
La solución a la estanflación por el lado de la oferta
David Malpass*, presidente del Grupo Banco Mundial
Escribe David Malpass* – Van poco más de dos años de una de las peores recesiones a nivel global, desde la segunda guerra mundial. Como resultado del COVID-19, la economía mundial está en peligro, enfrenta inflación y bajo crecimiento al mismo tiempo. Incluso si se evita una recesión global, la estanflación puede durar varios años, con consecuencias desestabilizadoras para las economías de ingresos bajos y medios, a menos que se consiga un importante aumento de la oferta.
En un contexto de guerra en Ucrania, una inflación en alza y suba de las tasas de interés, para 2022 está prevista una desaceleración del crecimiento económico mundial. Las últimas proyección del Banco Mundial, muestran una importante corrección a la baja: se espera una marcada desaceleración del crecimiento mundial al 2,9% desde el 5,7% registrado en 2021; es decir, casi un tercio de reducción respecto de lo pronosticado en enero de 2022 que preveía un 4,1% para este año. La mayor parte de la corrección se debe al aumento de los precios de la energía y de los alimentos, junto con las alteraciones al suministro y al comercio internacional provocadas por la guerra y la necesaria normalización de tipos de interés que está en marcha.
La COVID-19 provocó un retroceso en materia de crecimiento y reducción de la pobreza en las economías en desarrollo, muchas de las cuales enfrentan desafíos más graves como consecuencia de la guerra. Para 2022 se prevé que conseguirán apenas un 3,4% de crecimiento, escasamente la mitad de la cifra en 2021 y muy por debajo del promedio entre 2011 y 2019. De manera similar, el pronóstico de crecimiento para los países de ingresos medios en 2022 se ha rebajado drásticamente, perdiendo 1,3 puntos porcentuales relativos, a la previsión de enero.

El ingreso real per cápita en 2023 se mantendrá por debajo de los niveles anteriores a la COVID-19 en alrededor del 40% de las economías en desarrollo. Para muchos países, la recesión será difícil de evitar. Con el suministro de gas natural restringido, especialmente para su uso en fertilizantes y redes eléctricas en los países más pobres, los anuncios de grandes aumentos de producción en todo el mundo serán esenciales para restaurar el crecimiento no inflacionario.
El peligro de que la inflación por encima y el crecimiento por debajo del promedio persistan durante varios años, es un fenómeno que no se observa desde la década de 1970. Entre 2021 y 2024, se prevé que el crecimiento global se desacelere en 2,7 puntos porcentuales, más del doble de la desaceleración entre 1976 y 1979. Es probable que el crecimiento moderado persista a lo largo de la década debido a la débil inversión en la mayor parte del mundo. Con la inflación alcanzando ahora máximos de varias décadas en muchos países, y se espera que la oferta se expanda lentamente, existe el riesgo de que la tasa de crecimiento de los precios se mantenga más alta durante más tiempo del previsto actualmente.


Además, la deuda externa de las economías en desarrollo se encuentra hoy en niveles récord. La mayor parte se debe a acreedores privados y gran parte implica tasas de interés variables que podrían aumentar repentinamente. A medida que las condiciones financieras mundiales se endurecen y las monedas se desprecian, el sobreendeudamiento, antes limitado a las economías de bajos ingresos, se está extendiendo a los países de medianos ingresos.
La eliminación de la acomodación monetaria en Estados Unidos y otras economías avanzadas, junto con el consiguiente aumento de los costos de endeudamiento a nivel mundial, representa otro obstáculo importante para el mundo en desarrollo. Además, durante los próximos dos años, la mayor parte de apoyo fiscal brindado en 2020 para combatir la pandemia se habrá retirado, aunque los niveles de deuda seguirán siendo elevados. A medida que se eliminen las políticas acomodaticias, será importante reducir la desigualdad y buscar mayores ingresos para todos mediante el uso de herramientas fiscales y monetarias que fortalezcan las cadenas de suministro, las pequeñas empresas y el proceso de asignación de capital.
Pero las condiciones actuales también difieren de las de la década de 1970 en varios aspectos importantes. El dólar extremadamente débil en la década de 1970, es fuerte. Los precios del petróleo se cuadruplicaron en 1973-74 y se duplicaron en 1979-80. Hoy en términos ajustados a la inflación, los precios del petróleo son solo dos tercios de su nivel en 1980. Y los balances de las principales instituciones financieras son generalmente sólidos, mientras que en la década de 1970 eran un riesgo.

