La pesada herencia
Poco después de las 9 de la mañana del lunes, el teléfono de Oscar Herrera Ahuad recibió la llamada. Era Alberto Fernández, felicitando al mandatario misionero por el aporte de votos de Misiones al Frente de Todos y ratificar que después del 10 de diciembre, se iniciará un Gobierno con decisiones tomadas en estrecho vínculo con los gobernadores.
El detalle de Alberto es un contraste con el final del gobierno de Mauricio Macri, que lo encuentra en una dura disputa con más de la mitad de los gobernadores por un manotazo a los recursos federales para financiar su campaña electoral desde las PASO. El gobernador Hugo Passalacqua firmó el viernes una nueva intimación para que el saliente cumpla con una orden de la Corte.
A decir verdad, nadie confía en que haya una solución al conflicto: las provincias reclaman más de 45 mil millones de pesos. La Nación sólo reconoció 2.500 millones por la eliminación del IVA y los cambios en Ganancias y Monotributo, que rigieron por casi un mes, desde la derrota hasta el fallo de la Corte.
El llamado de Alberto, sin embargo, augura nuevos vientos en la relación federal. Y para Misiones, eso es una buena noticia. Ya decía Passalacqua: “Alberto tiene la oportunidad de ser uno de los grandes presidentes federales de la historia”.
Y Alberto está ante esa oportunidad. Venció, como se esperaba, de forma contundente y en primera vuelta, con el flujo de votos de las primarias, intacto. Pero la elección del domingo también marcó un sorpresivo crecimiento de Macri, que culminó con un porcentaje cercano al 40 por ciento.
¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo es que un Gobierno con una imagen negativa cercana al 70 por ciento se despide con 40 por ciento de los votos? Ahí estará una de las claves del nuevo tiempo.
La sociedad decidió sin ambages cambiar al Gobierno del cambio y convertir a Macri en el primer presidente argentino que no puede lograr su reelección. Pero al mismo tiempo, marcó un límite al triunfalismo.
No parece ser un antiperonismo del siglo XXI, sino desconfianza con lo que representa el regreso triunfal de Fernández, Cristina, la flamante vicepresidenta y gestora intelectual de la victoria opositora.
Fue ella la que en la mañana de un sábado de mayo declinó su propia candidatura en manos de Alberto, hasta entonces el gran componedor de los fragmentos del peronismo dividido. Fue ella la que impulsó a Axel Kicillof a la candidatura a gobernador de Buenos Aires, para enfrentar a la cándida María Eugenia Vidal. El resultado confirma que acertó en pleno.
Pero en paralelo, abroqueló a quienes la rechazan por su estilo confrontativo demonizado por todos los medios de comunicación afines al Gobierno y que genera simpatías y, en igual medida, rechazos.
De todos modos, parece haberse suavizado. Ya no es aquella que protagonizaba largos monólogos en cadena nacional, sino que se muestra mesurada y con un protagonismo secundario más dedicado a la construcción necesaria en el Senado.
Los votos que recuperó Macri fueron los que perdió Roberto Lavagna -medio millón- y el resto de los candidatos opositores, que en las primarias habían tenido escaso protagonismo, pero que, sumados, le dieron aire al jefe de Estado para frenar el aluvión kirchnerista.
Es decir, el Gobierno electo tiene un núcleo duro, cercano al cincuenta por ciento, Macri tiene un respaldo cercano al 30 por ciento (su promedio histórico) y el resto, se reparte entre otras expresiones políticas.
No hay espacio para un regreso del viejo kirchnerismo, sino que el Frente de Todos debe ser de todos y superarlo para solidificar la nueva construcción. Y he aquí una diferencia sustancial con Cambiemos, aglutinado únicamente en función de estar en contra del kirchnerismo. Si el futuro Gobierno logra amalgamar intereses, desarmará uno de los pilares de la alianza opositora.
En ese escenario deberá gobernar Alberto, sabiendo que una buena parte de la sociedad, debe ser reconquistada.
