comprometidos a apoyar los esfuerzos del gobierno para revertir la economía en beneficio de las personas”. La última línea en particular: “Comprometidos a apoyar los esfuerzos del gobierno para revertir la economía en beneficio de las personas”. Justo lo que no está sucediendo con la combinación de tarifazos e inflación de los últimos meses.

La posición del FMI parece ser clara. No repetir un respaldo acrítico como sucedió con Christine Lagarde y Mauricio Macri, relación que terminó con un préstamo récord y el fracaso del gobierno de la alianza Cambiemos en medio del aumento de la pobreza y el desempleo. 

La foto que se posteó en la cuenta de la propia Kristalina abonó esa teoría. La muestra sonriente junto a Caputo, pero hay algo que inmediatamente llama la atención: un torpe recorte de su mano derecha. No está. Desapareció. Hay sombra detrás, pero la mano no está. Parece ser una mala edición de photoshop. Una que no pasaría el ojo crítico de cualquier editor de fotografía. 

No es apenas un desliz. En su cuenta, Kristalina tiene otras fotos, el mismo día, con la misma ropa y funcionarios de otros países con quienes sí hay abrazos y muestras de cercanía. ¿Sólo un descuido? En estos niveles, los detalles hacen la diferencia. Con Caputo, Kristalina pareció mostrar un compromiso de rigor para no desairar del todo a la Argentina.  Pero sobrevuelan las dudas sobre si efectivamente hubo una cumbre o apenas un saludo de pasillo. La sobreactuación de Caputo en la respuesta tuitera genera más suspicacias: “Gracias Kristalina por el apoyo del FMI. ¡La mejor directora general del FMI de todos los tiempos!”. El ahora ministro de Economía había sido eyectado del Banco Central durante el gobierno de Macri después de los reproches a sus decisiones que le había hecho Lagarde. De la que los argentinos tenían que enamorarse. 

El mensaje críptico de Kristalina coincide con un reclamo cada vez más sonoro de distintas entidades, incluso de aquellas que jugaron abiertamente por el triunfo libertario -o la derrota peronista-.  Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), una de las entidades del campo de la Mesa de Enlace, le metió presión al presidente Javier Milei, en medio de la muestra de la Sociedad Rural. La entidad reclamó que las retenciones “se eliminen antes del fin del mandato del actual gobierno” y pidió un plan para el fin del tributo.

“Que tome medidas con carácter perentorio y concrete la eliminación de las retenciones en el marco de un plan progresivo y cumplible”, dijo.

La Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap) coincidió: “Luego de siete meses de gobierno, el Ejecutivo nacional debería tener una clara percepción que el campo necesita de una agenda y un plan preciso de acción. Es necesario tener un cronograma de reducción de retenciones hasta su eliminación, para poder afrontar las sucesivas campañas con la debida planificación”.

“Apoyamos las medidas implementadas para la eliminación del déficit fiscal, la lucha contra la inflación, la pronta unificación cambiaria y eliminación del impuesto País. Expresamos esta necesidad con la clara intención de acompañar y ayudar a un gobierno al que todos los argentinos necesitamos que le vaya bien”, agregó. Pero después remató: “La paciencia no es infinita y los productores no podemos ser testigos de promesas incumplidas”. Planes, agenda precisa… cosas que no abundan. 

En la misma línea, la Federación Argentina de la Industria de la Madera alertó por la “severidad” de la recesión y costos que subieron hasta 500%, con caída de ventas entre el 20 y el 60 por ciento, combinada con la apertura de importaciones. En sintonía, la Asociación de Productores, Industriales y Comerciantes Forestales de Misiones y Norte de Corrientes advirtió que los madereros atraviesan una “crisis histórica” por suba de costos y una paridad cambiaria “ficticia”, que provoca caída de ventas; incremento de los costos de materias primas, insumos y energías; pérdida de rentabilidad; suspensiones y cancelación de horas extras. 

En materia de empleo, si la situación no es más grave para el trabajador del sector es por el compromiso de las empresas en mantener plantillas a la espera de una mejora en la que muy pocos confían. Se informan reducciones de jornadas laborales de hasta un 30%, cancelación de horas extras y cierre de turnos. De hecho, hay plantas industriales que suspendieron actividades con las consecuentes pérdidas patrimoniales.

De todos modos, en Misiones el escenario tiene señales positivas. En el primer semestre las exportaciones de Misiones crecieron 25 por ciento con USD 228,5 millones. Las exportaciones forestales pegaron un salto de 43,1 por ciento y registraron ventas por 49,4 millones de dólares. El maderero forestal fue el complejo exportador con mayor volumen de ingreso de dólares, aunque la rentabilidad sea “ficticia”. 