Las economías de todo el mundo también son más flexibles de lo que eran en la década de 1970, con menos rigideces estructurales relacionadas con los salarios y los mercados laborales, y los formuladores de políticas están hoy en una mejor posición para evitar los vientos en contra la estanflación. Los marcos de política monetaria son más creíbles; los bancos centrales de las economías avanzadas y muchas en desarrollo operan bajo mandatos claros de estabilidad de precios. Esto, junto con el hecho de que la tecnología y el capital existentes tienen la capacidad de brindar aumentos masivos en la oferta, ha ayudado a anclar las expectativas de inflación a largo plazo.
Reducir el riesgo de estanflación requerirá medidas específicas por parte de los formuladores de políticas en todo el mundo. En una era extraordinaria de crisis globales superpuestas, los formuladores de políticas de todo el mundo deberán centrar sus esfuerzos en cinco áreas claves.
Primero, deben limitar el daño a las personas afectadas por la guerra en Ucrania. Esto requerirá coordinar la ayuda alimentaria, médica y financiera de emergencia a las áreas devastadas por la guerra y compartir la carga de la vivienda, el apoyo y posiblemente la reubicación de refugiados y desplazados internos.
En segundo lugar, los formuladores de políticas deben contrarrestar el alza en los precios del petróleo y los alimentos. El esencial impulsar el suministro de alimentos y productos energéticos claves. Los mercados miran hacia el futuro ayudarían a reducir los precios y las expectativas de inflación. Todos los países deben reforzar las redes de seguridad social y evitar las restricciones a la exportación e importación que magnifican los aumentos de precios.
En tercer lugar, una necesidad urgente de intensificar los esfuerzos de alivio de la deuda. Las vulnerabilidades de la deuda eran agudas para los países de bajos ingresos incluso antes de la pandemia. A medida que el sobreendeudamiento se extienda a los países de medianos ingresos, los riesgos para las economías mundiales aumentarán en ausencia de un alivio rápido, integral y considerable.
Cuarto, los funcionarios deben fortalecer la preparación y los esfuerzos de salud para contener COVID-19. Ampliar los esfuerzos de inmunización en los países de bajos ingresos, incluidas las vacunas contra la COVID-19, debe ser una alta prioridad mundial.
En quinto lugar, debe acelerarse la transición hacia las fuentes de energía con bajas emisiones de carbono. Reducir la dependencia de los combustibles fósiles requerirá una mayor inversión en redes eléctricas, fuentes de energía más limpias y una mayor eficiencia energética. Los formuladores de políticas nacionales deben crear marcos regulatorios climáticamente inteligentes, ajustar las estructuras de incentivos y fortalecer las regulaciones de uso de la tierra.
Restaurar la prosperidad a largo plazo depende de la reanudación de un crecimiento más rápido y de un entorno político más estable y basado en reglas. Hay buenas razones para esperar que, una vez que termine la guerra en Ucrania, se redoblen los esfuerzos para reconstruir la economía ucraniana y reactivar el crecimiento mundial, incluso por parte del grupo del Banco Mundial. Mientras tanto, los formuladores de políticas deben mitigar las demás amenazas para el desarrollo en todo el mundo: el aumento vertiginoso de los precios de los alimentos y la energía, la persistente presión de la estanflación, los sobreendeudamientos cada vez más peligrosos, la creciente desigualdad e inestabilidad y los innumerables riesgos derivados del cambio climático.
David Malpass*, presidente del Grupo Banco Mundial, para PS.