El gradualismo exaspera a analistas, pero aporta gobernabilidad

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Pese a que a la industria y a las economías regionales les cuesta salir de la recesión, los indicadores agregados de la economía han comenzado a transitar terreno positivo, fenómeno que se retroalimenta por la notable mejora experimentada en abril por los indicadores de confianza en el gobierno y del consumidor de la Universidad Di Tella. El número de factores explicativos de esta tendencia no es amplio ni desconocido: a la agroindustria, que despertó primero, se le sumó la obra pública en los últimos meses, con una instancia más reciente, aportada por salarios que han pasado a ganarle a la inflación en la medición interanual, por unos cinco puntos porcentuales desde febrero de este año, a juzgar por la marcha de la recaudación de Seguridad Social. Además de las razones económicas, hay que incluir también la forma en la que el gobierno ha procurado resolver los conflictos que arreciaron en la primer parte del año. Así, el segundo trimestre arrancó con el buen augurio de una mejora en términos reales de 2 % en la recaudación de impuestos asociados a la evolución del mercado interno.

En octubre de 2011, cuando la ex presidenta logró su reelección con el 54 % de los votos, el Indice de Confianza en el Gobierno relevado por la Universidad Di Tella le otorgaba una nota de 2,62 puntos sobre 5 posibles. El actual presidente obtuvo mejores calificaciones al principio, pero cayó a 2,38 puntos en el primer trimestre de este año, para escalar a 2,61 en abril. Aunque el nivel de actividad esté algo mejor que en el primer trimestre, es evidente que el índice vinculado a la “gobernabilidad” ha escalado por factores extraeconómicos, aunque de sostenerse tendrá efecto retroalimentador, particularmente sobre la inversión.

Más allá de su impacto electoral, el resurgir de la imagen del gobierno ha resultado muy oportuna para los hacedores de política, que tuvieron que atravesar meses críticos no sólo por lo ocurrido en las calles de Buenos Aires, sino también por el “fuego amigo” de analistas que, en las últimas semanas, habían intensificado sus cuestionamientos por las inconsistencias de la política económica, por la falta de coordinación entre los ministros o, directamente, por la ausencia de un verdadero plan.

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Es cierto que el actual ciclo de reactivación es el más lento de los últimos treinta años, cuando se compara con el arranque de los distintos planes de estabilización (austral, convertibilidad, pos crisis de 2001/02). Y también es posible demostrar que existen “pecados de origen” de la actual política, al haberse minimizado la magnitud del problema fiscal heredado, o haberse subestimado el impacto inflacionario de la devaluación y del ajuste de tarifas.

¿Se trata de un “kirchnerismo de buenos modales”? Que las reformas aparezcan en cuenta gotas puede deberse a la falta de convicción del gobierno, o simplemente a un problema de “timing”, dado lo complejo de las negociaciones con las provincias, el Congreso y los sindicatos; o por el momento del ciclo económico. Hay muchas medidas que resultan más digeribles cuando la economía está creciendo que cuando está en recesión. 

Pero, además de cuestiones de “momento”, hay también un problema de enfoque, cuando se contrasta la aplicación de reglas generales con las políticas “caso por caso”.

El año pasado, el gobierno arrancó con una serie de medidas que se podían catalogar dentro del casillero de “reglas automáticas”, caso de la eliminación de impuestos y trabas para la agroindustria y el funcionamiento del mercado cambiario. Sin embargo, después hubo un deslizamiento hacia el “caso por caso”, con la restitución de licencias para una gama bastante amplia de importaciones, las garantías de precio para las ofertas de inversión en energías renovables, acuerdos de productividad sectoriales, como el que involucra a los recursos de Vaca Muerta, entre otros.

En el medio, hubo un relajamiento en las pautas presupuestarias, sin cambio de las metas de inflación, por lo que la macroeconomía pareció inclinarse hacia un mix de política fiscal laxa y monetaria dura, un esquema que llevó a Brasil a un mal equilibrio, años atrás.

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Se puede intuir que la respuesta de los funcionarios ante estos cuestionamientos es simplemente que Macri no es Dilma, ni tampoco Lula. Además, la tasa real de interés no ha subido tanto como para abortar el crédito.

De hecho, desde el piso de noviembre pasado (triunfo de Trump), la bolsa argentina es la que más ha trepado en la región, casi un 25 % en dólares, 10 puntos más que la chilena y 20 más que la mexicana. Es sabido que los ciclos de las acciones suelen anticipar las inversiones en el plano real de la economía.

De un modo u otro, lo cierto es que la experiencia de año y medio de nuevo gobierno en la Argentina se aparta de los manuales de economía. Pero, justamente por eso, se trata de un camino inédito sobre el que no existen elementos que permitan predecir resultados.

Mientras ese destino se define, habrá que anotar en el haber el indicador de confianza en el gobierno, sin por ello ignorar los riesgos del camino elegido. El “paso a paso” puede entrar en un pantano que no figura en los mapas, puede hacer que la Argentina se encuentre poco pertrechada en caso de un cambio abrupto de las condiciones externas, o que los incentivos a invertir resulten insuficientes para mover el amperímetro del empleo. Sin “bola de cristal”, se trata de riesgos dentro de un escenario que quizá es más previsible que el de México o Brasil. 

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