El complejo yerbatero también incrementó sus envíos al exterior con ventas por USD 36,6 millones (16,0% del total y un crecimiento del 6,2%). Pero como el maderero, que atraviesa una crisis de bajas ventas y aumento de costos internos, el sector yerbatero también padece una crisis profunda, que parte desde la pérdida de valor de la materia prima hasta una inédita caída en la demanda interna: el primer semestre fue el peor de la década. 

En el primer semestre del mercado “desregulado” por el DNU del presidente Javier Milei, se revela una enorme transferencia de la rentabilidad yerbatera hacia los eslabones más altos de la cadena: la hoja verde, que en enero se pagaba 380 pesos por kilo, cotiza hoy a 180 pesos promedio, con plazos de pago de entre 30 y 90 días. Una pérdida de rentabilidad del 50 por ciento, que contrasta con una inflación del 80 por ciento. En el eslabón siguiente, la industria es una de las principales beneficiadas, pero no la que se queda con la mayor rentabilidad: el precio en góndola aumentó en promedio un 35 por ciento. Pero la industria recibe poco más de dos mil pesos por kilo, IVA incluido, cuando en los supermercados un paquete de primera marca cotiza 4.500 pesos. Sin transpirar, los supermercados se quedan con la porción mayor. Por eso no sorprende el dato que se desprende del último informe del Instituto Nacional sin funciones de la Yerba Mate: la demanda interna es la menor de los últimos diez años, después de haber cerrado un 2023 que fue récord. 

Ahora, entre enero y junio se registraron 119.515.556 kilos de yerba mate a salida de molinos, lo que representa el volumen más bajo de la década. Es 13,86 por ciento menos que en el mismo período del año pasado. En los últimos cinco años las ventas del primer semestre en el mercado interno siempre superaron los 130 millones de kilos, mientras que este año se vendieron diez millones de kilos menos. Algunos especialistas explican que no cayó el consumo, sino que los supermercados todavía tienen stock para abastecer la demanda. Pero las industrias esperaban para la mitad del año un repunte de ventas que no llegó. 

Mientras tanto, crece la impaciencia entre los productores, incluso con pases de factura a quienes votaron por el Gobierno nacional a sabiendas de la avanzada desreguladora que no se detiene y que desarma cualquier intento de reacción.

Desde la política, las oposiciones hacen la vista gorda al creciente malestar yerbatero, ya que respaldan las políticas de Milei. 

En contraste, por convicciones propias -de intervenir en la economía cuando sea necesario- y experiencia acumulada en los 90 -en ese entonces la Provincia estaba alineada con las ideas económicas del menemismo- el Gobierno provincial es el único que mantiene vivo el reclamo de recuperar las facultades de fijación de precio y control del mercado que ejercía el INYM. Ese fue el eje de la primera reunión entre el ministro del Agro, Facundo Sartori y el flamante secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca de Nación, Sergio Iraeta, quien reemplazó al expulsado Fernando Vilella. Pero así como su antecesor, Iraeta depende de una agenda económica que muestra escaso interés por la producción. 

Sin embargo, Misiones es escuchada. Es una de las pocas provincias que no está en constante confrontación, sencillamente porque los objetivos que persigue el Gobierno nacional ya fueron alcanzados en el territorio propio: equilibrio fiscal, desendeudamiento y autonomía económica. Con formas distintas, Misiones trazó ese camino desde hace tiempo y por eso mismo es la que muestra resiliencia en momentos en que la economía no encuentra piso y acentúa su derrumbe. 

La actividad manufacturera de las pymes disminuyó 20,4% anual en junio y acumula una retracción de 19,2% en el primer semestre del año frente al mismo período de 2023. Pero en Misiones la caída no es tan acentuada y se sostiene el empleo. De hecho, es una de las pocas provincias donde el empleo privado muestra señales de recuperación. Dos meses consecutivos de crecimiento del empleo en la construcción -250 puestos entre abril y mayo-, mientras que en el país se perdieron más de cien mil en el último año. 

Sutiles diferencias que hacen la diferencia. Mientras las oposiciones están desorientadas en búsqueda de atención y favores libertarios -que incluyen no ser investigados, como el caso del radicalismo enquistado en la Universidad del Alto Uruguay-, la Renovación muestra un despliegue constante.