La paridad en el Congreso también marca un nuevo escenario. El poder de las urnas no será suficiente para surfear los coletazos de la profunda crisis que recibirá como herencia el nuevo Presidente.
Habrá que tener paciencia y saber negociar con los espacios más pequeños, pero no menos representativos. El bloque misionerista, ahí tiene otro punto a favor en el Senado, donde siguen Maurice Closs y Maggie Solari, y en Diputados, pese a que en la práctica, las urnas marcaron una disminución en el número de representaciones.
En Misiones la fórmula de Alberto y Cristina Fernández obtuvo 417.164 votos, contra 244.583 de Mauricio Macri y Miguel Pichetto.
Curiosamente, el frente ganador, en la categoría diputados, fue el que menos votos sumó desde las PASO: 5510. La alianza Cambiemos aumentó su caudal en 57.680, mientras que la Renovación mejoró en 42.695.
En cambio, en la categoría presidente, Alberto Fernández sumó 56.896 votos desde agosto, mientras que Macri, con su plaza del #SíSePuede en Posadas, aumentó 75.793 votos desde las Primarias.
El Frente de Todos se llevó dos bancas que se integrarán al bloque mayoritario, la alianza Cambiemos retuvo una y el Frente Renovador la última. Así, el bloque misionerista quedará conformado en Diputados por Ricardo Wellbach, Flavia Morales y Diego Sartori, Cristina Britez seguirá en el Frente de Todos, junto a Héctor “Cacho” Bárbaro y Alfredo Schiavoni se sumará a la ahora oposición de Cambiemos, donde lo espera el radical Luis Pastori.
¿Cuál será la actitud de los futuros diputados opositores para con Misiones? Pastori sostiene una retórica beligerante para con el Gobierno provincial, potenciado por la bilis de la derrota. Schiavoni es más conciliador, pero dependerá de lo que le ordene su conducción política. Britez y Bárbaro aparecen más cercanos y con ideas afines al Gobierno provincial, aunque mantienen diferencias.
Ahora bien, con esa paridad parlamentaria, ¿de cuánto será el poder de fuego de Fernández? ¿qué tipo de oposición hará la alianza Cambiemos?
Los primeros movimientos muestran a Fernández sólido en la idea de reactivar la economía como primera medida para salir de la parálisis que combina caída con inflación. La renegociación de la deuda es una prioridad, pero no parece estar al tope del ránking, aunque será una condición necesaria para redirigir los recursos hacia las áreas con más necesidades: la educación, la salud y la creación de empleo.
Del otro lado, Macri logró fortalecerse derechizando su mensaje y sus aliados. Hubo un voto de clase entre sus apoyos y el todavía Presidente parece moverse cómodo en ese espacio. ¿Pero será el líder pos diciembre? ¿Le disputarán la conducción la derrotada Vidal, Horacio Rodríguez Larreta? ¿Qué rol ocupará el radicalismo en el tiempo nuevo de la alianza? Todos cuestionan la conducción de Macri y especialmente de su alter ego, Marcos Peña. Pero una cosa el sometimiento al poder, otra ser condescendiente desde el llano.
Por más que en Cambiemos festejen (¿?) la derrota por el crecimiento desde las PASO, lo cierto es que los que hace celebraban el “no vuelven más”, cayeron en el primer desafío serio, después de haber ganado con amplitud las elecciones legislativas de medio término.
¿A qué atribuir la derrota? Sin dudas, la economía ha sido el talón de Aquiles de una gestión que empeoró todos los índices dejados por Cristina y generó problemas que no estaban entre los centrales, como el sobreendeudamiento, la pobreza y el desempleo. La inflación, que iba a ser fácil de domar, termina siendo la misma que la acumulada por Cristina… en ocho años. “La inflación es la demostración de tu incapacidad para gobernar”, canchereaba Macri cuando todavía no había asumido. Los números no lo desmienten. La promesa de pobreza cero terminó en un doloroso 40 por ciento de pobres. Los números, en este caso, demuestran la magnitud de su fracaso: “Por la meta que quiero que se me juzgue es si pude o no reducir la pobreza”, sugería en 2017. Hoy hay más de 16 millones de pobres y uno de cada 2 chicos menores de 14 años viven en la pobreza.