Los jóvenes coparon el Club Ucraniano Apóstoles, en un sorprendente mitin masivo, un anticipo de protagonismo que se repetirá en otros puntos de la provincia. Pero el dato fuerte llegó desde Oberá: las elecciones de la Cooperativa Eléctrica marcaron un respaldo inédito: la lista liderada por el intendente Pablo Hassan sacó el doble de votos que las oposiciones, entreveradas entre el radicalismo -Orlando “Tony” Schuster fue el referente- y el PRO -la diputada libertaria Florencia Klipauka movió todas sus fichas-. La lista Rosada, del oficialismo, se quedó con 190 de los 242 delegados en disputa.

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Un mundo con un crecimiento bajo es un mundo desigual e inestable

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Los períodos largos de crecimiento económico lento pueden provocar un repunte en la desigualdad. No obstante, un conjunto equilibrado de políticas puede prevenir ese desenlace.

La economía mundial se ha atascado en un ritmo bajo de crecimiento, lo que podría suponer un serio revés en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

Los ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales del Grupo de los Veinte, que se reúnen esta semana en Río de Janeiro, se enfrentan a un panorama que invita a la reflexión. Tal y como muestra la última actualización del informe Perspectivas de la economía mundial que publica el FMI, se espera que el crecimiento mundial se sitúe en 3,2% este año y 3,3% en 2025, muy por debajo del promedio de 3,8% registrado desde el comienzo de siglo hasta la pandemia. Por otro lado, nuestras proyecciones de crecimiento a mediano plazo siguen languideciendo en los niveles más bajos registrados en décadas.

Ciertamente, la economía mundial dio muestras alentadoras de resiliencia ante toda una serie de shocks, y el mundo no entró en recesión, como predecían algunos, cuando los bancos centrales de todo el mundo subieron las tasas de interés para contener la inflación.

Sin embargo, a medida que nos alejamos de los años de crisis de la pandemia, necesitamos evitar que el mundo caiga en un período prolongado de crecimiento anémico que perpetúe la pobreza y la desigualdad.

La pandemia ya ha supuesto un revés en esta lucha: la pobreza extrema creció tras décadas de descenso continuado, mientras que el hambre en el mundo aumentó y la reducción de la desigualdad a largo plazo entre países se estancó.

Un nuevo estudio del FMI sugiere que los períodos de estancamiento que duran cuatro años o más tienden a provocar, dentro de los países, un aumento de la desigualdad de ingresos que roza el 20%, lo que supera considerablemente el aumento debido a una recesión manifiesta.

Durante los períodos de estancamiento, los niveles pobres de creación de empleo y crecimiento de los salarios provocan el aumento del desempleo estructural y reducen la porción del ingreso de un país que acaba en manos de los trabajadores. Estas fuerzas, combinadas con un espacio fiscal limitado, tienden a agrandar la brecha entre la cúspide y la base de la pirámide del ingreso.

Dicho de otro modo: cuanto más tiempo estemos atascados en un crecimiento bajo, más desigual será el mundo. Eso ya sería de por sí un serio revés para el progreso que hemos logrado en las últimas décadas. Además, como hemos visto, la desigualdad creciente puede promover el descontento ante los avances de la integración económica y tecnológica.

En este contexto, es altamente oportuno que Brasil haya hecho de la lucha contra la desigualdad, la pobreza y el hambre una prioridad de su presidencia del G20. Con las políticas adecuadas, aún estamos a tiempo de escapar de la trampa del bajo crecimiento y la desigualdad creciente, al tiempo que se hacen esfuerzos para reducir la pobreza y el hambre. En este sentido, permítanme destacar tres ámbitos prioritarios de política económica.

Aumentar el ritmo del crecimiento inclusivo

En primer lugar, necesitamos abordar el problema subyacente del crecimiento lento. Gran parte de la caída en el ritmo de crecimiento que se ha producido en las últimas décadas ha sido consecuencia de un bache en la productividad. Una de las razones principales que explica este bache es que el trabajo y el capital no están fluyendo hacia las empresas más dinámicas.

No obstante, una combinación inteligente de reformas podría ser la llama que prenda la mecha del crecimiento a mediano plazo. Las medidas para promover la competencia y mejorar el acceso al financiamiento podrían hacer que los recursos fluyan de manera más eficiente y se incremente la productividad. Al mismo tiempo, la incorporación de más personas a la fuerza de trabajo, como por ejemplo las mujeres, podría contrarrestar el efecto negativo del envejecimiento demográfico sobre el crecimiento.

Además, no debemos olvidar el papel que ha desempeñado el libre comercio como motor del crecimiento y la creación de empleo. En los últimos cuarenta años, la renta real per cápita se ha duplicado a nivel mundial, al tiempo que más de mil millones de personas salían de la pobreza extrema. Durante ese mismo período, el comercio expresado como porción del producto interno bruto se ha incrementado un 50% . Sin embargo, también es cierto que los beneficios del comercio no han llegado a todos por igual, motivo por el que debemos hacer más por garantizar que las ganancias se repartan de una manera justa. En cualquier caso, cerrar nuestras economías sería un error.

Centrar las políticas fiscales en las personas

En segundo lugar, debemos hacer más para asegurarnos de que las políticas fiscales apoyen a los miembros más vulnerables de la sociedad.

El desafío es que muchas economías se enfrentan a intensas presiones fiscales. En los países en desarrollo, los costos de servicio de la deuda se llevan hoy por hoy una fracción mayor de los ingresos tributarios, en un momento en el que esos países se enfrentan a una lista creciente de demandas de gasto, desde inversiones en infraestructuras hasta el costo de la adaptación al cambio climático. Un esfuerzo fiscal gradual y centrado en las personas que incluya un aumento de los ingresos, una mejora de la gobernanza y la protección de los programas sociales puede aliviar los riesgos fiscales al tiempo que se limita cualquier impacto negativo sobre el crecimiento y la desigualdad.

En los países en desarrollo, existe amplio margen para incrementar los ingresos mediante reformas tributarias, llevándolos hasta niveles del 9% del PIB según nuestros estudios. Ahora bien, es fundamental adoptar un enfoque progresivo, lo que significa que hay que asegurarse de que quienes pueden permitirse pagar más impuestos contribuyan de manera justa y proporcional. Gravar las rentas del capital y las propiedades inmobiliarias, por ejemplo, es en definitiva una forma relativamente progresiva de incrementar los ingresos tributarios.  

Independientemente de cuál sea la estrategia, la gente necesita confiar en que los impuestos que paga se utilizarán para ofrecer servicios públicos, no para que los poderosos se enriquezcan. Las mejoras en materia de gobernanza, tales como aumentar la transparencia y disminuir la corrupción, también deben ser parte integral de la ecuación.

Al mismo tiempo, los programas de gasto social pueden marcar una gran diferencia en lo que respecta a la desigualdad, incluidas iniciativas como las ayudas para comedores escolares, las prestaciones por desempleo y las pensiones. Todo esto debe protegerse. Los programas de transferencia de fondos bien direccionados, como el programa Bolsa Familia de Brasil, pueden brindar apoyo a los colectivos vulnerables.

Nuestros estudios muestran que la aplicación de políticas redistributivas potentes en las economías en crecimiento del G20, como los programas de gasto social y la inversión pública en educación, pueden reducir la desigualdad entre 1,5 y 5 veces más que las políticas menos decididas.

Reforzar el apoyo a nivel mundial

Por último, necesitamos una red mundial de seguridad financiera fuerte para los países que precisen apoyo. Con este objetivo en mente, el FMI está trabajando en un paquete de reformas que se aplicarán a nuestros mecanismos de préstamo.

Para seguir respondiendo a las necesidades de nuestros miembros más vulnerables, estamos revisando nuestro instrumento de préstamo concesionario para países de ingreso bajo, el Fondo Fiduciario para el Crecimiento y la Lucha contra la Pobreza (FFCLP). Ante la expectativa de que la demanda supere los niveles previos a la pandemia, es fundamental que nuestros miembros aúnen esfuerzos para garantizar que se dota al FFCLP de los recursos adecuados y que sus finanzas a largo plazo se asientan sobre una base sostenible.

Además, por primera vez en casi una década, también estamos revisando a fondo nuestra política de sobretasas. El objetivo de esta revisión es garantizar que podemos seguir proporcionando financiamiento a tasas de interés asequibles a los miembros que necesiten nuestro apoyo.

El año pasado recibimos un claro voto de confianza de nuestros miembros, que acordaron incrementar los recursos procedentes de las cuotas permanentes, lo que nos ha permitido mantener nuestra capacidad de concesión de préstamos. Cuento con que los miembros del G20 ratificarán ahora este incremento de cuotas.

Una de las lecciones que nos ha enseñado la historia reciente es que no debemos ignorar a aquellos a quienes el progreso económico y tecnológico deja atrás, ya sean individuos dentro de los países o naciones enteras que luchan por acortar esa distancia. Más bien, con las políticas adecuadas y a través de la colaboración, tenemos la posibilidad de construir un mundo próspero e igualitario para todos.

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