El 40 por ciento que respaldó a Macri lo hizo más por rechazo a lo otro que por conformidad con el presente. No hay sector de la economía, salvo la agricultura, que tenga indicadores positivos. Y el mapa de sus respaldos lo ratifica: la franja media del país, donde la soja y los granos son la principal actividad y un bastión propio, como Capital Federal. En el resto del país, perdió por bastante margen.
Conquistar esa franja media será un desafío para Fernández. En el resto del país, los indicadores son un drama, pero al mismo tiempo, un punto a favor: cualquier cambio para arriba, será un enorme triunfo en este contexto depresivo.
Macri abandona el poder con todos los problemas que cuestionaba cuando estaba en la oposición: superinflación, suba de precios descontrolada y hasta un megacepo para frenar la compra de dólares que deja en ridículo al que dejó Axel Kicillof. En 2015 se podían comprar hasta 2000 dólares por mes y era un escándalo. Ahora es de apenas 200 dólares y de US$50 el adelanto con tarjeta de crédito en el exterior.
El control cambiario no es, en sí mismo, un problema, sino una herramienta necesaria para proteger a la economía. Pero el propio Presidente cuando llegó al poder se encargó de desmantelar todas las barreras para la fuga de divisas. “El cepo es un invento nefasto de este Gobierno“, cuestionaba Macri antes de asumir.
El dólar estaba 9,84 y el blue, 14,55 pesos por dólar. Hoy está 65 y el blue, diez pesos más caro. La suba del dólar fue de, 560%, bastante más que la propia inflación, que también es récord, con un acumulado de 290 por ciento y dos años seguidos por encima del 50 por ciento.
Ahora bien ¿le preocupa al Presidente su propia pesada herencia? Parece no estar muy molesto por el resultado económico que lo expulsó del poder.
Insiste, aún el domingo de la derrota, en que el camino que transitó es el correcto. Y antes de despedirse, deja nuevos tarifazos, como el 5 por ciento de las naftas aplicado el viernes, las prepagas, el pan y los alimentos.
La inflación de los últimos tres meses llegará a un altísimo quince por ciento en medio de un llamativo descontrol y una economía que no da señales de vida. El Presidente, mientras tanto, por estas horas descansa en Chapadmalal.
Fernández, en cambio, no tuvo un minuto de relax después de las elecciones. Reuniones varias para comenzar a definir la transición y el nuevo gabinete, viaje a Tucumán para la asunción de Juan Manzur y encuentros varios con empresarios para comenzar a dar señales de reactivación. Ya hubo un par de anuncios de inversiones y de empresas que prometieron volver a producir con la esperanza de que el mercado interno sea nuevamente el motor de la recuperación.
Fernández también marcó territorio en los vínculos regionales. Reunión con Mujica, felicitaciones al Evo reelecto en Bolivia y diplomacia dura con otros presidentes.
El desplante de Jair Bolsonaro quedó minimizado ante el llamado de Donald Trump, quien lo felicitó y le confirmó una recepción en la Casa Blanca, con “orden estricta” al FMI de ponerse a disposición del nuevo Gobierno.
Pero Fernández primero viajó a México, a reunirse con Andrés Manuel López Obrador, el socialdemócrata quien, ante un Mercosur fracturado por la extrema derechización de Bolsonaro, puede ser un socio vital para las necesidades de la Argentina. Del Mercosur no habrá que esperar demasiado, aunque seguramente las bravuconadas de Bolsonaro no pasarán de eso.
Hará bien el nuevo Presidente en enfocarse en el problema interno antes que intentar acercar posiciones irreconciliables. Las urgencias son muchas y la pesada herencia, difícil de resolver.